Caminar de noche con dos rosas secas en la mano es algo a lo que se le podría poner un montón de apellidos. Yo misma desplegaría todas mis teorías si me cruzara a esa persona que lleva las flores boca abajo pero sujetándolas con fuerza contra el viento, con rostro de andar algo confusa, intentando buscar sin mucho éxito un número en su teléfono con la mano que le queda libre.
Soy consciente de que todavía tiene que llegar el momento en el que sea capaz de reencontrarme contigo. Y, aunque esa certeza anida en mí con firmeza, una parte de mis adentros, minúscula pero presente, se pregunta qué ocurrirá si eso no acontece nunca, si nunca encuentro el momento para seguir llorándote, si jamás soy capaz de aceptar que ya no estás.
También sé que no podemos elegir nuestros momentos. Si tuviéramos esa capacidad yo no elegiría nunca despedirme por última vez de ti mientras te alejas con ese andar resuelto y tu pelo plateado, apurando el cigarro que te acabas de liar; ni no volver contigo a la orilla del Ebro con una empanada y unas cuantas cervezas a encontrarnos a mitad de camino en una ciudad pandémica donde los planes nocturnos no abundan; tampoco elegiría que tu voz se extinguiera, que los audios larguísimos dejaran de llegar y que la breve oscuridad en tu mirada cuando sabías que teníamos razón preocupándonos por ti dejara de titilar y no pudiéramos volver a verla.
Me siento como una niña que se ha perdido, que no encuentra el camino de vuelta a su casa y que en ese instante piensa que no volverá a encontrarlo nunca. Es difícil pensar en ti constantemente y tener que obligarme a recordar que ya no estás de la misma manera, que el concepto de verte, de hablar contigo, ha dejado de estar disponible en el giro más injusto y brutal con el que la vida puede golpearnos.
No dejo de pensar: nunca, nunca, nunca. Y no sé para qué. No sé por qué. Nunca de qué.
Si me concentro en la picardía de tus ojos, en tu generosidad sin fin, en tu risa descontrolada... es que todo parece tan absurdo. Como caminar de noche por la calle con dos rosas secas en la mano, protegiéndolas como si fueron lo más valioso que tengo, porque hubo un día en el que nos obligaron a despedirnos de ti y yo estaba cruzando el Atlántico en la dirección contraria. Miro las rosas y pienso en qué me podrías haber dicho si me encuentras así, caminando sola, tan perdida, tan obligada a seguir adelante en todos los sentidos a pesar de la sinrazón absoluta y tan dolorosa que reside en que el mundo siga girando sin ti.
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