Si hablarais con mi corazón os diría que está harto de la que le da de comer, porque parece que no se pone de pie, que sigue de rodillas, como a mitad de la caída y del acto de levantarse. Que no entiende por qué la debilidad no remite, si sigue alimentándose.
Ya ha pasado mucho tiempo, y la sombra del fin de año y de cambiar de cifra en mi edad no son más que susurros sobre que debería haber remitido esta tristeza hace mucho tiempo. No voy a mentir, claro que ha remitido, porque en los paisajes oscuros en los que se convirtieron mis adentros brilla bizqueante el sol. Pero es esta tristeza, este sentimiento de vida agotada, la que siempre vuelve y se queda a dormir conmigo. Es como sentir que no tienes un lugar en el mundo, que tu tiempo aquí ha expirado y se han enterado todos menos tú misma.
Ya ni siquiera me cansan los tecleos de noche aderezados con agua y sal, porque se han pegado a mi piel como parte de mi rutina. Es una putada tener inspiración sólo cuando estás triste.
Se me comen los días, como si hubiera una cuenta atrás que resonara en mi oído constantemente. Tic-tac, tic-tac, tic-tac. Pero lo verdaderamente macabro es que no hay cuenta atrás, ni meta, ni objetivo que cumplir. Sólo días. Días, días, días. Días que van pasando y se queman. Si le preguntáis a mi corazón os dirá que se quedó en marzo; que aunque entonces el dolor era enorme, al menos se sentía vivo.
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