Me horroriza enormemente cuando me piden consejo sobre una relación medianamente seria. Pero más me horroriza escucharme contestar con serenidad, llamando a mis fantasmas para intentar dar una respuesta sabia a mi juicio, y sintiéndome de repente infinitamente anciana. Como si hubiera vivido treinta años de golpe, y se me echaran encima todas las canciones de desamor que existen. Como si me atacaran todos esos recuerdos que me acosan y me oprimen el pecho, diciéndome que no fue una pesadilla, que ocurrió de verdad. Pero ya no quiero alimentar más esos malos espíritus. Quiero quedarme con el ahora, no con lo que ocurrió y no llegó a ocurrir y eché en falta. Quiero sentarme conmigo, charlar y mirarme al espejo sin titubeo. Demostrarme que sigo entera, y totalmente perdida, pero dispuesta a caminar porque será lo último que pierda antes de caer definitivamente: las ganas de andar.
Últimamente no hago más que fijarme en las parejas de quinceañeros que caminan despreocupadas, y echo de menos esos años llenos de aventuras y sentimientos desnudos, intensos, sin pizca de maldad. Tantos lloros pero tantísimas sonrisas y tantas vivencias que ahora, si ocurren, se me atragantan en el estómago. Los veo felices y pienso... Pienso. Y acabo suponiendo que esto, en teoría, debe de ser crecer.
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