sábado, 19 de diciembre de 2009

Es tan sencillo como desplegar el mantel para poner la mesa de todos los días, y de repente un relámpago en la mente.
Ay, pero si hoy como sola...

Así se crea la burbuja más egocéntrica en la que puedo refugiarme. Me abro a mí misma, y mira que parece lo más fácil del mundo y qué difícil es, y mientras me llevo a los labios el vaso de agua pienso mirando sin ver nada, en un torbellino de esos peligrosos, que empiezas con recuerdos y acabas echando de menos, anhelando, deseando, preguntándote por qué. Mi mundo desordenado en dos segundos, saltando a mi vista.

Ayer entré en mi último mes de dulce adolescencia justificada. Por lo de siempre, por la burocracia de las normas establecidas y lo que dicta tu carné de identidad. Pero, ay, en menos de un mes seré oficialmente adulta y no dejo de preguntarme para qué. Eso por una parte. Porque, por la otra, por qué. Por qué tienen tantas ganas de cambio y de adultez, y tan pocas de crecer siendo todavía niños. Y sí, lo dejamos atrás y a menudo nos asusta acercarnos en días de estos de soledad y cielo nublado, porque el recuerdo duele cuando se convierte en cenizas.

Pero ayer me susurraron que qué guapa estaba cuando reía. Cuando reía de verdad, cerrando los ojos y mostrando mi rostro con más arrugas y más niñez que nace en cada carcajada. La tristeza es demasiado fácil cuando crecemos. Bueno, cuando cumplimos años, estemos o no dispuestos a crecer de verdad y no sólo para entrar en los bares. Van flaqueando nuestras ganas de luchar y de revolverlo todo a golpe de locura. Ah, ¿y por qué?

Sólo espero saber cumplir años y no olvidarme de lo que dejo atrás. Ni amilanarme ante el cambio, y disfrutar. Qué aburrida, pensaréis, pensando tanto en el futuro... Bueno. ¿Responsable? No. Soñadora...

No hay comentarios: