miércoles, 19 de abril de 2017

Se acercan semanas llenas de kilómetros.

Tengo la tripa invadida por millones de danzantes que llevan días de fiesta usando como pista mi estómago.
Respiro y el pecho se me llena de un dulzor cálido.
Miro a mi derecha y a mi izquierda y me veo rodeada de días cada vez con más sol que me empujan a vivir el siguiente.
No desecho ni uno de los días de mi semana. Ni uno. Y eso me hace sentir muy satisfecha.
No odio los lunes.
No puedo hacerlo.
Para mí la única diferencia entre los días de la semana la marca mi oficina. Nada más. No soy capaz de lamentar ni uno de ellos, sea lunes o sábado.
Hacía tiempo.
Que.
No.
Me.
Sentía. Siento.
Tan viva.
Viva.

Las dos caras de la viveza siempre se reducen a que todo lo bueno se vive intensamente, y también lo malo.
Hay días más grises, ratos más mustios, minutos más largos.
Pero no importa.
Respiro y el pecho se me llena de vida.
Las carcajadas son reales.
Los pasos fuertes.
Estoy aquí. Ahora. En este preciso momento. Y me siento afortunada.
Y eso.
Justo eso.
Es lo que vertebra mi existencia.

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