¿Pudo ser este el primer lugar que me impresionó de Madrid? Como casi todos los que lo ven por primera vez, yo tampoco pensaba que el cuadro de Pablo Picasso que hoy descansa en el Museo Reina Sofía fuera a ser tan inmenso. Y no sólo por su tamaño.
La primera vez que lo vi todavía no vivía aquí. Tampoco sospechaba -creo- que iba a hacerlo alguna vez. Ya cuando volví a contemplarlo fue con Astrid, en el curso de uno de esos paseos de kilómetros que dábamos en nuestras primeras semanas en la capital. Siempre que pienso en los inicios de mi vida aquí no puedo evitar saltar automáticamente al pensamiento de que sin ella no habría podido hacerlo.
Desde entonces he vuelto varias veces, casi siempre acompañada de personas que me importan y a las que les quería mostrar, lo supieran o no, uno de mis rincones favoritos de Madrid. Volví a pasear por la sala del Guernica con Yago, Camacho, Javi, Mónica, y casi, si una discusión no me hubiera retrasado injustamente, con Roberto y Leticia... Por nombrar algunos al azar.
Ayer volví cogida de la mano de A. porque quería que él también lo viera, ya independientemente de que me guste o no; creo que es una parada obligatoria si se pasa por la capital, teniendo en cuenta que se puede acceder a él de manera gratuita. No sé qué tiene este cuadro, ni la sala que lo contiene, siempre llena de personas que entran al museo en gran parte para ver esta obra. No sé qué tiene que me atrapa, de alguna manera.
Y ayer se iba abriendo paso en mi estómago una melancolía profunda pero indolora, que lleva haciéndose hueco en mis ojos desde que aterrizamos hace unos días. No pesa, porque no me arrepiento de mis decisiones, ni de todas las veces que he vuelto a este mismo lugar, ya fuera buscando frío o calor. Sin embargo es innegable que la incógnita, en parte, me asusta. Me asusta perderme y cuando no sea capaz de encontrarme no tener la opción de volver a la sala del Guernica, para ver si así se me aclara la mente.
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