Los suspiros se entremezclan con las ganas de pedirle que eleve la voz. Que sus palabras se tornen ensordecedoras y sorprendan provocando manos raudas que corran veloces a tapar oídos para seguir viviendo en la más triste y, al mismo tiempo, feliz ignorancia.
Creer que es suficiente con cerrar los ojos mientras se nota el olor del élixir de las venas, peligrosamente lejano, ahogando cualquier resquicio de cordura y consciencia que antaño luchaban por vencer las barreras y rebelarse en una danza poco atractiva pero necesaria.
Parece que se ha ido. O que los ojos dictan que su ausencia es palpable y no se le echa en falta. Parece que la luz va tiñendo de dorados la frente de aquel que descansa vencido por el vaivén hipnótico de una respiración acompañada de sueños. Esos dorados se enfrentan al gris que va legando la tarde, envolviéndose en una relación íntima e inevitable, mientras el amor y el odio son compartidos a partes iguales como el cuerpo y la mente, condenados a ser uno solo a pesar de que muchas veces se repulsen por sus diferencias y se amen hasta lo absurdo por la fascinación de las funciones de cada uno; es en estos momentos de disputa cuando Alma se toma la licencia de infundir tranquilidad.
Parece, de nuevo, que se marcha pero esta vez con voluntad propia. Se lleva las mantas que protegían a ese corazón del frío, así como esa mirada que irradió luz no hace mucho. Se marcha y se nota su falta aunque en realidad se sepa que jamás ha estado allí. Se lleva una parte de ti y lo único que queda es esperar a que te sea devuelta, mientras se aguarda con la expectación palpitante y aferrándose a la ilusión de que esos incorpóreos labios no hayan olvidado el movimiento que provocan las sílabas de ese nombre.
Pero se marcha y se sigue deseando que los susurros corran libres a entremezclarse con el aire. Se marcha y olvida que su bálsamo es lo esencial para que los suspiros escapen y se lancen tras su rastro. Una vez más, se comprueba que Inspiración es demasiado caprichosa como para que dispongas siempre de ella, aunque cuando sus caricias llegan a llenarte de calma, todo lo dicho anteriormente queda subsanado. Y, por fin, suspiras.