lunes, 9 de julio de 2007

Mi Internet falla. Es más, no hace acto de presencia. Y eso, según lo que me dice la experiencia, es malo. Malo porque me da más tiempo que desecho pensando.
Pensando…
Más bien, buceando entre los recuerdos que aún conservo frescos, ardiendo con una plenitud que me asusta.
Y, sí, es malo. Porque los que me vienen a la mente en estos momentos, cuando mi ánimo anda rozando el suelo y mi sonrisa se ha marchado para tener libertad, son de aquéllos que me hacen estremecer de tristeza. Y me repiten, escupiéndome una a una las palabras, las imágenes, lo sentimientos pasados, que esa vida fue mía. Es mía. Y que la rutina va a seguir cabalgándola hasta que ya no me queden fuerzas para espirar.

Hoy, incapaz de escribir algo que siga la línea de lo escrito anteriormente, ya que mis Musas siguen en algún lugar recóndito, ignorándome; escribiré una reflexión que, como tantas otras que ya no serán recordadas ni siquiera por mi subconsciente, será tragada por el viento, hasta sólo dejar un rastro de melancolía grabado en mi piel a fuego.

Odio los días como hoy. No los soporto. No… Se me hace imposible cambiar mi expresión y dedicar unas frases a algún cuerpo que no sea el mío.
Quizás para tener presente que la tristeza se me apodera en cuanto bajo la guardia.
Quizás porque no tengo nada mejor que hacer y el egocentrismo que desprendo me quiere gobernar un día más.
Los odio porque, a pesar de que el día haya nacido hace poco, estoy segura de que será malo. Luego tal vez no lo sea, lo más seguro, pero ahora se me hace imposible paliar la opresión que tengo en el pecho.
Los odio porque, como ya dije, me abandono al recuerdo y me maneja cual vulgar marioneta. Y en mi mente se suceden decenas de imágenes que me tienen a mí como protagonista. Pero no me gustan. Y, aún así, me encuentro aquí, guiadas por ellas para escribir líneas y líneas sin sentido que a nadie importarán.
Ni siquiera a mí.

Y pienso. Recuerdo. Rememoro. Evoco. Siento.

Me acuerdo de cuando me trataban como una niña y ya no me sentía como tal. Porque empecé a sentir de una forma distinta. Ya no lloraba si me caía y sangraba mi rodilla; lloraba si otras heridas hacían sangrar mi alma.
Y me sentía confusa. Pequeña y confusa. No entendía por qué me estaba sucediendo esto. Por qué no podía hablar con nadie. Por qué mis amigas seguían preocupándose por cosas que habían huido de mí para no volver jamás.
Y quería ser pequeña. Lo era, sí. Pero no lo suficiente para mí. Quería despreocupación, jugar de nuevo en la arena, no sentir, no padecer, no llorar de dolor.
No.
Quise ser niña aún siéndolo para ojos ajenos.
Porque, ahora pienso, que quizá sí lo era. Lo eran todos. ¿Por qué no iba a serlo yo? Mi cabeza me jugaba malas pasadas. Eso era todo.
Pero me acostumbré y aquí sigo. Con la incertidumbre de qué diantres hubiera ocurrido si hubiera abierto la boca y hubiera contado todo esto. Pero, de nuevo, el miedo impedía que me abriera. Como sigue haciéndolo ahora.
Sólo me deja una válvula de escape para días como hoy, en los que mis dedos bailan extasiados sobre el teclado poniéndole letra a la melodía que desprende el conjunto de esos recuerdos que me atormentan. Me acuchillan. Y no sangro. Pero duelen. Los jodidos duelen.



xxxxx


Escrito cuando aún no tenía conexión.

He de añadir, porque sí, que también odio ser capaz de escribir únicamente cuando estoy triste. Aunque, claro está, siempre hay excepciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

PRIME!