domingo, 25 de noviembre de 2007

Al acercarte podías sentir que sus aguas eran de un extraño azul que creías cristalino, pero si te aventurabas hasta casi rozarlas te dabas cuenta de que de cristalinas tenían poco: un tono gris te hacía creer que lo que se escondiera en aquel fondo no merecía la pena. Pocos eran los que decidían, aún ahuyentados por su apariencia, surcar la superficie de esas aguas con las yemas de los dedos. Pocos, que no nadie. Esos pocos que decían ser los más valientes, los más decididos a romper la monotonía y la inquietante quietud de ese lago cenagoso.
Cuando tenías la certeza de que lo habías conseguido, el nudo de tu alma se desataba en alivio y decías que, ahora ya, no era importante que el agua helara las entrañas o te encendiera los ojos. Algunos de esos pocos valientes se iban con la alegría de haberlo conseguido pero, no obstante, sin dejar la marca íntima que el lago necesitaba para contarlo entre sus recuerdos. Muchos se iban, pero otros no. Esos otros que miraban con recelo hacia atrás intentando que nadie los observara en su osadía.
Era entonces, y sólo entonces, cuando las aguas se revolvían de la excitación de sentirlos. El gris se abría para dar paso a parte de los secretos que escondían, dejando atónitos a aquellos, a esos algunos de esos pocos, que habían sido vencidos por la inercia de arriesgarse. Unos huían ahora que estaban a tiempo, los pocos que quedaban, en cambio...
En cambio se convertían en parte de esas aguas, de ese lago cenagoso que despertaba recelo y desconfianza en los que bordeaban sus orillas. Sin saber si su cuerpo seguía allí o no, sin percatarse de que el fondo cada vez quedaba más y más cerca.
El lago había decidido mostrarle todos sus secretos, arriesgarse él esta vez. Aunque ello implicara desnudarse y dejar a la vista lo vulnerable de sus adentros. Porque el gris de sus aguas se apagaba para dar paso al cristalino de sus pensamientos, de todo lo que intentó guardar antaño y que lo libera. Lo libera. Y se enreda en esos cuerpos que han caído en su trampa, aun sin trampa alguna en la que caer, y se sorprende de que hayan decidido encontrarse con él. No como esos otros, esos muchos.
Las aguas vuelven a cerrarse y el metálico se adueña de ellas. Nadie lo ha visto, parece ser. Parece ser que esas aguas aguardan tranquilas y en total quietud. Dispuestas a que alguien las ayude a liberarse.

2 comentarios:

Yuki Ashura dijo...

Y tú, ¿cruzarías?

Y de hacerlo, ¿te lo pensarías antes o sacarías a relucir tu faceta más temeraria?

=D

Soñadora Empedernida dijo...

Cruzaría, pero no siempre. Depende, sobre todo, del yo de ese momento.

Lo pensaría antes, sin dudarlo. No soy de arriesgarme conscientemente.




Aparezca usted, señora A. Se le echa en falta.
:)