Supongo que hoy sería buen momento. Supongo también que ninguno va a ser buen momento ni nada que se le pueda parecer. Pero sé que debo romper este silencio absurdo, como de rabieta infantil, en el que intento resguardarme.
Pero tampoco puedo engañarme de esta manera irrespetuosa hacia mi persona. No, porque de silencio nada. Y es que a menudo me quedo sola y en aparente calma y te escucho trastear en la cocina, buscando algo dulce que darme. Ah, mis peligrosas escapatorias a las malvadas dietas de cuando era más niña.
¿Qué puedo pensar entonces? Si te escucho, un poco alejada, si te estoy notando aquí mismo, si no entiendo por qué se me anuda la garganta así. Por eso pienso que es silencio. Pero no. No es más que las palabras que jamás te dije, que ahora pesan y pesarán como una losa, que se revisten de agua y sal y quieren salir a ver si ellas te encuentran por sí solas. Sin mí. Mezcladas con el viento.
Hace años, cuando tenía miedo y era de noche, me tranquilizaba pensando en todas las cosas que me quedaban por hacer. Empezando por el día siguiente, acababa hipotecando todo mi futuro. Solía pensar que tú deberías ver cómo me casaba, tú deberías ver mis logros y mis derrotas adultas.
¿Y ahora qué? Si me encuentro en tierra de nadie implorando a tu recuerdo que deje de serlo. Que no sea recuerdo. Que pueda tocarlo, tocarte. Que toda esta semana haya sido una pesadilla, como las de cuando era niña. ¿Qué hago, si pienso en ti y pienso que todavía estás?
Apenas a unos metros de mí, yo sentada en tu salón mirando el reloj, tú trasteando en la cocina. Es entonces cuando agito la cabeza, aturdida, apenada, porque la puerta del armario se cierra y vuelves con algo que darme. Dolor de cabeza en cada repetición del recuerdo, cada armario que se cierra en mi mente tejedora de delirios, cada lágrima que suelta mi alma en forma de suspiro. A ver si se eleva, a donde sea, y te encuentra.
1 comentario:
No dejes que pese. Sin más, déjalo ir.
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