miércoles, 12 de enero de 2011

Hoy he pensado en él. Tal vez porque al salir de la biblioteca de la universidad y ver a la gente de últimos años y de posgrados me he sentido muy pequeña. Y he pensado que él se debe de sentir así todo el tiempo.

Se siente perdido cuando las temporadas de fútbol descansan, porque no sabe qué hacer. Por las noches suele escuchar la radio a escondidas para que mi madre no le eche la bronca porque no duerme. Siempre, siempre madruga (y nadie sabe, en realidad, cuánto tiempo ha dormido). También a escondidas, y cuando pasea por la tarde, se compra aperitivos y tiembla de la cabeza a los pies si por algún motivo nos encontramos con él por la calle. Sus ojos se llenan enseguida de lágrimas si se frustra, o siente que no entiende algo, pero sobre todo si siente la cercanía de un hospital inminente; fue un hospital el que se llevó a su padre. Tararea canciones por las calles en voz alta, y la gente se gira a mirarlo, pero a él no le importa (mi madre siempre le dice que no lo haga). A veces va con manchas, con la camisa mal puesta o con el gorro de invierno como si fuera un gaitero, pero no le importa. Apenas se fija en esas cosas. Es un fan empedernido de los toros, y cuando son fiestas y tiene corridas todos los días sólo hay que verlo, porque por todos sus poros desborda alegría.

Aunque eso le ocurre casi siempre: la alegría. La alegría de la infancia, sin un ápice de maldad, sin nada que pueda enturbiar su mente. Es una persona totalmente pura, pues en su cabeza es primavera casi siempre, y la rutina no le hace daño porque es lo que más le gusta del mundo. No sabe ser cruel, malintencionado o malvado, ni ninguno de esos adjetivos, porque simplemente no le sale. No está en su naturaleza.

No obstante, los demás sí sabemos ser crueles, por lo general. Su alma pequeñita ha tenido que soportar muchas burlas, muchas malas miradas y también muchos comentarios de gente que cree que lo suyo le debe de causar también sordera. Por suerte él siempre vuelve a su vida de ensueño, a su propia realidad, y recupera la sonrisa, sin costarle apenas. Ni rencor, ni ganas de venganza. Simplemente sonríe.

Tiene 43 años y es mi tío, hermano de mi madre. Vive con nosotros desde que mi abuelo, su padre, murió y lo más curioso es que, conforme mi hermano y yo hemos crecido, él se ha convertido en nuestro hermano pequeño. Ha tenido que oír muchísimas veces cómo lo llamaban subnormal, retrasado y todas esas delicias que no hacen más que describir de manera despectiva una mala suerte que lo marcó a él como nos pudo marcar a cualquiera. Sin embargo, y pocas cosas sé con tanta certeza, puedo asegurar que es de las mejores personas que conozco.

2 comentarios:

Euforia dijo...

Conozco a este hombre de otro escrito que hiciste. Siento de verdad que haya gente que se sienta así... Seguro que es alguien magnífico, aunque no coincida con él en el hobby de los toros. Aun así, me parece entrañable que lo defiendas con tanto ahínco. Me uno a ti, si me lo permites. Desde que leí la otra entrada que se refería a él he tenido mucho cuidado en no ofender a gente como él, pues temo no haberme dado cuenta en algún momento.

Un beso enorme.

Rheist dijo...

no tenía ni idea, la verdad, apenas hablas de tu vida privada cuando nos vemos, creía que te conocía pero apenas he arañado la superficie. Sin embargo todo encaja. Que una de las personas que han contribuído a tu educación tenga necesidades especiales sin duda ha ayudado a forjar ese carácter tuyo tan cautivador.

Estoy seguro de que es una persona magnífica y te ha enseñado a ver el mundo con una mayor amplitud