Me pidieron que me hiciera un regalo y yo elegí volver a Skogafoss. Pero esta vez lo hice sola, sin ninguna compañía. A pesar de ello, el lugar estaba salpicado de turistas, como es habitual en este sobrecogedor rincón de Islandia que, además, había vuelto a salir en Juego de Tronos, concretamente en el primer capítulo de la octava temporada.
Esta vez traía los deberes hechos y me había traído un chubasquero. Era rojo, no sé por qué. Bajé del coche y me fui aproximando al terreno llano a los pies de la cascada, mientras el sonido se iba volviendo más y más ensordecedor. Comencé a notar las salpicaduras salvajes de agua en la cara y en ese momento decidí desabrocharme el chubasquero, me remangué y apenas unas gotitas se empezaron a deslizar también por mis brazos.
Caminé haciendo eses, de un lado a otro de la cascada, mientras todo el mundo hacía fotos o simplemente se quedaba maravillado mirando hacia lo alto del monumento natural. Me paré en el sitio y me respiré a mí misma, sintiendo cada rincón de mi cuerpo, reconociéndome para poder afirmar que me sentía inmensamente bien. Conectando conmigo. No sé cuánto rato estuve allí.
Me pidieron que me hiciera un regalo y yo elegí volver a Skogafoss, sola, y sintiéndome bien.