domingo, 31 de julio de 2011

-Anda, ven que te curo.

Lo dirige al baño y él se sienta como puede mientras tiene la mirada perdida. Ella saca algunas cosas del botiquín que hay en el armario, conviviendo ambos con un profundo silencio.

-Esto sí que es nuevo… Que mi hermano llegue a estas horas con moratones y encima llegue contigo. Qué suerte habéis tenido de que mi padre fuera de noches.

En la cocina, casi al lado, la madre discutía con su hijo mientras ambos lloraban; una porque las heridas de su pequeño le dolían a ella y no podía con la incomprensión de la situación, y él porque la noche lo había acabado superando.

-Perdona-responde él al fin-. No quiero ir a mi casa así… Mañana… mañana iré. Ahora no creo que sea buena idea.

-Lo sé, tranquilo. No digo que no puedas quedarte.

Le limpia con cuidado la sangre seca que tiene en torno a un lado de la boca, e intenta no apoyar la mano en su pómulo, que sigue muy hinchado.

-¿Qué sabes sobre lo que pasa en mi casa?

Él, de repente, parece asustado.

-Lo suficiente como para no hacer más preguntas… No te preocupes, ¿vale? No las haré.

Él no responde, así que ella, incómoda, rompe los segundos vacíos, y sigue hablando, mientras repasa con el algodón cada centímetro de su rostro dañado. No es enfermera ni sabe muy bien lo que hace, pero intenta hacerlo todo con mucho cuidado.

-De todas formas, intenta no meterte en líos. Ni mi hermano ni tú. No creo que estas cosas le vayan bien a tu casa, y además…

-¿Además qué?

-Además no quiero que te hagan daño.

Respira con calma. Hace rato que todo el alcohol ha huido de sus venas, pero la última frase de ella es como un golpe. Ella…

-Dame otro beso, por favor.

-¿Otro beso? ¿Cómo te voy a dar un beso? Anda, por favor…

-Me acuerdo de la otra noche. Me acuerdo perfectamente aunque dijera que no. No iba lo suficientemente borracho, y además no iba a olvidar algo así…

-¿Qué?

-Eso…

-¿Y por qué dijiste que no recordabas nada? ¿Porque soy una cría? ¿Porque de verdad querías olvidarlo? ¿O porque eres un acojonado que le tiene miedo a mi hermano?

-No sé, no sé. Me bloqueé… Tenía miedo. Tenía miedo de que si yo lo decía tú lo negaras, que pensaras que había sido una equivocación. No eres una cría, claro que no es eso. Es que… no sé. Me dio miedo.

Ella se para en seco. Observa su rostro a escasos centímetros del suyo, pero ya no con concentración, sino con una mueca extraña de perplejidad y la desazón latiéndole en el pecho. Él no aparta sus pupilas de las suyas, y espera pacientemente a que diga algo, porque ya no tiene nada más que decir. Vuelve a sentir miedo, pero en parte siente el alivio de ver sus sentimientos desnudos y no tener que seguir escondiendo nada. El rostro de ella es un enigma, como siempre. De repente suelta la gasa y el yodo, y lo aparta a un lado. Sin dejar de mirarlo ni un segundo, posa sus manos a lo largo de la mandíbula de él, cierra los ojos lentamente y los vuelve a abrir un instante, antes de acercarse a él y crear esa oscuridad que acelera los corazones entre dos rostros.

Sin dejar de sujetarlo, besa sus labios con extrema precaución. Él tarda en reaccionar, pero cuando lo hace la lengua de ella se desliza con cautela, mientras de sus labios sigue manando una dulzura reparadora e inusual. Los recorre lentamente, sin parar pero sin acelerarse, y cuando por fin se separa de él aguarda a que también abra sus ojos castaños. Él, por fin, los abre, aunque ni con los párpados sellados había dejado de mirarla.

-Comprueba, ahora, si pienso que esto, y lo de la otra noche, fue una equivocación…

jueves, 28 de julio de 2011

Sonríen en las fotos. Sonríen mucho. Son una de las tantas parejas que está subiendo sus fotografías de verano, en pequeñas escapadas. De aquí me llama especialmente la atención una de ellas, porque él lleva traje y ella va muy elegante. En la siguiente aparecen en uno de los bateux parisiens que ofrecían cenas románticas surcando el Sena. A ella le saco un año, y me alegro de que sea feliz. Siempre tímida y callada, ahora parece otra persona. Sigo observando sus fotos, e imagino. Se quieren, reservan unos billetes, pide permiso a sus padres, cogen ese avión... Y vuelven con sus fotos. Con sus recuerdos al borde de la Tour Eiffel, y sus sonrisas manchadas de felicidad parisina.

martes, 26 de julio de 2011

Un día me compraré un coche e iremos juntos a cualquier sitio. O tal vez nos lo compremos los dos, o te lo compres tú si tienes suerte. Yo reservaré unos billetes baratos, porque sé que quieres viajar, y no importará el destino sino que cojamos ese avión y aterricemos en cualquier parte que se rinda a que la descubramos. Te hablaré en inglés y en francés para hacerte pensar, y tendremos largas conversaciones estúpidas en las que nos corregiremos los fallos y nos reíremos con su traducción directa en nuestro idioma.

Iremos a cenar al menos una vez a la semana. A veces compartiremos plato y otras veces no, pero siempre probaremos de lo que coma el otro a no ser que no nos guste. Tú pedirás de postre algo de chocolate y a mí me dará igual con tal de verte comértelo lentamente, para que no se acabe nunca. Un día no acabaremos nunca.

Un día no te soltaré y no tendrás derecho a quejarte porque tú estarás igual y ya no tendremos ningún remedio conocido. No nos dará miedo hablar de nada y me contarás todas tus ideas aunque sean alocadas, siempre y cuando quieras escuchar las mías. Alimentaremos las suelas de nuestras botas con cualquier calle, conocida o no, y se nos borrarán las huellas dactilares de caminar cogidos siempre de la mano. Discutiremos, pero siempre acabaremos las discusiones porque a uno de los dos le entra la risa, y si hay lágrimas las usaremos para limpiarnos las heridas mutuamente.

Un día podremos hacerlo... Un día te conoceré y seremos así. Nos trataremos como si nos hubiéramos echado de menos siempre.

domingo, 24 de julio de 2011

Tus palabras me hacen parecer alguien insensible. Es curioso, a veces me elevan y me encienden desde adentro, y otras no son más que el reflejo del daño que te hice sin poder evitarlo. Bueno, en realidad sí podría haberlo hecho, pero eso no habría sido honesto, no para ti, y mucho menos para conmigo.

Anoche lo observé sentado solo en el bus, mirando el móvil, sintiéndose extraño entre todos nosotros. Y me reproché a mí misma el haberlo juzgado tan rápido, porque su tristeza llegó a mí y me asoló por completo al recordar el miedo que me dio tomar esa decisión que acabó en parte con todo lo que había sido estos últimos años. Lo vi sufrir, y pensé que tal vez la amaba de verdad, y que por tanto la decisión de dejar a su familia había sido la más dura que había tomado nunca. Y su valentía, aunque torpe y a destiempo, digna de recordar.

Pero es injusto. Es injusta esta orilla del río, es injusto que se nos juzgue por haber dejado de amar o por creer que hemos dejado de hacerlo. No es justo tener que soportar ciertas palabras y miradas, optar por la lejanía o perder aquello que te importa. No es justo estar expuesto a eso, y mucho menos deber hacerlo. Dejar de amar puede doler tanto como aguantar que hayan dejado de quererte, aunque a ojos de ajenos no seamos más que asesinos despiadados de corazones.

No fue en vano. Tuve mis motivos y después de todo el movimiento de estos últimos meses sólo sé una cosa... Que no quiero retroceder. Volver a la misma rutina autodestructiva. Quererte sin que me quieras entonces, no quererte cuando me quieres. No podré soportar más cambios de actitud, porque ya tengo suficiente con soportar día a día a la culpabilidad compartiendo cama conmigo. Esa que se acrecenta con tus comentarios y tu dolor sordo. Que ojalá pudieras llorar... aunque me dijeras que era porque no tenías más lágrimas, que se te habían acabado todas. A mí aún me quedan, y al ritmo que voy y que vamos... todavía hay para un rato largo.

miércoles, 20 de julio de 2011

Podría untar mis dedos de maravilla y así ser eterna. Cuando por fin encontré mi camino me dije que quería que mi vida se basara en hacer sentir a la gente. A ratos siento que es una profesión inútil, porque no curo, no arreglo divorcios, no entrego cuentas, no satisfago a la sociedad de una de esas necesidades imperiosas que nos acosan. Pero luego pienso en qué sería de nosotros sin el sentimiento y el mundo se me antoja enteramente mío.

Puedo mover los hilos de una existencia imaginaria que actúe como un reflejo de la propia. Quiero arrancar de cuajo la piel del pecho de quien me escuche y me vea, y llegar hasta donde puedan llegar las palabras y los sueños. El tiempo corre en mi contra cuando observo que las maravillas despuntan temprano. Pero yo no sueño con ser maravillosa, sino con poder crear una fascinación transparente y capaz de eclipsar almas similares a la mía.

martes, 19 de julio de 2011

Me horroriza enormemente cuando me piden consejo sobre una relación medianamente seria. Pero más me horroriza escucharme contestar con serenidad, llamando a mis fantasmas para intentar dar una respuesta sabia a mi juicio, y sintiéndome de repente infinitamente anciana. Como si hubiera vivido treinta años de golpe, y se me echaran encima todas las canciones de desamor que existen. Como si me atacaran todos esos recuerdos que me acosan y me oprimen el pecho, diciéndome que no fue una pesadilla, que ocurrió de verdad. Pero ya no quiero alimentar más esos malos espíritus. Quiero quedarme con el ahora, no con lo que ocurrió y no llegó a ocurrir y eché en falta. Quiero sentarme conmigo, charlar y mirarme al espejo sin titubeo. Demostrarme que sigo entera, y totalmente perdida, pero dispuesta a caminar porque será lo último que pierda antes de caer definitivamente: las ganas de andar.

Últimamente no hago más que fijarme en las parejas de quinceañeros que caminan despreocupadas, y echo de menos esos años llenos de aventuras y sentimientos desnudos, intensos, sin pizca de maldad. Tantos lloros pero tantísimas sonrisas y tantas vivencias que ahora, si ocurren, se me atragantan en el estómago. Los veo felices y pienso... Pienso. Y acabo suponiendo que esto, en teoría, debe de ser crecer.

miércoles, 13 de julio de 2011

Las ansias de información nos invaden desde que somos bien pequeños. Algunos adultos nos dicen que ese sentimiento recibe el nombre de curiosidad, pero conforme crecemos el término cambia, se transforma e incluso llega a deformarse. Mis dedos han sido rápidos estos últimos meses, y en las palabras encontraba un alivio que en realidad era inútil, excepto en los momentos en los que me topaba con un comentario de aliento y mis labios se curvaban ligeramente.

Ahora estoy optando por un silencio más calmado porque esa curiosidad púber puede alcanzar límites insospechados de avaricia que yo no quiero alimentar de ninguna manera. Si algo he aprendido en este agitado 2011 es que con mi vida me es suficiente, y no necesito meterme en la de ninguna otra persona, salvando las distancias con las vidas de aquellos que amo, claro. Pero amar no tiene nada que ver con la hipocresía de la que hablo.

Podemos aparentar que tenemos una vida que nos satisface. Que somos felices. Estamos saciados. Contentos. Llenos de dicha por nuestros días y las personas que nos acompañan y que incluso nos colman de regalos. Sin embargo, nuestros tobillos sangran cuando nos damos cuenta de que cojeamos. Que no somos tan felices, ni estamos tan satisfechos con nuestra vida. Que necesitamos que otros nos cuenten sus miserias para sentirnos mejor, o descubrir las miserias de aquellos otros de manera furtiva, y fingiendo delante de la gente que somos autosuficientes.

Es terrible el temor a estar solo y taparlo con fingida perfección y una perversión gélida. Pero peor es dañar a las personas y desearle el daño a otras... para acallar a tus demonios más oscuros. ¿Sabes qué? Que ya no te voy a dar lo que piden tus falsos ojos.

sábado, 2 de julio de 2011

Ante tu ausencia prolongada mi mente ha explotado en mil hipótesis que me asustaban. A los que me preguntaban que por qué estaba triste, podría haberles contestado que simplemente imaginaba. Porque no es otra cosa. ¿Habrá decidido alejarse al verme así? ¿Tal vez se haya cogido un bus al pueblo para estar tranquilo? No, él no tomaría la inciativa de coger un bus por sí mismo... ¿Estará durmiendo, para olvidarse de todo? Le daré un día, o dos, luego le llamaré, porque él me enseñó que huir no es el camino.

En realidad, fumabas marihuana con un colega y supongo que tú estallabas en risas, como el sábado pasado volviendo al amanecer, cuando tus carcajadas rasgaban la quietud de la ciudad, mientras mis lágrimas seguían brotando muy silenciosamente. Ojalá fuera como tú. Tan despreocupada, tan liviana, tan individualista. Sigo pensando cosas que no te definen, cosas que fueron las que nos mataron. Su ausencia, en verdad, nos asesinó despiadadamente. Pero el apoyo más grande de ese crimen fue mi mente soñadora y confiada. Confiada en que ibas a corresponder aquello que anhelaba.

¿Sabes qué? Que no se puede huir si no se ha comprendido a la otra persona, por eso yo no necesitaré recordarte nunca que no se debe escapar. Y, por supuesto, aquel que sufre realmente... no estalla en carcajadas. Yo... No te conozco. O tal vez erré la primera vez que lo hice.