miércoles, 31 de mayo de 2023

P.

Hay imágenes que nunca deberían cincelarse en nuestra memoria. Sin embargo suelen ser precisamente esas, las más brutales e imposibles de dibujar con antelación, las que nos abren una brecha justo en mitad de la frente.

La imagen de la foto enmarcada de tu amiga encima de un féretro debería ser siempre una de esas imágenes.

He hecho lo más absurdo del mundo (mentira, porque absurdo no es, aunque parezca que en el ritmo que llevamos no tiene ningún sentido productivo) y he reescuchado el último audio que me enviaste. Le he dado al botón de descargar pensando que, entre cambios de móviles y meses entre medias, no iba a reproducirse. Pero estaba equivocada. El sonido de tu voz me ha recorrido como un calambre desde la nuca hasta los pies, y en medio segundo me ha invadido el frío.

No puedo creer la cantidad de datos que dejamos suspendidos en el tiempo. No me cabe en la cabeza y nunca somos conscientes de ello. Es normal. Son los mismos datos que ahora me niego a borrar.

Tengo tus rosas secas en el salón. Mis recuerdos de Nueva York no existen sin ti pegada a mi espalda. Hay sitios, espacios físicos que recorro a menudo, en los que las baldosas han cambiado para siempre. Sigo luchando contra la incredulidad cada vez que te pienso, a pesar del agotamiento que supone recordarme a mí misma constantemente que ya no estás y que por eso ahora el mundo siempre es un lugar un poco más triste.

lunes, 8 de mayo de 2023

Atocha temprano.

Me he despertado atrapada en esa pared de los exteriores de Atocha; en el cuerpo apenas cuatro horas de sueño y en la mano un café que ir bebiendo a tragos largos antes de que nuestros trenes salieran. De una manera natural, la conversación que acortó nuestro tiempo de descanso la noche anterior vuelve a retomarse cambiando los sujetos pero con las mismas emociones sobre la mesa, las mismas preguntas, las mismas ganas de acurrucarnos en un rincón en el que nadie pueda herirnos nunca más. Somos dos mujeres con cara de sueño que han salido a saludar brevemente el trajín de la capital antes de que sus trenes salgan. Sin siquiera pretenderlo dejamos en ese casi soportal una muesca de alivio al escucharnos y ser conscientes de que, a pesar de todo y de que seguimos peleando por personas que posiblemente no lo merezcan, entendemos que a nosotras no nos falta nada, por contradecir la canción de Menta que ella me pasa poco después, que lo que escapa a nuestro dominio es algo que no podemos controlar, y que bastante pecho estamos poniendo en intentar conservar ciertos nombres en nuestras frases aunque no terminen de encajar en nuestra manera de ver el mundo.

Me despierto con mi amiga en la cabeza, con la resaca de todo el trajín de este último mes pero con espacio en mis adentros para el agradecimiento por poder atesorar estos momentos que serían más cotidianos y probablemente menos importantes si no viviéramos a más de 400 kilómetros. Se podría tachar quizás de absurdo que en mi mente vibren esos minutos pero sé muy bien son los instantes que se graban así los que suelen tener mucha más importancia de la que creemos pensar. En un mundo infestado de personas, encontrar unos ojos que te escuchan y responden desnudando también todas sus inseguridades me parece uno de esos gestos que hacen que todas las circunstancias que agrietan la piel merezcan al final la pena.

Algo tiene Atocha para que me retuerza así el estómago, siempre en el buen sentido, y ahora me va a gustar recordarla así, con Clara y conmigo apoyadas en una pared, con todo nuestro destrozo físico y con la intensidad de todo lo puesto en juego subiendo conforme la cafeína iba haciendo efecto en nuestra sangre.

miércoles, 3 de mayo de 2023

Nunca.

Caminar de noche con dos rosas secas en la mano es algo a lo que se le podría poner un montón de apellidos. Yo misma desplegaría todas mis teorías si me cruzara a esa persona que lleva las flores boca abajo pero sujetándolas con fuerza contra el viento, con rostro de andar algo confusa, intentando buscar sin mucho éxito un número en su teléfono con la mano que le queda libre.

Soy consciente de que todavía tiene que llegar el momento en el que sea capaz de reencontrarme contigo. Y, aunque esa certeza anida en mí con firmeza, una parte de mis adentros, minúscula pero presente, se pregunta qué ocurrirá si eso no acontece nunca, si nunca encuentro el momento para seguir llorándote, si jamás soy capaz de aceptar que ya no estás.

También sé que no podemos elegir nuestros momentos. Si tuviéramos esa capacidad yo no elegiría nunca despedirme por última vez de ti mientras te alejas con ese andar resuelto y tu pelo plateado, apurando el cigarro que te acabas de liar; ni no volver contigo a la orilla del Ebro con una empanada y unas cuantas cervezas a encontrarnos a mitad de camino en una ciudad pandémica donde los planes nocturnos no abundan; tampoco elegiría que tu voz se extinguiera, que los audios larguísimos dejaran de llegar y que la breve oscuridad en tu mirada cuando sabías que teníamos razón preocupándonos por ti dejara de titilar y no pudiéramos volver a verla.

Me siento como una niña que se ha perdido, que no encuentra el camino de vuelta a su casa y que en ese instante piensa que no volverá a encontrarlo nunca. Es difícil pensar en ti constantemente y tener que obligarme a recordar que ya no estás de la misma manera, que el concepto de verte, de hablar contigo, ha dejado de estar disponible en el giro más injusto y brutal con el que la vida puede golpearnos.

No dejo de pensar: nunca, nunca, nunca. Y no sé para qué. No sé por qué. Nunca de qué.

Si me concentro en la picardía de tus ojos, en tu generosidad sin fin, en tu risa descontrolada... es que todo parece tan absurdo. Como caminar de noche por la calle con dos rosas secas en la mano, protegiéndolas como si fueron lo más valioso que tengo, porque hubo un día en el que nos obligaron a despedirnos de ti y yo estaba cruzando el Atlántico en la dirección contraria. Miro las rosas y pienso en qué me podrías haber dicho si me encuentras así, caminando sola, tan perdida, tan obligada a seguir adelante en todos los sentidos a pesar de la sinrazón absoluta y tan dolorosa que reside en que el mundo siga girando sin ti.