Es tan sencillo como desplegar el mantel para poner la mesa de todos los días, y de repente un relámpago en la mente.
Ay, pero si hoy como sola...
Así se crea la burbuja más egocéntrica en la que puedo refugiarme. Me abro a mí misma, y mira que parece lo más fácil del mundo y qué difícil es, y mientras me llevo a los labios el vaso de agua pienso mirando sin ver nada, en un torbellino de esos peligrosos, que empiezas con recuerdos y acabas echando de menos, anhelando, deseando, preguntándote por qué. Mi mundo desordenado en dos segundos, saltando a mi vista.
Ayer entré en mi último mes de dulce adolescencia justificada. Por lo de siempre, por la burocracia de las normas establecidas y lo que dicta tu carné de identidad. Pero, ay, en menos de un mes seré oficialmente adulta y no dejo de preguntarme para qué. Eso por una parte. Porque, por la otra, por qué. Por qué tienen tantas ganas de cambio y de adultez, y tan pocas de crecer siendo todavía niños. Y sí, lo dejamos atrás y a menudo nos asusta acercarnos en días de estos de soledad y cielo nublado, porque el recuerdo duele cuando se convierte en cenizas.
Pero ayer me susurraron que qué guapa estaba cuando reía. Cuando reía de verdad, cerrando los ojos y mostrando mi rostro con más arrugas y más niñez que nace en cada carcajada. La tristeza es demasiado fácil cuando crecemos. Bueno, cuando cumplimos años, estemos o no dispuestos a crecer de verdad y no sólo para entrar en los bares. Van flaqueando nuestras ganas de luchar y de revolverlo todo a golpe de locura. Ah, ¿y por qué?
Sólo espero saber cumplir años y no olvidarme de lo que dejo atrás. Ni amilanarme ante el cambio, y disfrutar. Qué aburrida, pensaréis, pensando tanto en el futuro... Bueno. ¿Responsable? No. Soñadora...
Ay, pero si hoy como sola...
Así se crea la burbuja más egocéntrica en la que puedo refugiarme. Me abro a mí misma, y mira que parece lo más fácil del mundo y qué difícil es, y mientras me llevo a los labios el vaso de agua pienso mirando sin ver nada, en un torbellino de esos peligrosos, que empiezas con recuerdos y acabas echando de menos, anhelando, deseando, preguntándote por qué. Mi mundo desordenado en dos segundos, saltando a mi vista.
Ayer entré en mi último mes de dulce adolescencia justificada. Por lo de siempre, por la burocracia de las normas establecidas y lo que dicta tu carné de identidad. Pero, ay, en menos de un mes seré oficialmente adulta y no dejo de preguntarme para qué. Eso por una parte. Porque, por la otra, por qué. Por qué tienen tantas ganas de cambio y de adultez, y tan pocas de crecer siendo todavía niños. Y sí, lo dejamos atrás y a menudo nos asusta acercarnos en días de estos de soledad y cielo nublado, porque el recuerdo duele cuando se convierte en cenizas.
Pero ayer me susurraron que qué guapa estaba cuando reía. Cuando reía de verdad, cerrando los ojos y mostrando mi rostro con más arrugas y más niñez que nace en cada carcajada. La tristeza es demasiado fácil cuando crecemos. Bueno, cuando cumplimos años, estemos o no dispuestos a crecer de verdad y no sólo para entrar en los bares. Van flaqueando nuestras ganas de luchar y de revolverlo todo a golpe de locura. Ah, ¿y por qué?
Sólo espero saber cumplir años y no olvidarme de lo que dejo atrás. Ni amilanarme ante el cambio, y disfrutar. Qué aburrida, pensaréis, pensando tanto en el futuro... Bueno. ¿Responsable? No. Soñadora...
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