domingo, 29 de julio de 2007

El odioso calor se colaba por cada pliegue de su ropa.

Siguió caminando aun a sabiendas de que no era lo más adecuado en ese momento. No quería huir, pero sus pies tentaban con echarse a correr por minutos. No quería llorar, pero los sollozos se agolpaban en su garganta, desgarrándola. No quería ser ella misma, pero ella sabía mejor que nadie que jamás dejaría de serlo.

Recorrió calles desconocidas y a la par compañeras suyas. Su mirada permaneció fija durante todo el trayecto; sus pupilas no vacilaron ni un solo instante, ni siquiera un parpadeo. Se paró frente a la puerta de un desvencijado edificio. Estaba rota, así que no tuvo más que empujarla para que cediera.
Y, dentro, un silencio sepulcral que ofrecía abrigo a más de un escalofrío, de esos que recorren tu espalda como si la garra de algún ser invisible danzara por ella a su antojo.

Subió los peldaños de la escalera sin temor, sin ningún tipo de recelo. Se detuvo frente a la puerta que, inquietantemente, relucía más que las demás. Sus nudillos se posaron en la fría madera, pero no hizo falta que la golpeara. Entró dentro del piso sin dilación y en su interior se enfrentó con un individuo que la observaba envuelto en la penumbra, disfrazado en unos ojos de mar y plata.

Permanecieron unos minutos allí, inmóviles, con sus miradas hablándose en un lenguaje que escapaba a la percepción humana. Sólo cuando ella pareció sonréir, él rompió el silencio.

-¿Qué tal estás?-preguntó. Tenía una voz peligrosamente seductora.
-Tengo muchísimo calor.- Se limitó a responder ella.

Entonces, él se movió de una forma inesperada y brusca hacia ella, hasta que ambos sintieron las respiraciones del otro en sus rostros, entrecortadas pero sedientas. Con manos ágiles y profesionales, él empezó a luchar con la ropa de ella, desgarrándola. Desnudándola hasta que la piel de la chica, sudorosa, estuvo al completo frente a sus ojos, brillando con los últimos rayos de una luna que se dejaba ver por una de las ventanas del apartamento.

-¿Así mejor?-preguntó él, jadeando.
-Hum... Creo que sí.

De nuevo, ella sonrió. Se echó ligeramente hacia atrás hasta que, de pronto, se lanzó a la boca de él como si estuviera al borde de morir de inanición.
Y así, bebiendo el uno del otro, sus cuerpos se envolvieron en una danza que sólo se valía de la melodía de su lujuria. Las manos de ella volaron rápidas y sin descanso hasta que sintió la piel palpitante de él rozando la suya. Y comenzó a recorrerla extasiada. La acción fue recíproca.

El baile de sensaciones y pieles, siguió cuando ellos cayeron al suelo y rodaron sobre el parqué. Siguió el vaivén sin complejos, sin nombres, sin pasado, sin futuro. Tan solo el presente que les tendía un fruto peligroso, sin dejar de ser dulce.

Y los dos, aunque en ese momento solo se distinguía un solo cuerpo fundiéndose con el calor del ambiente, gozaron del placer de sentirse hasta el éxtasis.

Y el tiempo se paró. Para ellos, dejó de importar.

Ahora solamente eran dos bestias jugando a ser amantes...

miércoles, 25 de julio de 2007

Hay momentos en los que el viento, exhausto y con transparentes lágrimas, se cansa de ser viento.

Se niega a seguir acariciando heridas sangrando a borbotones y cuerpos tendidos en campos de batalla de donde su alma ya no saldrá. Allí, atrapada, envuelta en miles de gritos igual que el que pereció en su garganta antes de echar a volar. Allí, con el viento.

Intenta detener la caída de esa persona que ha perdido todo en un torbellino de tristeza y desolación. Esa persona que carece de manos de dedos largos y alargados hacia su rostro, sonrisas que le susurren sin temor 'Estoy contigo. Yo estoy contigo' Y que se lanza al abismo con ojos cerrados y labios curvados amargamanete, totalmente segura de que allí, vaya donde vaya, todo va a ser mejor que lo que carga a las espaldas y la aplasta con desquiciante lentitud. Allí, con el viento.

Se opone al hecho de recorrer crispado calles sin fin repletas de basura. Basura en todos los sentidos. En el sentido que te atañe a ti, y en el que no. El viento lo sufre. Sufre. Y está condenado a ser esclavo de nubes de ignorancia y soberbia. De convivir con la basura que inunda nuestras calles, nuestros ojos, nuestros corazones. Basura que se queda allí, con el viento.

No quiere colarse entre las ropas de aquellos que en tiempos fueron amantes y hoy se aman de una forma más dolorosa que los cubre de heridas y de recuerdos amargos que les devuelven a una realidad que les quema. Y mezclarse con esos gritos que en un tiempo no demasiado lejano fueron jadeos, sonrisas, palabras que conducían al éxtasis de la felicidad; esos golpes que antaño fueron besos, caricias. Y lágrimas que son llevadas por el viento, intentando éste que se pierdan para siempre y no se reúnan con más hermanas. Se quedarán allí, con el viento.


El viento se niega.
Nos niega.

Quiere disfrutar de pieles, de sexos, de ideas, de libertad.
Y lo tenemos aprisionado en la peor cárcel.
Él es libre, sí. Pero no de la forma que le gustaría.

Y llora. Y llueve. Y miramos ajenos a su dolor en cualquier dirección que él ocupe, quejándonos, llamándolo.
Y el viento se cansa de ser viento.
No lo sabemos, pero él también es capaz de quejarse envuelto en dolorosos silencios cargados de impotencia.


Y llueve...

domingo, 22 de julio de 2007

Odio los jodidos domingos.
Definitivamente.

Me duelen.
Me entristecen.
Me aburro.
Me queman.
Me aborrecen tanto o más como yo a ellos.
Me sirven de ejemplo para darme cuenta de muchas cosas lamentables.
Me acribillan.
Me dan ganas de liberar lágrimas sin sentido.



Y siempre ese nudo en la garganta, esa falta de palabras que lo suavicen. Siempre ese dolor en los ojos. Y en el alma.
Y esa sensación confusa.
Y la certeza de que va a seguir siendo igual.

¿De qué me sorprendo?

Y lo peor es que sé que jamás sabrán lo que siento. Aquellos que descansan al otro lado del tabique, ajenos a un sentimiento que escondo a toda costa.

Ya no me deis lecciones, permitidme no necesitarlas hoy.
Sé que no estoy aprovechando una de las mejores etapas de mi vida.
Sé que no se puede ir así por la vida.
Sé que es mejor hablarlo con alguien.

Pero son tantos intentos ya. Tantos. Que me hiere sólo volver a pensarlo. Y encontrarme con esas miradas y esos cambios bruscos de tema.

Sé que no estoy sola. Lo sé.
Pero también sé que me siento sola en muchas ocasiones.
Y, que por mucho que la gente crea lo contrario, no soy así porque quiero. Por llamar la atención. Porque se lleva ser superchachipesimistaguay.

He deseado tantas veces ser feliz porque sí. Como muchos. Pero son tantos años intentando huir de mí que me han reprochado que mis intentos son en vano.
Y mientras las lágrimas bañan mi cara soy consciente de que, probablemente, nadie lea esto. Y de que mañana se me habrá pasado.

Como siempre.
Como todos los Lunes.


Porque a veces, sólo a veces, desearía tener unos brazos mudos que me abrazaran en silencio y secaran mis lágrimas sin preguntarme qué tal y tener que responder bien y tú.

A veces la Soledad me supera y yo estoy sola para luchar contra ella.





[Esto suelo publicarlo en el Fotolog, pero hoy hasta él me falla]

martes, 17 de julio de 2007

Distancia...
Parece mentira. O a algunos les parecerá verdad. Algo tan simple para unos, tan complicado para los demás.

Pero, ¿qué es la Distancia?
Normalmente, distancia a base de kilómetros, de lugares y de suspiros que se interponen entre dos personas.
Pero, ¿y si esas dos personas se sienten totalmente cerca?
Distancia para otros que se acrecenta cuando ya no te da un vuelco el corazón si ves que esa persona te llama, si ya no sientes que está pensando en ti porque tu pensamiento ya no divaga entre su desconocida mirada...
Distancia de verte y sentirte lejos. De observar tu cercanía con otras personas y no ser capaz de acercarme y abrazarte para acariciar tu corazón junto al mío.

Algo tan incierto, como la Distancia.
Dos personas que se odian y desean estar lo más lejos el uno del otro.
Dos personas que se desean y odian no poder estar cerca. Rozándose. Tocándose. Sintiéndose de un modo físico, de un modo que los sacie, aunque les cueste admitir que lo necesitan.

¡Algo tan jodido como la Distancia!
Porque es una invisible barrera que, a mi modo de verla, no afecta a tu corazón. Pero sí a tus pies, por desgracia. Incapaz de echar a correr y reúnirte con aquella persona que duerme contigo todas las noches a pesar de que tu cama esté vacía de ella.
·Tan cerca, pero tan lejos·

¡Distancia!
Necesaria...
Pero odiada.
Agradecida en otras ocasiones.
Fulminante.
¡Confusa!


Distancia...
Porque, aunque los libros de texto y lo convencional me quieran hacer creer que no, la Distancia no me afecta cuando siento a un amigo a mi lado, aún estando a centenares de kilómetros. Porque ese amigo lucha, padece, ríe, y vive conmigo. Junto a mí. Aunque la Distancia, eterna enemiga porque sí, me lo quiera impedir.

Distancia física... puede. Pero mental, no. Aquí estás tú. En mí. Y, ahora mismo, me quedo con eso.

.En mí.

sábado, 14 de julio de 2007

Parece mentira que el Domingo cabalgue reticente a la felicidad aún.
Yo, por lo menos, llevo sintiéndolo a flor de piel todo el día.

Mis ojos quieren hablar.
Pero los mantengo presos de un sentimiento que no quiero admitir.

Me ahogo... Y lo sé. Pero, para autoconsolarme, no me queda otra que pensar que los días van transcurriendo como siempre, a pesar de que a mí me parezcan meses y las noches me queden demasiado grandes a mí sola. Sin compañía. Sin la compañía que anhelo al compás de mis instintos de adolescente.

Siento mi corazón palpitar irritante. Esperando a algo. Ajeno a que no es el único.
Diablos, no. No es el único.

Me alimento de recuerdos que cicatrizaron en mi piel hace tiempo. A los que aún siguen supurando lágrimas y desconcierto, oprimiendo mi pecho, intento mantenerlos presos del océano de mi inquietud. Lo consigo. Sí. Con el tiempo he aprendido a hacerlo. Aunque haya veces que la barrera se rompa, mis fuerzas flaqueen y no sea capaz de espetarles que se marchen. Que me dejen tranquila. Sigo bebiendo de ellos a sabiendas de que su ponzoña es más letal que cualquier mirada envenenada, efímera, al fin y al cabo.

Y las palabras se van sucediendo frente a mi mirada mientras espero esas manos que saben recorrerme.

Las manos de la Soledad. Inexpresiva, amiga, homicida, compañera, retorcida. Soledad.

Y encerrada en estas cuatro lujosas paredes, me doy cuenta de que me he unido a una dependencia absoluta que irradia felicidad sólo cuando la nutro.
La X y la Y.
Como en Matemáticas.

E intento que dos más dos me dé dos, pero no lo consigo. Sigue dándome incertidumbre numérica.

Así que seguiré cobijada en el lápiz y el papel hasta que las cuentas me den exactas.

Aunque, ¿exactitud? ¿Quién es el ingenuo que sigue creyendo en ella? ¿Quizá yo? ¿Quizá tú?


Tal vez haya dejado de sumar. Y no me dé cuenta. Tal vez me haya abandonado al abandono. Sin más.


Tal vez sea el tiempo que sigue clavándome astillas en cada milímetro de mi piel.

jueves, 12 de julio de 2007

Siento que tengo que escribir.


Es extraño, pero una tristeza diferente a la común me arropa en estos momentos. La tristeza que va unida a unos labios enlazados con el silencio, a una mirada vacía y vidriosa en la que me veo reflejada cuando me enfrento al espejo, a un sentimiento contradictorio que oprime lo que tal vez hace un tiempo fue ilusión.

Ella me arropa, con una frialdad que, a su vez, me transmite un calor desconocido.

Pero no la necesito. No quiero necesitarla. Hoy, no. Ni mañana ni los días que empiecen por la I de inquietud.

Necesito que me arropes tú.




Y cierro los ojos mientras la música suena. Esta canción me da realmente miedo. Me posee y me gusta. Se apodera de mí y yo, ausente de caricias, me dejo ir con ella.

Secuéstrame.
Agárrame.
Espíame.
Condúceme.
Explórame.
Aúllame.
Sonríeme.
Muérdeme.
Recórreme.
Estúdiame.
Grítame.
...Quiéreme.



Porque hoy es un día de esos en los que no hablo yo, sino mi imaginación desbordada.


miércoles, 11 de julio de 2007

En verdad tenía una mirada bastante peculiar, si lo pienso ahora, más... detenidamente.

Sí.
Quizás su rostro no me dijo nada en un principio. Pero sus ojos... Sus ojos se convirtieron en un torbellino de sensaciones en cuanto rozaron mis inquietas pupilas. Y me da vergüenza admitirlo. Pero lo hago. Porque, aunque quiera creer que no, creo que me enamoré de aquella chica nada más toparme con sus almendrados ojos.
¿Loco? ¿Extraño? ¿Exagerado?
Quizá.

Pero sé que la amo. Amo esa mirada y, por ello, la resignación que usurpó mi cuerpo durante tanto tiempo se ha disipado, siendo yo capaz de amarla a ella tan solo guiándome por la fuerza que me transmitió en ese momento.

Y duele.
Duele no poder volver a verla. No saber su nombre, ni sus apellidos. No saber si le gusta el café solo como a mí o lo prefiere con leche y azúcar; si le asusta la lluvia o disfruta viéndola, sintiéndola; si su piel tocó otras pieles antes de que yo la viera; si sería capaz de amarme... como yo la amo a ella.
Me duele no poder sumergirme en esa mirada de nuevo.

Pero, ¿por qué? ¿Por qué ella? ¿O ese lugar? ¿O ese sentimiento? ¿Por qué no repulsa o vulgar atracción?
Y es que... ¿amor?
Esa palabra huyó de mí el mismo día de mi nacimiento. No puede volver a deambular por mi alma. ¡No! No puedo permitirlo.
Pero quiero.
Oh, sí. Quiero que me recorra como una descarga eléctrica que me haga resurgir. Y gritar que estoy vivo. Que siento, padezco, sueño.
Que amo.
Que la amo a ella.

Pero, ahora, me es imposible divagar en otras circunstancias que no incluyan a aquella joven.
Hasta la palabra Ella ha cambiado para mí. Me siento tan raro. Tan parecido a los demás...

Pero no me importa. ¿Sabéis por qué?

Porque algún día, niña de ojos negros, mi mirada y la tuya volverán a tocarse. Y entonces ella se engarzará cual piedra preciosa en mi monotonía, cambiándola para siempre.







[Algo espontáneo, aderezado con mi inquietante debilidad por las miradas]

lunes, 9 de julio de 2007

Mi Internet falla. Es más, no hace acto de presencia. Y eso, según lo que me dice la experiencia, es malo. Malo porque me da más tiempo que desecho pensando.
Pensando…
Más bien, buceando entre los recuerdos que aún conservo frescos, ardiendo con una plenitud que me asusta.
Y, sí, es malo. Porque los que me vienen a la mente en estos momentos, cuando mi ánimo anda rozando el suelo y mi sonrisa se ha marchado para tener libertad, son de aquéllos que me hacen estremecer de tristeza. Y me repiten, escupiéndome una a una las palabras, las imágenes, lo sentimientos pasados, que esa vida fue mía. Es mía. Y que la rutina va a seguir cabalgándola hasta que ya no me queden fuerzas para espirar.

Hoy, incapaz de escribir algo que siga la línea de lo escrito anteriormente, ya que mis Musas siguen en algún lugar recóndito, ignorándome; escribiré una reflexión que, como tantas otras que ya no serán recordadas ni siquiera por mi subconsciente, será tragada por el viento, hasta sólo dejar un rastro de melancolía grabado en mi piel a fuego.

Odio los días como hoy. No los soporto. No… Se me hace imposible cambiar mi expresión y dedicar unas frases a algún cuerpo que no sea el mío.
Quizás para tener presente que la tristeza se me apodera en cuanto bajo la guardia.
Quizás porque no tengo nada mejor que hacer y el egocentrismo que desprendo me quiere gobernar un día más.
Los odio porque, a pesar de que el día haya nacido hace poco, estoy segura de que será malo. Luego tal vez no lo sea, lo más seguro, pero ahora se me hace imposible paliar la opresión que tengo en el pecho.
Los odio porque, como ya dije, me abandono al recuerdo y me maneja cual vulgar marioneta. Y en mi mente se suceden decenas de imágenes que me tienen a mí como protagonista. Pero no me gustan. Y, aún así, me encuentro aquí, guiadas por ellas para escribir líneas y líneas sin sentido que a nadie importarán.
Ni siquiera a mí.

Y pienso. Recuerdo. Rememoro. Evoco. Siento.

Me acuerdo de cuando me trataban como una niña y ya no me sentía como tal. Porque empecé a sentir de una forma distinta. Ya no lloraba si me caía y sangraba mi rodilla; lloraba si otras heridas hacían sangrar mi alma.
Y me sentía confusa. Pequeña y confusa. No entendía por qué me estaba sucediendo esto. Por qué no podía hablar con nadie. Por qué mis amigas seguían preocupándose por cosas que habían huido de mí para no volver jamás.
Y quería ser pequeña. Lo era, sí. Pero no lo suficiente para mí. Quería despreocupación, jugar de nuevo en la arena, no sentir, no padecer, no llorar de dolor.
No.
Quise ser niña aún siéndolo para ojos ajenos.
Porque, ahora pienso, que quizá sí lo era. Lo eran todos. ¿Por qué no iba a serlo yo? Mi cabeza me jugaba malas pasadas. Eso era todo.
Pero me acostumbré y aquí sigo. Con la incertidumbre de qué diantres hubiera ocurrido si hubiera abierto la boca y hubiera contado todo esto. Pero, de nuevo, el miedo impedía que me abriera. Como sigue haciéndolo ahora.
Sólo me deja una válvula de escape para días como hoy, en los que mis dedos bailan extasiados sobre el teclado poniéndole letra a la melodía que desprende el conjunto de esos recuerdos que me atormentan. Me acuchillan. Y no sangro. Pero duelen. Los jodidos duelen.



xxxxx


Escrito cuando aún no tenía conexión.

He de añadir, porque sí, que también odio ser capaz de escribir únicamente cuando estoy triste. Aunque, claro está, siempre hay excepciones.