miércoles, 3 de septiembre de 2025

Con Calmiña.

Ayer, de repente y cuando salíamos de la farmacia, me dijiste: «Me das mucha paz». Fue una de esas frases que se dicen sin aviso ni contexto; supongo que en tu cabeza tenía sentido mientras que en la mía tardó unos segundos más en hacerse hueco.

Desde que te conozco, he pensado mucho en la calma, aunque menos en la paz. He pensado en la ausencia de prisas y de ansias, y de cómo llegaste en el momento en el que, probablemente, menos tiempo tenía al alcance. Pero sí seguía existiendo espacio, aunque estuviera en parte rodeado de barreras.

Hace unos días, en Escocia, abrí las notas de mi móvil para escribir una única frase. Abrí una nueva que titulé Espacio mental y apunté: «Ya no recuerdo en qué pensaba antes de pensar en ti». Y asumo ese espacio ahora ocupado como un terreno que se ha construido con tranquilidad y con ganas, a base de miradas, preguntas, brindis, conversaciones que no pensé que podría tener y despertares en los que me pego a tu espalda después de estudiar brevemente si hoy puedo hacerlo o no (a veces fallo, lo sé, estoy trabajando en ello).

Tal vez esa falta de tiempo me hizo ir sin prisa, aunque suene contradictorio. Estos meses ese pensamiento ha acudido a mi mente en varias ocasiones, y, aunque puede que sea cierto, no quiero dejarlo todo en mis manos y quiero también darte el mérito que te mereces en esto. Creo que en algún momento empezaste a ser capaz de observar mis engranajes, unos engranajes que ahora giran en un sentido que parecía que habían olvidado, y que van poco a poco, sin perder un paso pero sin apresurarse para que uno se atasque y haga que el resto dejen de funcionar. Esa quietud de las pizzas entre semana y los ratos en el sofá con Café o en tu cama con Perdidos han sido perlas robadas a un tiempo tormentoso, salpicado de angustias y deberes por hacer.

Hoy me he preguntado si eso es sentir esa paz que me dijiste. Creo que sí. Es extraño quererte sin ansiedades ni pesares, porque creo que nunca he podido empezar a querer a alguien así. No nos han educado para ello, y esa ausencia de latigazos podría parecer una señal de alarma, pero no lo es. Ahora mismo te recuerdo y siento el sosiego de llegar a la orilla después de pelearse con un mar embravecido. Tengo tu imagen en mi cabeza, achinando un poco esos ojos castaños y oscuros que destellan cuando te ríes, mirándome con algo de seriedad y simplemente diciéndome: «Con calmiña».

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