Me temblaban las rodillas. Porque me he sentido vibrar a cada verso. Con ellos. Me temblaban las rodillas después del mayor espectáculo que estremece mi alma, pero esta vez desde fuera, no desde dentro.
Me he sentido cansada, como si se hubiera desarrollado un frenesí dentro de mí cuando las luces se apagaban, y se iluminaban los torsos de ellos, sintiendo la luz caliente de los focos, la valía confiada a la memoria, volar sin alas siendo otro.
Uno de ellos tenía siempre los ojos llenos de lágrimas. En su voz desgarrada he sentido esas mismas fugas de agua y sal en mis mejillas, y aún las siento, mientras su cuerpo se estremecía, desnudándose para nosotros. Que soy amor, que soy naturaleza. La voz grave del otro te revolvía los cabellos, los míos, de punta a lo largo de los brazos. He sentido la cercanía de ambos, ese beso que moría en el aire antes de llegar a nacer, la impotencia de la pasión cortada. Los he sentido libres y lastrados al mismo tiempo, a los dos, mientras hacían de los tablones de ese escenario su hábitat natural.
Y se me ha ocurrido la locura infinita de ser como ellos. Me he asustado al pensar que quizá no esté siendo sincera conmigo misma, que me dé miedo, precisamente, ser libre. Tremendas ganas de gritar que quiero quedarme sorda de aplausos, y llorar cuando caiga y volverme a levantar mil veces ayudada del escalón que me separa de la realidad cuando me dejo ir con quien me toque en ese momento. Es otro mundo totalmente distinto.
Aunque nadie me escuche y crean que es una ilusión que se desvanecerá con mi alma de niña, a pesar de que piensen que el arte es secundario, que no forma parte de mí. Si nadie quiere escucharme, no importa, tengo la voz entrenada para atronar patios de butacas enteros. Pero no quiero pensar qué será de mí si la desazón se me apodera, si pienso que tienen razón, si no me lanzo como se lanzaron ellos.
De momento tengo el agotador deseo de no ser finita. De mezclarme con ellos, y no ser una más. De que sean ellos, vosotros, los que vibren, vibréis, conmigo. Y no yo la que vibre con ellos a cada verso, a cada frase subrayada en amarillo en el texto. Hoy oigo al teatro, que me llama, que me dice que si creo en él no estaré sola.
Oye mi voz rota en los violines.
Me he sentido cansada, como si se hubiera desarrollado un frenesí dentro de mí cuando las luces se apagaban, y se iluminaban los torsos de ellos, sintiendo la luz caliente de los focos, la valía confiada a la memoria, volar sin alas siendo otro.
Uno de ellos tenía siempre los ojos llenos de lágrimas. En su voz desgarrada he sentido esas mismas fugas de agua y sal en mis mejillas, y aún las siento, mientras su cuerpo se estremecía, desnudándose para nosotros. Que soy amor, que soy naturaleza. La voz grave del otro te revolvía los cabellos, los míos, de punta a lo largo de los brazos. He sentido la cercanía de ambos, ese beso que moría en el aire antes de llegar a nacer, la impotencia de la pasión cortada. Los he sentido libres y lastrados al mismo tiempo, a los dos, mientras hacían de los tablones de ese escenario su hábitat natural.
Y se me ha ocurrido la locura infinita de ser como ellos. Me he asustado al pensar que quizá no esté siendo sincera conmigo misma, que me dé miedo, precisamente, ser libre. Tremendas ganas de gritar que quiero quedarme sorda de aplausos, y llorar cuando caiga y volverme a levantar mil veces ayudada del escalón que me separa de la realidad cuando me dejo ir con quien me toque en ese momento. Es otro mundo totalmente distinto.
Aunque nadie me escuche y crean que es una ilusión que se desvanecerá con mi alma de niña, a pesar de que piensen que el arte es secundario, que no forma parte de mí. Si nadie quiere escucharme, no importa, tengo la voz entrenada para atronar patios de butacas enteros. Pero no quiero pensar qué será de mí si la desazón se me apodera, si pienso que tienen razón, si no me lanzo como se lanzaron ellos.
De momento tengo el agotador deseo de no ser finita. De mezclarme con ellos, y no ser una más. De que sean ellos, vosotros, los que vibren, vibréis, conmigo. Y no yo la que vibre con ellos a cada verso, a cada frase subrayada en amarillo en el texto. Hoy oigo al teatro, que me llama, que me dice que si creo en él no estaré sola.
Oye mi voz rota en los violines.
2 comentarios:
No me hago una minima idea de los sentimientos que tuviste que tener en la butaca. Intentas describirlos, pero al describirlos aqui solo consigues que nosotros (los lectores de tu blog) veamos que fueron muchos, intimos y dificiles de describir.
Sabes que? Quiero sentirlos, contigo en el escenario. Si algun dia te dedicas al arte profesionalmente (que por otra parte, no te iria nada mal) prometo ser un aferrimo fan. Lector o asistente en una butaca en un teatro zaragozano.
Tan solo avisame, pequenia.
Un consejo, cree siempre en ti, y no hagas caso al "y, crece de una vez". Hay gente que entiende por arte copiar unos versos de Bécquer para ligarse a alguna rubia tonta de ojos verdes.
El Arte es otra cosa, una cosa tan seria que no tiene fin.
Un saludo dominical extra-grande
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