Hay personas que desaparecen de repente. Un día uno se empeña en buscar sus huellas y solo descubre marcas borradas con prisas, y a pesar de ello resulta imposible seguir su rastro.
Debo ser sincera y comenzar diciendo que apenas pienso en ti. Con el tiempo mi mente se ha acostumbrado a no tener la intención de buscarte en ningún hueco, salvo en contadas ráfagas que aparecen guiadas por una de esas piedras que todavía me llevan a ti. Entonces, de manera fugaz, hallo alguna emoción: a veces me siento enfadada, otras intento imaginar cómo estarás, y en ocasiones más reducidas me pregunto por qué sin poder sacudirme de encima una indiferencia algo triste.
He decidido enterrarte para que no vengas conmigo a mi 2020. No voy a quemarte, como sí sé que haré con otras partes que sé que solamente me suman peso de ese que me hace consciente de que es el momento de desprenderme. Cuando uno quema algo lo está eliminando convirtiéndolo en polvo y cenizas; enterrar algo muerto, en cambio, es darle la oportunidad de que sirva de abono para la nueva vida que viene.
Supongo que por eso te escribo esta carta, una carta que sé que no llegarás a leer, pero me sorprende teclear sin intención de que lo hagas. Supongo que es una manera más de hablarme a mí, de dialogar conmigo misma antes de dejarte ir definitivamente.
Hoy he reflexionado que tal vez no te atendí como esperabas. Creo que una parte de ti siempre me vio de una forma que nunca fui. Me contemplabas como un verano que no llegabas a alcanzar, y es posible que te cansaras de caminar conmigo entre unas nieblas que creías aceptar. ¿De verdad te gustaba este gris que nos rodeaba casi de manera invariable? ¿O te abrías paso entre la bruma esperando unos rayos de sol que jamás llegaron? La verdad, no lo sé; no puedo saberlo, pues tu elección fue desaparecer sin palabras ni avisos, amparándote en un silencio que se extiende hasta hoy.
Lo más importante es que no te culpo. Hoy he recordado con alegría sincera nuestras conversaciones, y he apreciado tu espíritu de niño y tus miedos y tu pereza tan de adulto. Siempre me he sentido hastiada ante las preguntas que no llegan a responderse, pero yo misma también he escogido en algunas ocasiones cambiar de sendero sin avisar, aunque nunca en las mismas circunstancias. Cada persona elige sus opciones, de eso no tengo ninguna duda, y desencuentros así también me han enseñado a asumir y aceptar.
A veces no se nos brinda la oportunidad de una respuesta, se nos deja desarmados con todos los recuerdos tirados por el suelo con furia. Cuesta tiempo, siempre cuesta, pero al final la clave es encontrar el instante en el que sabemos que debemos meterlo todo en bolsas y despejar el trastero para dejarle sitio a todo lo demás. Hoy he recogido los pedacitos de cristal que todavía se me clavaban en las plantas muy de vez en cuando, y los he contemplado con la certeza de que deshacerme de todos ellos no me causará dolor. Y eso ha hecho que me sintiera tranquila y en paz, como una ducha de agua caliente después de un día de mierda.
Y, por más que me esfuerce en volcar en esta carta todo lo que debería decirte antes de no decirte nada más, no se me ocurre qué más puedo añadir. Estoy preparada para soltarte y desearte una vida plena, pues es un deseo que me sale directamente del pecho, sin fisuras ni obligaciones.
Así sea pues.
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