Los pasos apresurados de Carlos resonaron en el pasillo como cuando se perturba la paz de un cementerio. Había estado horas dudando acerca de si ir o no al hospital, y al final se había decidido como un loco sintiéndose imbécil por no haber tomado la decisión antes. Por eso corría. Por eso y porque se estaba sintiendo intimidado por el silencio y el aspecto inhumano de aquel lugar.
- Joder, no hay ni dios.
Tenía el número de la habitación adonde se dirigía apuntado en el dorso de la mano y mientras lo volvía a mirar una vez más sus ojos se tropezaron con su objetivo. Vio a María, caminando hacia él con el paquete de tabaco en la mano, y a los segundos sintió sus brazos rodeando su cuello con esa serenidad tan tierna y tan distante. Tan de María.
- ¿Pero por qué has venido, idiota?
- ¿Tú no habías dejado de fumar, flipada?
- Estoy de los nervios. Si no fumo estoy de un mal humor insoportable. Además así me escapo diez minutos con excusa.
- ¿Vas a la calle?
- Qué va, voy a la escalera. Que les den a todos, que parece que hoy aquí no trabaja ni Cristo, lo cual es hasta gracioso.
- Anda, te acompaño.
María lo miró un breve segundo debatiéndose entre el agradecimiento y la intriga. No podía negar que había deseado que alguien viniera y lo habría dicho a gritos en mitad de ese sitio lúgubre y artificial si no se hubiera autoconvencido para mantener la compostura. Guió a Carlos hasta la escalera en ese laberinto de habitaciones, lloriqueos, horas de espera y pitidos rítmicos e insoportables. Una vez allí buscó con manos temblorosas el mechero y se encendió un cigarro mientras observaba el exterior a través de la ventana. Un aparcamiento en mitad de la noche, apenas con coches; María se preguntó si eso sería buena o mala señal.
- ¿Qué tal está tu hermano?
- Bueno, ya sabes cómo es... Se ha ido hace un rato a darse una ducha, y así veía a los críos un poco antes de que se fueran a dormir. No dice palabra, lo lleva a su manera. ¿No has hablado con él?
- ¿Eh? Sí, sí, claro - se apresuró a aclarar Carlos-. Pero por saber cómo lo veías tú.
- Pues ya lo conoces. Sobrevive. Como todos.
No se oía a nadie en el hospital. Eran las doce de la noche de un día extraño.
- Dame un pitillo, anda.
María amagó para acabar dándole el cigarro a la tercera y mientras sonreía le preguntó que si no tenía familia o qué, a esas horas en el hospital.
- No seas capulla. He cenado con ellos, pero estaba inquieto... Quería venir y punto.
- Ay, cacho de pan... Muchas gracias por venir. - Esta vez fue Carlos el que sonrió, pasándole el brazo por encima a María.- Me estaba a empezando a volver loca. Te lo digo en serio. Más días aquí y, en fin...
- Ya, tiene que ser difícil. Por eso quería ve...
- ¿Difícil? No sé, Carlos, y perdona que te corte... No es porque sea Navidad ni moñadas de esas. No sé. Me meto a Facebook desde el móvil o miro Whatsapp y todavía me pongo de más mala hostia. Veo que la gente se queja, se queja, se queja, y me hacen sentir como el culo por quejarme de unas putas navidades en el hospital mientras mi madre se muere porque pienso que si estos gilipollas se quejan y me ponen mala seguramente alguien se ponga malo al ver mis quejas de mierda. Dios.
Carlos no dijo nada porque sabía que María iba a seguir. Cuando comenzaba a soltar todos los monstruos que llevaba dentro era mejor dejarla hasta que acabara exhausta pero tranquila. Había tenido demasiados momentos similares con ella como para conocerla.
- Tío, no sé... ¿Por qué me enfado tanto? Me paso el día enfadada y acabo agotada de todo. Pero es que veo cómo hablan de sus resacas, de la noche de fiesta que se van a pegar, que suben fotos de los platos que había encima de la mesa... Hostias, y encima se quejan. ¿Pero por qué se quejan, Carlos? ¿No estamos en Navidad? ¿No es hoy la puta noche de Nochebuena? ¿Qué más quieren?
- Pero, a ver, María, no te fíes de lo que escriben en Facebook, si ya sabes que la mitad es por aparentar.
- Ya, pero no sé... ¿Tienen que ser más pedantes por que sea Navidad? No entiendo por qué me ponen tan furiosa. Supongo que porque en el fondo me gustaría estar escribiendo las mismas chorradas que ellos y subir una jodida foto mía con una diadema de reno. Yo qué sé... No te rías, coño.
- Me río porque eso no te lo crees ni tú. Tú no eres así de simple.
María pensó unos segundos en las últimas palabras de Carlos e incluso le jodió que tuviera razón. Ella no era así. A ella siempre le habían pesado más estas fechas, era la típica a la que le daba por deprimirse el día 25 de diciembre pensando en la hipocresía de la gente y en por qué no podía pensar en otra cosa y simplemente disfrutar de la familia que le quedaba.
- Carlos, es... es... esta rabia de mierda. - Dio una calada. Paladeó el humo como quien paladea una idea que pugna por romper el equilibrio que uno mismo se ha marcado.- Que me destroza la vida. Te juro... que me la destroza.
Carlos vislumbró el reflejo de la luz de la escalera en un par de lágrimas que corrían por las mejillas de María. Se quedó mirando ese cristal terrenal. En parte entendía a María, entendía su ira, pero no podía compartir esa tristeza de la que siempre se embebía María en Navidad. Era obvio que este año la alegría no podía habitar las paredes de aquella habitación de hospital que llevaba escrita en el dorso de su mano, pero María siempre... Siempre se dejaba enterrar por la pesadumbre. Ella decía que era porque no le gustaba aparentar como había hecho su madre, que le daba pavor convertirse en una autómata sonriente, pero a veces Carlos quería agarrarla de los hombros y agitarla para que despertara y viviera un poco más. Para que dejara de cargarse con las miserias de todo el mundo que le rodeaba y riera un poco más. Solamente un poco más.
- ¿Hace cuánto que conozco a tu hermano, María?
- Pues... no sé-. Se secó los ojos con cansancio-. Desde que teníais veinte años o así, ¿no?
- Sí... Eso creo.
- ¿Por?
- Porque entonces debo de llevar como seis u ocho años enamorado de ti.
En ese momento, que Carlos había dibujado tantas veces en su cabeza, justo en ese momento, a María le dio por reírse.
- ¿Enamorado? Anda, que no tienes cuento tú.
- ¿Qué?
- Pues que qué dices de amor, vamos a ver. ¿Amor? Pues vaya drama de vida, ¿no? Enamorado y viéndome hasta en la sopa.
- Joder, María...
- ¿Te he roto el momento de peli de Hollywood?
- Si lo sé no abro la puta boca.
María apartó sus ojos de la ventana y se volvió hacia Carlos, que ahora evitaba su mirada mientras apuraba el cigarro con el ceño fruncido de disgusto. Entonces lo abrazó colocando su cabeza debajo de su barbilla como había hecho miles de veces desde que no era más que una cría que empezaba a vivir por sí misma. Si echaba la vista atrás y recorría sus recuerdos, los que habían permanecido entre la maraña de vivencias, ahí estaba Carlos.
- No me lo tomo a broma, Carlos - le dijo María mientras notaba cómo le devolvía el abrazo con fuerza-. Creo que lo sabía antes de que me lo dijeras, como creo que tú sabes que también siento cosas. Siempre hemos tenido algo, aunque estuviéramos con otras personas - aclaró al notar que Carlos se había sobresaltado.- Será posible... De todos los momentos que hemos podido tener eliges este, qué original eres, eh...
Carlos la separó un poco de sí y la miró intentando desentrañar sus pensamientos. María solía ser un enigma. Allí, en ese abrazo robado al sinsabor de un hospital, supo por qué le dolían siempre las frustraciones y los dolores de ella.
- Carlos.
- ¿Qué?
- Te puedo besar ahora porque tengo ganas de besarte, y seguramente mañana también las tendré, y el día siguiente y... y si pasa algo... algo malo estoy segura de que querré que estés conmigo, pero...
- ¿Pero qué?
- Ya me conoces. Esto no es buena idea. Ya sabes cómo soy, tú has visto qué les ha ocurrido a los tíos con los que he estado.
- No me jodas, María, qué tendrá que ver.
- ¿Que qué tendrá que ver? Ya dije que no quería volver a hacerle daño a nadie. Si tuviera que escoger a una persona para romper esa promesa, ¿cómo te voy a elegir a ti? ¿Estamos locos? Eres de las mejores personas que tengo, Carlos.
- ¡Pero mira que eres pesada! Ven.
- ¿Me vas a felicitar la Navidad a lo Love Actually?
- ¡A callar!
María se separó entonces de Carlos y lo cogió de la mano mientras su mirada iba de la ventana a la puerta que daba a los pasillos del hospital. Pisó el cigarro que acababa de tirar.
- Carlos, Carlos...
- ¿Quéeee?
- Vamos a la calle mejor, anda. Está prohibido fumar aquí.
2 comentarios:
Fan!!
Sabes? creo que al final no somos tan diferentes. Si a ti te ha gustado escribir esto y a mi leerlo, nos mueven cosas parecidas. Y aquí, además de una escena muy bonita (que me ha gustao, de verdad!!) veo guiones y cortos.
Feliz navidad y feliz lo que venga :)
Cómo puedes ser tan buena?? :D
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