jueves, 25 de febrero de 2010

Recibe un simple mensaje de texto con poquísimos carácteres trazando el plan de la tarde: Hoy quedamos y follamos.

Y luego no nos conoceremos de nada, ¿vale? Si acaso seremos dos conocidos y ya está. Incluso nos permitimos hablar mal de nosotros, como si nunca nos hubiéramos besado o nos hayamos sumergido en un remolino de pasión adolescente. Esta tarde, ¿eh? Sin falta.

No lo concibo. Bueno, sí lo concibo, pero me sigue pareciendo algo demasiado gélido. Perderse entre la demás gente de la ciudad y acabar desesperados en el banco de un parque una tarde de sol, o donde se pueda, sin más, un sitio que conceda unos minutos, con el tiempo en contra, y también las ganas. ¿Dónde está el misterio? ¿La magia de las tontas como yo, que la buscan? El juego, la seducción, los hilos que mueven el deseo segundo a segundo, hasta que habla tu cuerpo.

¿Pero por qué lo callamos? Sin más. Cuando olvidamos los ojos y dejamos que sólo coman las manos. La lucha de dos cuerpos me sigue pareciendo algo más. Algo más. No me niego al sexo con alguien que no conoces o que no te haya regalado un anillo. No. Me niego al sexo a secas, sin ningún pálpito de sangre efímero. Sólo por follar. Porque esta tarde quedamos y follamos.

No espero a un príncipe ni nada parecido. En serio. Sólo es que se me hace difícil pensar en el sexo raspado, un sexo de 5. Aunque, tal vez (y sólo tal vez), sea porque soy una anticuada. Una urbanita estrecha. O algo derivado.

domingo, 21 de febrero de 2010

¿Por qué al tío de la película no le toca quemarse por jugar con fuego? Y no le quedan más narices que casarse con la tía a la que se lo ha pedido. Pedírselo como estrategia para volver loca de celos a la otra tía, de la que está verdaderamente enamorado. ¿Por qué no le toca joderse y se casa con quien no ama? Y la chica despechada se queda así, despechada. Y todo sigue el curso normal de los acontecimientos, y no el que sigue una película de tarde de domingo...

viernes, 19 de febrero de 2010

-Se debe creer que soy estúpida. Pero no. No y no. Le he visto mirando a mi novio y sepa usted que no va a quedar así. ¿Por qué tendría que callarme? Hasta he sentido el deseo que supuraban sus heridas de loca enamorada, vamos a ver. ¡El deseo! ¡Mientras yo lo cogía de la mano! Pero, bueno, ¿usted cree que es normal? Me ha faltado al respeto como mujer y como persona, ya que era patente que estaba conmigo. ¿No ha visto sus besos? ¿No se ha fijado en cómo me mordía la mejilla mientras me cogía de la cintura? Es evidente que no. Porque, si no, ¡qué clase de persona sería usted! Dígamelo. ¿Qué clase de persona es usted? ¿Eh? Compréndame. No puedo dejar que se vaya de rositas, se dice así, ¿no? De rositas. Pues eso. Ahora me tendrá que pagar lo que ha estado haciendo con esa sonrisa de puta en los labios. Es mío. ¿Me entiende? Mío, joder. Es sólo mío, y no tolero que sus ojos lo embadurnen de lascivia. De esa lascivia maldita que desprenden sus caderas. He visto cómo la miraba. ¡A usted! ¡Mientras yo lo cogía de la mano! Qué bochorno, qué ridículo más grande, qué pequeña me he sentido. Y usted, mientras tanto, exhibiendo sus labios, como una ninfa. No y no. No puedo dejar que se vaya. No y no.

La miro. Estupefacta, al borde del desmayo porque estoy que me muero de pánico. Morirme de verdad. Miedo de verdad. No he entendido sus palabras pero puedo imaginarme a qué se refiere. Lo cierto es que nunca habría pensado que pudiera pasarme algo así. Dios mío, no he pasado tanto miedo en toda mi vida. Ni en las colas interminables ni en la respuesta definitiva de los cástings. Voy a morir, aquí, ahora, y con tanto por delante. Voy a morir. Lo sé por su mirada enloquecida, y por el cuchillo que mueve nerviosa entre las manos.

¿Qué le contesto? ¿Le digo que sí, que no? Por el cielo, no tengo ni idea. Sólo quiero vivir. No me mates. No era yo. Esa no era yo, sólo era mi cuerpo. Por favor. Estás demasiado desequilibrada para entenderme, pero no puedo morir. Si me entendieras. ¡Cómo puedo explicarme! Voy a morir. Preferiría morirme de pánico que sentir el afilado filo de sus pestañas mientras me siega el aliento. Por favor... Yo no sabía que esto fuera cierto. Encontrarme así. Después del estreno de mi última película, con su novio enamorado platónicamente de la chica a la que yo interpretaba.

martes, 16 de febrero de 2010

Será por eso de ser mujer. Lo de las convulsiones en el pecho coincidentes con la casa vacía durante todo el día. Y la molestia en la sien derecha que te dice que hay dolor, que hay dolor, y que te lo recuerda por si en alguna de esas ocasiones de éxtasis adolescente lo olvidas. Me pregunto si será por ser mujer. O porque soy un ser humano de esos que se equivocan y no son conscientes más que de su propia persona.

domingo, 14 de febrero de 2010

Se miró al espejo y pensó que estaba observando un cuadro gris. La perseguían las sombras de la noche. Había sido un día inusualmente gélido, y ahora la luna también tiritaba.

Ya ni siquiera se molestaba en mirar el reloj, porque el agobio crecía, pensaba en sus ojos, en lo feos que estaban así... y era peor. Ahora prefería llenar el tiempo perdido con cosas triviales y así dejar de reprocharse que estaba desaprovechando su vida. Y sus sueños. Sus sueños por partida doble: cuando conseguía dormir lo hacía de manera agitada, negándose su subconsciente a echar a volar y soñar. Despierta, ya se le había hasta olvidado. Había superado el periodo de obsesión con su problema, pero ahora la apatía le comía las entrañas y lo peor era que le daba igual. En eso consistía la apatía, ¿no?

Siguió mirándose en el espejo, dibujando el contorno de su rostro en cada pestañeo. Sintió de pronto un calor extraño que provocó que se lavara la cara con delicadeza. Se imaginó a sí misma llenando sus noches vacías con otras manos que la abrazaban desde detrás y contaban en silencio las curvas de su cuerpo.

Fue demasiado extraño para ella. Sintió de verdad una presencia y se alarmó de veras. ¿Miedo? ¿Miedo a qué? Al sueño eterno desde luego que no si de verdad implicaba la palabra sueño. Se sintió llena de paz y se dejó ir. Y así...


Como siempre, despertó sobresaltada. Habría dormitado durante unos diez minutos, pero esta vez sí había soñado. ¿Soñar? Qué raro sonaba. Qué raro. Sintió una calma inusual e imaginó que había robado esos diez minutos de gloria a otra persona. Que el mundo entero funciona así y estamos condenados a no encontrarnos jamás en sueños, porque si así fuera desecharíamos la vida despierta.

Sonrió. En alguna parte, tal vez no muy lejos, supo que existía alguien más con insomnio. Y que compartían las ojeras y los pocos segundos de paz que regalaban a sus almas inquietas.