Una madre coloca a sus hijos delante de una fuente en el Paseo Independencia para hacerles una foto. Son dos niños que, siendo el mayor de unos diez años y la pequeña de unos siete, me recuerdan inevitablemente a mi hermano y a mí. No es una fuente ni siquiera bonita, pero la estampa me hace sonreír. Sonrío por los tiempos perdidos. Por cuando no existía el tedio sino solamente la impaciencia y por cuando la vida estaba por estrenar y no pesaban los días, sino el ansia de más. Sonrío por un tiempo efímero que creemos que va a durar para siempre porque se hace interminable en primera persona pero luego parece tan fugaz visto reflejado en unos ojos ajenos.
Sonrío por todo ello, pero los ojos esta vez no acompañan a los labios.
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