domingo, 28 de junio de 2009

La noticia de que estaban vivos y que regresaban a su hogar había corrido por el mundo entero como la pólvora. Después de tres horribles meses creyéndolos muertos, insistiendo la compañía aérea y los medios de comunicación en la total desaparición de sus almas, resulta que se equivocaban. Que se equivocaban. Todos, o casi todos, pues hubo gente esperanzada y tachada de ilusa que todavía los esperaba con el corazón en un puño cada vez que veían en la noche parpadear las luces de un avión.

Seguían vivos, en algún lugar mágico y escondido del universo. Pero muchos de ellos habían sobrevivido y ahora volvían a casa.

Ella aguardaba impaciente, volcando su nerviosismo en retorcerse un mechón de cabello o en recitar una y otra vez las letras del abecedario. Lo echaba de menos. Había llorado su ausencia más de noventa noches y ahora por fin iba a poder hacerlo en su hombre. Porque lo maldeciría, por irse, marcharse con su amigo a Australia en ese viaje tan loco, por marcharse de esa manera, sin hacerlo del todo. Lo peor era ver cómo todos estaban matándolos dejándoselos al olvido; ya no el hecho de decir que habían muerto, sino aceptarlo. Ella jamás se aferró a esa idea.

Y ahora por fin iba a tocarlo. Apenas podía creer que todas sus lamentaciones no habían sido en vano; pensó en todos aquellos que siempre decían que del infierno no se volvía.

Empezó a levantarse revuelo y ella se puso en pie. Miró al horizonte y vio llegar el avión en el que regresaban. Desagradablemente irónico después de un accidente. Esperó al borde del desmayo mientras susurraba palabras de calma a sus latidos desbocados. Tan cerca. El avión aterrizó.

No les dejaron entrar en la pista, como es obvio. Tuvieron que esperar pegados al cristal para reconocer a sus familiares entre la muchedumbre de supervivientes: habían llegado noticias de que algunos habían perecido en la isla.

Después de unos segundos en los que se sucedió su vida varias veces, la gente comenzó a entrar. Entre lágrimas, locuras y miradas perdidas, el aeropuerto se convirtió en la copia más desafortunada y equívoca de un velatorio sin silencios. Vio en un súbito instante los ojos del amigo de él y corrió a su encuentro pensando que iban a estar sus brazos también dispuestos. No lo vio, y su amigo negó con la cabeza. A ella se le vino el mundo encima y pensó que todo había sido una broma del destino. Ahora tocaba despertar. Al ver que lloraba, su amigo le susurró algo.

-No ha venido. Lo siento, pero se ha quedado ahí.

Ante la alarma de ella, el joven le hizo un gesto para hacerle entender que hablaban más tarde. Horas después, se encontraron destemplados en una habitación de hotel y el amigo se lo explicó todo. Conforme escuchaba, ella se sentía engañada. Nunca se había sentido menos ella misma. Ni siquiera lloró porque hasta eso le parecía un insulto. Una parte de ella lo entendía, pero el dolor de la ausencia era tal que la rabia comenzaba a brotarle. Sólo la incomprensión la taponaba mientras escuchaba atónita las palabras del muchacho.

-Me dijo que te lo hiciera saber. Que había conseguido un vínculo extraño con la isla; ya sabes cómo es... No es el único. Muchos decidieron quedarse porque decían que aquí ya no tenían nada. Lo de él era distinto, porque estabas tú. A pesar de ello, tenía claro que no iba a volver, que su sitio iba a estar el resto de su vida atado a esa isla. Mira... yo lo siento, no sabes lo difícil que es decírtelo, pero mentirte tampoco me parecía bien. Intenta rehacer las cosas, ¿vale? No te mereces estancarte. Pero, escúchame, no te pongas así. A ver... Él lo dijo claro, y no hay más, su vida ahora está en la isla.

Y la suya, la de ella, en parte también. En parte también...

jueves, 18 de junio de 2009

Triste. Triste porque no quiero acabar engañándome a mí misma. Triste porque estoy triste y no debo sentirme egoísta ni culpable por ello. Triste porque me estoy dando cuenta de que esta canción me anima haciendo que me duela el corazón, por el sentir mismo este sentimiento, porque me está enroscando el alma alrededor de los pulmones más todavía y sin embargo no la rechazo sino que se hace un elemento más.

Triste porque no me permito excusas baratas. Quiero afrontar la realidad, y el miedo, sin anteponer ninguna otra circunstancia que sirva de alivio. Las cosas son como son. Triste porque ahora mismo veo todo totalmente oscuro y necesito que llueva para poder liberarme un instante.

Triste porque me temo que las historias se repiten. Porque echo de menos y eso no es buena señal. Porque me cuesta aceptar los cambios y las transferencias de energía que pasan a alimentar unos sentimietos y dejan hambrientos otros que se supone deberían estar saciados. Triste porque me siento en parte idiota por seguir anhelando estos otros, porque me dicen que lo mejor es dejarlos marchar pero no quiero y acaba siendo todo una puta paradoja, filosófica o no.

Triste porque últimamente los días se desperezan y se acuestan grises sin ningún tipo de excepción. Por no comprenderlo. Por la lluvia que falta, o la que me sobra y pide salir. Por estar triste, sintiendo que desaprovecho momentos de ser feliz. Por pensar que la felicidad no existe.

lunes, 15 de junio de 2009

Haz un descanso y párate a mirar el atardecer permitiéndote ese pequeño lujo sin que tengas que faltar a tus tareas diarias, tu responsabilidad, el alimento de tus codos medio aburridos de no ver más que madera. Puedes dar de comer a tus sueños en el ligero instante que se está escapando siempre entre los dedos; es más, debes hacerlo. Enamórate con locura en un momento, hazlo mil veces en un día, mil veces en un año; consigue que su rostro siempre te parezca nuevo, retador, joven y esperanzador. Discute contigo sobre la eternidad. ¿Que no existe? Pregúntate por qué. Debate la palabra siempre y grábatela letra a letra sobre la piel si tirita: que no se sienta sola.

Planta sonrisas en los ojos de otras personas para que rieguen la tuya y el oxígeno de la vida prevalezca sobre todas las cosas. Pregúntate por qué constantemente, pues sin preguntas no hay ansias de respuestas y sin ese ansia la vida se apelmaza y se acaba enquistando sin más. Limpia tus heridas. Consigue que alguien te ayude a lamer esas cicatrices del alma para que no supuren más dolor; siempre es mejor un tacto amado que te cure que solamente tus manos recorriendo cada punto de sutura. Estudia la anatomía de los secretos ajenos.

Mantente en constante búsqueda de sensaciones. Evita superarte y rétate a ti mismo para hacerlo una y otra vez. Deshoja los segundos sin contemplaciones. Exprime sin dudarlo cada rayo de sol o cada ausencia de luz, que todo te nutra. Hazlo a tu manera.

Y todo en un instante, averiguando la duración de éste. Un descanso robado a la tarde, una mente juvenil que sueña con soñar eternamente. Casi a un millón de kilómetros de tu cuerpo. Busca. No dejes de buscar.

domingo, 14 de junio de 2009

Y el mundo entero se reduce a una inmensa acumulación de absurdos varios goteando rabia. Ni la impotencia aguanta este calor venido directamente desde los mismos infiernos. No es cuestión de echar el tiempo atrás sino de saber aceptarlo. Cuando estamos deseando volver a hacer de otra manera algo que ya hemos hecho, no es más que la afirmación sorda de que nos hemos equivocado.

Sólo puedo extraer la conclusión de que somos humanos, todos y cada uno de nosotros; y ahora mismo cualquier atisbo de humanidad me parece una mierda.

domingo, 7 de junio de 2009

-No puedo creer -me dice con voz desenfadada-, no puedo creer -repite- que lo hayas vuelto a hacer. Es contradictorio porque siempre te pasa con las fórmulas, las teorías y demás historias que están demostradas de manera empírica. Que son así, y punto. No hay más. Siempre acabas pensando en magia en esos momentos. ¿Pero te pretendes escapar? Porque no lo entiendo. Fíjate. Se acaba dulcificando tu gesto de una manera ciertamente masoquista, pues primero te duele y luego sonríes como si acabara de nacer un alma, y sus sollozos desenfrenados trajeran paz porque están gritando que por fin existen.

>> Y es que no sé por qué digo que no lo puedo creer. ¡Si miento! Si yo misma te observo y a veces hasta te insto a que lo hagas. Una tregua nunca viene mal si no se prolonga lo suficiente como para rayar en la vagancia, ¿no crees? El día vuelve a estar semifrío, el frío por el junio a quince grados, el semi por los pájaros en tu ventana que parecen poner su nota de calor.

Así me podría pasar horas. Hablando conmigo misma en estricta sinceridad y calma. Ante el espejo de los recuerdos de cualquier minuto, qué importa si lejano o no, que viene en este momento y se queda no sé por qué. Por qué ése. Y no otro. A eso me refiero con magia, a lo sorprendente e inesperado de uno mismo. Ahora mismo, podría definir la esencia de la vida en la sorpresa: en la pequeña ilusión de vez en cuando de aguardarla y, mientras, seguir andando hacia quién sabe dónde.

Con un libro cerrado y el otro a medio abrir, contemplando el cambio más excitante del día. Y aun así vuelvo a sumergirme en los textos que he leído tantas veces y que no sé por qué releo con tanta enfermedad. Por eso al principio me duele algo adentro, y no sé el qué, pero sé que es lo mismo que me dolió por primera vez al leerlos si son tristes, si hablan de abandono y de nostalgia a pedazos. Tal vez por la inutilidad misma de sentirme inútil. Y querer ayudar, salvarlo de él mismo. Pero eso no tendría sentido.

Ah, si él supiera. Que se llama a sí mismo neófito y no sabe que enseña, que ya se lo dije, y estoy segura de que sigue sin creerme de ninguna de las maneras. Pero al menos me regala estos ratos de autorrecogimiento. Como si sufriera un viaje en el tiempo y volviera a mis andares a tientas de los quince años, a la noche en que lo encontré, y fuéramos completos desconocidos. Amándonos a través de las letras, quizás, o en el deseo de cruzarnos un día por la calle y el temor al terremoto interno de verlo y pensar en la última actualización de su blog. También me refiero a eso con magia. A que me siga poniendo nerviosa cada vez que voy a verle.