Se miró al espejo y pensó que estaba observando un cuadro gris. La perseguían las sombras de la noche. Había sido un día inusualmente gélido, y ahora la luna también tiritaba.
Ya ni siquiera se molestaba en mirar el reloj, porque el agobio crecía, pensaba en sus ojos, en lo feos que estaban así... y era peor. Ahora prefería llenar el tiempo perdido con cosas triviales y así dejar de reprocharse que estaba desaprovechando su vida. Y sus sueños. Sus sueños por partida doble: cuando conseguía dormir lo hacía de manera agitada, negándose su subconsciente a echar a volar y soñar. Despierta, ya se le había hasta olvidado. Había superado el periodo de obsesión con su problema, pero ahora la apatía le comía las entrañas y lo peor era que le daba igual. En eso consistía la apatía, ¿no?
Siguió mirándose en el espejo, dibujando el contorno de su rostro en cada pestañeo. Sintió de pronto un calor extraño que provocó que se lavara la cara con delicadeza. Se imaginó a sí misma llenando sus noches vacías con otras manos que la abrazaban desde detrás y contaban en silencio las curvas de su cuerpo.
Fue demasiado extraño para ella. Sintió de verdad una presencia y se alarmó de veras. ¿Miedo? ¿Miedo a qué? Al sueño eterno desde luego que no si de verdad implicaba la palabra sueño. Se sintió llena de paz y se dejó ir. Y así...
Como siempre, despertó sobresaltada. Habría dormitado durante unos diez minutos, pero esta vez sí había soñado. ¿Soñar? Qué raro sonaba. Qué raro. Sintió una calma inusual e imaginó que había robado esos diez minutos de gloria a otra persona. Que el mundo entero funciona así y estamos condenados a no encontrarnos jamás en sueños, porque si así fuera desecharíamos la vida despierta.
Sonrió. En alguna parte, tal vez no muy lejos, supo que existía alguien más con insomnio. Y que compartían las ojeras y los pocos segundos de paz que regalaban a sus almas inquietas.
Ya ni siquiera se molestaba en mirar el reloj, porque el agobio crecía, pensaba en sus ojos, en lo feos que estaban así... y era peor. Ahora prefería llenar el tiempo perdido con cosas triviales y así dejar de reprocharse que estaba desaprovechando su vida. Y sus sueños. Sus sueños por partida doble: cuando conseguía dormir lo hacía de manera agitada, negándose su subconsciente a echar a volar y soñar. Despierta, ya se le había hasta olvidado. Había superado el periodo de obsesión con su problema, pero ahora la apatía le comía las entrañas y lo peor era que le daba igual. En eso consistía la apatía, ¿no?
Siguió mirándose en el espejo, dibujando el contorno de su rostro en cada pestañeo. Sintió de pronto un calor extraño que provocó que se lavara la cara con delicadeza. Se imaginó a sí misma llenando sus noches vacías con otras manos que la abrazaban desde detrás y contaban en silencio las curvas de su cuerpo.
Fue demasiado extraño para ella. Sintió de verdad una presencia y se alarmó de veras. ¿Miedo? ¿Miedo a qué? Al sueño eterno desde luego que no si de verdad implicaba la palabra sueño. Se sintió llena de paz y se dejó ir. Y así...
Como siempre, despertó sobresaltada. Habría dormitado durante unos diez minutos, pero esta vez sí había soñado. ¿Soñar? Qué raro sonaba. Qué raro. Sintió una calma inusual e imaginó que había robado esos diez minutos de gloria a otra persona. Que el mundo entero funciona así y estamos condenados a no encontrarnos jamás en sueños, porque si así fuera desecharíamos la vida despierta.
Sonrió. En alguna parte, tal vez no muy lejos, supo que existía alguien más con insomnio. Y que compartían las ojeras y los pocos segundos de paz que regalaban a sus almas inquietas.
1 comentario:
"...imaginó que había robado esos diez minutos de gloria a otra persona."
Me ha encantado esta idea :)
Yo también soy un cuadro gris.
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