El porqué de tanto frío. Irónico cuando ni siquiera me puedo consumir en ceniza de palabras. Será el frío.
viernes, 25 de diciembre de 2009
Ante su ausente mente se está desatando una algarabía descomunal. Es increíble que el cuerpo siga aguantando después de la noche anterior. Pero aguanta. Se mueven alegres, divertidos, dando voces, bromeando por aquí y por allá. Es un día familiar.
Sin embargo, él está ausente. Con la mirada medio vidriosa a causa del buceo incesante en los recuerdos. Hay relámpagos, de vez en cuando, de anhelos. Se reflejan en sus ojos también. Piensa en cómo gira el mundo poco a poco, cómo un día estás aquó y otro allí. El efecto mariposa. En cómo una casualidad o un mero paso hacia adelante que te hace chocar con esa persona desconocida te hace cambiar. ¿Es posible? Cuando ya creemos que nos hemos asentado. Que nuestro mundo está completo de alguna manera. ¿El error? Creerlo. Sólo se completará con la misma dama de negro. A los pies de nuestra cama.
Él sigue a su completo rollo. Moviendo entre sus dedos una miga que se ha escapado de la comilona de horas antes. Pensando.
Fundido negro. Aparece ella. Las luces de navidad le iluminan a intervalos el rostro. Su cabeza apoyada en la palma de la mano.
Apura el contenido del vaso de tubo que han besado sus labios en la última hora. Todos los hielos ya se han deshecho. Juegan al bingo y ella tapa sus números con bastante retraso; también su cabeza anda en otra parte. Se ríe en sus adentros del paso de los años y de cómo unos lo tapan. Ella piensa que cualquier momento del pasado puede aflorar inexplicablemente. Y ahí reside su ensimismamiento.
A distancia, pero con el mismo rostro, los mismos ojos soñadores y la misma arruga de preocupación enmarcándoles la cara. Les une, también, el mismo programa cutre en la tele, las voces extasiadas de la familia. Y sus almas, que vuelan.
Sin embargo, él está ausente. Con la mirada medio vidriosa a causa del buceo incesante en los recuerdos. Hay relámpagos, de vez en cuando, de anhelos. Se reflejan en sus ojos también. Piensa en cómo gira el mundo poco a poco, cómo un día estás aquó y otro allí. El efecto mariposa. En cómo una casualidad o un mero paso hacia adelante que te hace chocar con esa persona desconocida te hace cambiar. ¿Es posible? Cuando ya creemos que nos hemos asentado. Que nuestro mundo está completo de alguna manera. ¿El error? Creerlo. Sólo se completará con la misma dama de negro. A los pies de nuestra cama.
Él sigue a su completo rollo. Moviendo entre sus dedos una miga que se ha escapado de la comilona de horas antes. Pensando.
Fundido negro. Aparece ella. Las luces de navidad le iluminan a intervalos el rostro. Su cabeza apoyada en la palma de la mano.
Apura el contenido del vaso de tubo que han besado sus labios en la última hora. Todos los hielos ya se han deshecho. Juegan al bingo y ella tapa sus números con bastante retraso; también su cabeza anda en otra parte. Se ríe en sus adentros del paso de los años y de cómo unos lo tapan. Ella piensa que cualquier momento del pasado puede aflorar inexplicablemente. Y ahí reside su ensimismamiento.
A distancia, pero con el mismo rostro, los mismos ojos soñadores y la misma arruga de preocupación enmarcándoles la cara. Les une, también, el mismo programa cutre en la tele, las voces extasiadas de la familia. Y sus almas, que vuelan.
lunes, 21 de diciembre de 2009
Yo quiero ser esa chica que asoma las pestañas tímidamente entre tus líneas cuando empiezas a crearla. Hazme el favor y olvidemos que nos conocemos. Sí. Vamos a borrar todos los recuerdos que nos unen y así mañana seremos maravillosamente desconocidos y yo podré ser esa chica.
Estoy segura de que quiero. De que quiero ser ella. Y así vivir las historias que escribes en primera persona y que me tocan un poco el alma porque sigo siendo una romántica, y más aún una lectora romántica. Me desnudo entera y así me tienes, y me guías como quieras cuando construyas esos versos. Aunque recuerda que mañana ya no nos conoceremos, que ya no seremos cercanos para conocernos de nuevo desde lejos y así reinventar todo lo que ya hemos hecho. ¿Te parece? A mí me convence bastante la idea.
Espero que aceptes. Y así mañana, o cuando se crucen nuestras pupilas, nos descubrimos, nos causamos interés, nos observamos un tiempo y vamos rozándonos; por equivocación, a idea, poco a poco... Y construimos un mundo. Cuidaré con el juego porque no quiero que te escapes. Volverás a llevarme al cine y no sé qué pasará esta vez: si perderé de nuevo las entradas y me avergonzaré tanto, tanto, que pensaré otra vez eso de madre mía, apenas me conoce y pierdo las entradas, va a pensar que además de torpe soy idiota. O qué.
Tal vez haya nevado lo suficiente para que desees que me caiga en la nieve, y sea esa chica que se ha dejado las alas de hada del invierno en casa, preciosa entera, que te ayude a levantar cuando seas tú, tan loco como siempre, quien te caigas en la gran alfombra de nieve.
Estoy segura de que quiero. De que quiero ser ella. Y así vivir las historias que escribes en primera persona y que me tocan un poco el alma porque sigo siendo una romántica, y más aún una lectora romántica. Me desnudo entera y así me tienes, y me guías como quieras cuando construyas esos versos. Aunque recuerda que mañana ya no nos conoceremos, que ya no seremos cercanos para conocernos de nuevo desde lejos y así reinventar todo lo que ya hemos hecho. ¿Te parece? A mí me convence bastante la idea.
Espero que aceptes. Y así mañana, o cuando se crucen nuestras pupilas, nos descubrimos, nos causamos interés, nos observamos un tiempo y vamos rozándonos; por equivocación, a idea, poco a poco... Y construimos un mundo. Cuidaré con el juego porque no quiero que te escapes. Volverás a llevarme al cine y no sé qué pasará esta vez: si perderé de nuevo las entradas y me avergonzaré tanto, tanto, que pensaré otra vez eso de madre mía, apenas me conoce y pierdo las entradas, va a pensar que además de torpe soy idiota. O qué.
Tal vez haya nevado lo suficiente para que desees que me caiga en la nieve, y sea esa chica que se ha dejado las alas de hada del invierno en casa, preciosa entera, que te ayude a levantar cuando seas tú, tan loco como siempre, quien te caigas en la gran alfombra de nieve.
sábado, 19 de diciembre de 2009
Es tan sencillo como desplegar el mantel para poner la mesa de todos los días, y de repente un relámpago en la mente.
Ay, pero si hoy como sola...
Así se crea la burbuja más egocéntrica en la que puedo refugiarme. Me abro a mí misma, y mira que parece lo más fácil del mundo y qué difícil es, y mientras me llevo a los labios el vaso de agua pienso mirando sin ver nada, en un torbellino de esos peligrosos, que empiezas con recuerdos y acabas echando de menos, anhelando, deseando, preguntándote por qué. Mi mundo desordenado en dos segundos, saltando a mi vista.
Ayer entré en mi último mes de dulce adolescencia justificada. Por lo de siempre, por la burocracia de las normas establecidas y lo que dicta tu carné de identidad. Pero, ay, en menos de un mes seré oficialmente adulta y no dejo de preguntarme para qué. Eso por una parte. Porque, por la otra, por qué. Por qué tienen tantas ganas de cambio y de adultez, y tan pocas de crecer siendo todavía niños. Y sí, lo dejamos atrás y a menudo nos asusta acercarnos en días de estos de soledad y cielo nublado, porque el recuerdo duele cuando se convierte en cenizas.
Pero ayer me susurraron que qué guapa estaba cuando reía. Cuando reía de verdad, cerrando los ojos y mostrando mi rostro con más arrugas y más niñez que nace en cada carcajada. La tristeza es demasiado fácil cuando crecemos. Bueno, cuando cumplimos años, estemos o no dispuestos a crecer de verdad y no sólo para entrar en los bares. Van flaqueando nuestras ganas de luchar y de revolverlo todo a golpe de locura. Ah, ¿y por qué?
Sólo espero saber cumplir años y no olvidarme de lo que dejo atrás. Ni amilanarme ante el cambio, y disfrutar. Qué aburrida, pensaréis, pensando tanto en el futuro... Bueno. ¿Responsable? No. Soñadora...
Ay, pero si hoy como sola...
Así se crea la burbuja más egocéntrica en la que puedo refugiarme. Me abro a mí misma, y mira que parece lo más fácil del mundo y qué difícil es, y mientras me llevo a los labios el vaso de agua pienso mirando sin ver nada, en un torbellino de esos peligrosos, que empiezas con recuerdos y acabas echando de menos, anhelando, deseando, preguntándote por qué. Mi mundo desordenado en dos segundos, saltando a mi vista.
Ayer entré en mi último mes de dulce adolescencia justificada. Por lo de siempre, por la burocracia de las normas establecidas y lo que dicta tu carné de identidad. Pero, ay, en menos de un mes seré oficialmente adulta y no dejo de preguntarme para qué. Eso por una parte. Porque, por la otra, por qué. Por qué tienen tantas ganas de cambio y de adultez, y tan pocas de crecer siendo todavía niños. Y sí, lo dejamos atrás y a menudo nos asusta acercarnos en días de estos de soledad y cielo nublado, porque el recuerdo duele cuando se convierte en cenizas.
Pero ayer me susurraron que qué guapa estaba cuando reía. Cuando reía de verdad, cerrando los ojos y mostrando mi rostro con más arrugas y más niñez que nace en cada carcajada. La tristeza es demasiado fácil cuando crecemos. Bueno, cuando cumplimos años, estemos o no dispuestos a crecer de verdad y no sólo para entrar en los bares. Van flaqueando nuestras ganas de luchar y de revolverlo todo a golpe de locura. Ah, ¿y por qué?
Sólo espero saber cumplir años y no olvidarme de lo que dejo atrás. Ni amilanarme ante el cambio, y disfrutar. Qué aburrida, pensaréis, pensando tanto en el futuro... Bueno. ¿Responsable? No. Soñadora...
miércoles, 16 de diciembre de 2009
Me siento tan desastre que giraría y tiraría la llave bien lejos. Por no creerme palabras que yo misma digo, por ingenua, por exigente y dura como la piedra. Creo que tendré que llevar un cartel de que yo también siento. Y bastante, como todos los seres humanos que tienen aprecio por la vida, y por todos sus elementos. Aunque a veces duelan y duela yo misma.
lunes, 14 de diciembre de 2009
(Nadie sonríe. Absolutamente nadie sonríe. La pelirroja solloza en silencio sentada justo en la silla de la esquina, donde la sombra es más pronunciada porque la luz llega oblicuamente desde las dos paredes que la forman, pero nadie la mira. Uno de ellos está en la barra pidiendo otra jarra de cerveza, los tres hombres restantes miran al suelo).
-Pero si ni me llamabas, joder. (Una de ellas rompe el silencio. La morena).
-Uy, cierto. Pero, ya ves, después de que intentaras ligarte a mi novio me daba por el saco llamarte. Completamente. (Sorpresa en la mesa. Agitación general, como cuando te haces partícipe de una verdad incómoda que tú ya sabías. No obstante, un respingo llama más la atención. El chico de la barra. El antiguo novio).
-Oye... (La pelirroja intenta calmar los ánimos, por si no están suficientemente caldeados).
-No empieces con lo mismo. ¿Qué pasa? No era yo la única que calentaba. Tu novio también rondaba, eh. Pero yo quería seguir siendo tu amiga, ¿no te das cuenta? Es que por querer hacer las cosas bien al final me vi metida en un lío del quince.
(Todos miran a la morena. Parece triste: en sus adentros se libera la tormenta interna del recuerdo).
-¿Las cosas bien? (El antiguo novio habla).
-Sí. Bien.
-Yo me voy. Os juro que no quiero seguir viéndoos las caras. ¡Estamos hechos de mentiras! No decimos otra cosa. Mentiras, mentiras, mentiras. Así que mejor me voy.
(Hace ademán de irse, dejando su jarra de cerveza pagada aún sobre la barra).
-Espera, Andrés. Por favor. (Uno de los otros chicos interviene) En teoría, estamos aquí para arreglar lo nuestro, ¿no? Nos han juntado una serie de situaciones extrañas, pero...
-¿Extrañas? (La morena sigue enfadada). Pero si no sabemos quién ha podido ser, por Dios.
-Sí que lo sabemos. El mismo que firmó la nota. (La pelirroja, con lágrimas todavía en las mejillas, parece firme pese a su debilidad aparente).
-Ah, no. Eso no lo volvemos a discutir. No vayamos a volvernos locos; cuando no puede ser, no puede ser.
-¿Pero por qué no? ¡Chicos! (Solloza). Debemos creer en él. Tal vez ya lo sabía, puede que... no sé. Buf. Que él ya lo supiera, ¿no? Y por eso nos escribió a cada uno de nosotros, para... reencontrarnos.
-Nos íbamos a encontrar de todas formas. (Uno de los chicos musita, la morena lo mira).
(La pelirroja continúa sin haber oído nada).
-O también quizá... no sé, existe la posibilidad de que él mismo... De que él mismo lo provocara.
-¿Qué? (Vuelve a hablar el mismo chico. La chica morena cierra los ojos, cansada, infitamente cansada. El rostro del chico está desencajado). ¿Qué cojones estás insinuando? ¡Eso ni en broma! Ni en broma, joder, Ángela. Deja ya de decir gilipolleces. La nota era innecesaria porque ya nos íbamos a encontrar si todavía nos quedaba un poco de vergüenza.
-Cómo... (La pelirroja, Ángela, vuelve a llorar).
-¿Que cómo? ¿Me estás diciendo que sin la dichosa nota, que no pudo escribir él, no habríamos acudido a su entierro? A ver, Ángela. Él no pudo enviarla, sencillamente porque no sabía que iba a morir.
(Andrés ha vuelto a la mesa después de su amago; bebe de su jarra con tranquilidad. La otra chica lo mira de soslayo. El que acaba de hablar y de decir lo que ninguno quería oír, Marcos, sostiene la mirada de la morena. La pelirroja sigue llorando, ya callada. Otro juega con el cenicero. Hay un ambiente extremedamante incómodo. Y, por supuesto, absolutamente nadie sonríe).
-Pero si ni me llamabas, joder. (Una de ellas rompe el silencio. La morena).
-Uy, cierto. Pero, ya ves, después de que intentaras ligarte a mi novio me daba por el saco llamarte. Completamente. (Sorpresa en la mesa. Agitación general, como cuando te haces partícipe de una verdad incómoda que tú ya sabías. No obstante, un respingo llama más la atención. El chico de la barra. El antiguo novio).
-Oye... (La pelirroja intenta calmar los ánimos, por si no están suficientemente caldeados).
-No empieces con lo mismo. ¿Qué pasa? No era yo la única que calentaba. Tu novio también rondaba, eh. Pero yo quería seguir siendo tu amiga, ¿no te das cuenta? Es que por querer hacer las cosas bien al final me vi metida en un lío del quince.
(Todos miran a la morena. Parece triste: en sus adentros se libera la tormenta interna del recuerdo).
-¿Las cosas bien? (El antiguo novio habla).
-Sí. Bien.
-Yo me voy. Os juro que no quiero seguir viéndoos las caras. ¡Estamos hechos de mentiras! No decimos otra cosa. Mentiras, mentiras, mentiras. Así que mejor me voy.
(Hace ademán de irse, dejando su jarra de cerveza pagada aún sobre la barra).
-Espera, Andrés. Por favor. (Uno de los otros chicos interviene) En teoría, estamos aquí para arreglar lo nuestro, ¿no? Nos han juntado una serie de situaciones extrañas, pero...
-¿Extrañas? (La morena sigue enfadada). Pero si no sabemos quién ha podido ser, por Dios.
-Sí que lo sabemos. El mismo que firmó la nota. (La pelirroja, con lágrimas todavía en las mejillas, parece firme pese a su debilidad aparente).
-Ah, no. Eso no lo volvemos a discutir. No vayamos a volvernos locos; cuando no puede ser, no puede ser.
-¿Pero por qué no? ¡Chicos! (Solloza). Debemos creer en él. Tal vez ya lo sabía, puede que... no sé. Buf. Que él ya lo supiera, ¿no? Y por eso nos escribió a cada uno de nosotros, para... reencontrarnos.
-Nos íbamos a encontrar de todas formas. (Uno de los chicos musita, la morena lo mira).
(La pelirroja continúa sin haber oído nada).
-O también quizá... no sé, existe la posibilidad de que él mismo... De que él mismo lo provocara.
-¿Qué? (Vuelve a hablar el mismo chico. La chica morena cierra los ojos, cansada, infitamente cansada. El rostro del chico está desencajado). ¿Qué cojones estás insinuando? ¡Eso ni en broma! Ni en broma, joder, Ángela. Deja ya de decir gilipolleces. La nota era innecesaria porque ya nos íbamos a encontrar si todavía nos quedaba un poco de vergüenza.
-Cómo... (La pelirroja, Ángela, vuelve a llorar).
-¿Que cómo? ¿Me estás diciendo que sin la dichosa nota, que no pudo escribir él, no habríamos acudido a su entierro? A ver, Ángela. Él no pudo enviarla, sencillamente porque no sabía que iba a morir.
(Andrés ha vuelto a la mesa después de su amago; bebe de su jarra con tranquilidad. La otra chica lo mira de soslayo. El que acaba de hablar y de decir lo que ninguno quería oír, Marcos, sostiene la mirada de la morena. La pelirroja sigue llorando, ya callada. Otro juega con el cenicero. Hay un ambiente extremedamante incómodo. Y, por supuesto, absolutamente nadie sonríe).
martes, 1 de diciembre de 2009
Digamos que tú y yo nos llevamos bien. Porque nos llevamos bien, ¿verdad? Nos llevamos mejor en otros tiempos, pero eso todavía no ha pasado. ¿No crees? Sonríes, no sonrías, que hablo en serio. ¿No te parecería que podríamos pasarlo bien, tú y yo, un ratito? Como en los viejos tiempos... ¿Te acuerdas? Nada más que un rato de piel y de calor del que nos hace falta. Porque a ti te hace falta, ¿no? Por qué sonríes... Me gusta tu sonrisa, porque sonríes sin impedir que se te noten las arrugas. Aunque la mejor sonrisa era la que ponías por las mayores tonterías. ¿Aún las pones? Como cuando atrapabas con la cuchara la bolsita de té y la dejabas escapar de golpe, y el agua se teñía de color pardo. Sonreías entonces. Pero a lo que iba... ¿No nos lo pasamos bien? Hablando, haciéndonos rabiar y eso. Nos llevamos bien. Podríamos emplearlo, y ya que nuestros cuerpos se conocen dialogar otra vez. Una vez más. Es que me parece divertido. ¿No? Ay, como cuando te tropezabas con el bajo del edredón. Sí, claro, sin sentimientos. Diversión, ya te lo he dicho. Bueno, uno sí que habría, ya me perdonarás. La mentira. Mentir porque aún te quiero y me muero por contemplarte desnuda. Como cuando...
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