Es inmensamente distinto recorrerlo sola. Puede hacer el mismo frío, que se me cuela por la nuca ahora indefensa y me produce cosquilleos en la espalda, o el mismo calor asfixiante, la ropa pegada al cuerpo, la sed en la lengua. La distancia es la misma, igual que el tiempo a consumir, así como los edificios que adornan el tramo.
Parece que todo está más en calma, si voy yo sola. Siento el tiritar de los árboles en mi piel misma, y escucho el crujir de las hojas bajo mis pasos. Es lo mismo, si lo miras desde fuera, pero yo sé que hay algo que cambia.
Tampoco la noche es la misma si nadie me acompaña. A decir verdad, me encanta que ahora anochezca tan pronto. La oscuridad que enseguida se cierne sobre mi escritorio me da un aliento gélido pero esperanzador, como un soplo de intimidad, y sé que en la oscuridad mi mano se va a cerrar más en torno a la suya. Sobre todo si hace frío, si las mías están frías, si niega ya mis ganas de excursionarlas por las laderas de su vientre con una mirada de aviso. Rompe el juego, pero mis dedos siguen planeando recorrer su espalda un día de éstos.
No es el mismo cruce sin semáforo, ni la misma farmacia que hace esquina, ni el mismo banco donde estaba sentado aquel día, con su mochila roja y negra, desorientada yo, también de rojo y negro mis emociones.
Es distinto recorrer el trecho de su casa a la mía sola, sin el objetivo de mis planes y excursiones futuras, sin que le hable a Mirca, ni sonría con esas arrugas en los ojos... Sin que me bese en mi portal, y volverme, arriesgando mi integridad física, un segundo antes de subir las escaleras. Y verlo, casi siempre, al otro lado del cristal. Recordándome por qué es tan distinto llegar a casa si me coge él de la mano...
1 comentario:
Ais, y yo que pensaba que habia visto esta entrada en tu flog. Obviamente se merecia ser una entrada blogera
:) un besin feilla
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