-Anda, ven que te curo.
Lo dirige al baño y él se sienta como puede mientras tiene la mirada perdida. Ella saca algunas cosas del botiquín que hay en el armario, conviviendo ambos con un profundo silencio.
-Esto sí que es nuevo… Que mi hermano llegue a estas horas con moratones y encima llegue contigo. Qué suerte habéis tenido de que mi padre fuera de noches.
En la cocina, casi al lado, la madre discutía con su hijo mientras ambos lloraban; una porque las heridas de su pequeño le dolían a ella y no podía con la incomprensión de la situación, y él porque la noche lo había acabado superando.
-Perdona-responde él al fin-. No quiero ir a mi casa así… Mañana… mañana iré. Ahora no creo que sea buena idea.
-Lo sé, tranquilo. No digo que no puedas quedarte.
Le limpia con cuidado la sangre seca que tiene en torno a un lado de la boca, e intenta no apoyar la mano en su pómulo, que sigue muy hinchado.
-¿Qué sabes sobre lo que pasa en mi casa?
Él, de repente, parece asustado.
-Lo suficiente como para no hacer más preguntas… No te preocupes, ¿vale? No las haré.
Él no responde, así que ella, incómoda, rompe los segundos vacíos, y sigue hablando, mientras repasa con el algodón cada centímetro de su rostro dañado. No es enfermera ni sabe muy bien lo que hace, pero intenta hacerlo todo con mucho cuidado.
-De todas formas, intenta no meterte en líos. Ni mi hermano ni tú. No creo que estas cosas le vayan bien a tu casa, y además…
-¿Además qué?
-Además no quiero que te hagan daño.
Respira con calma. Hace rato que todo el alcohol ha huido de sus venas, pero la última frase de ella es como un golpe. Ella…
-Dame otro beso, por favor.
-¿Otro beso? ¿Cómo te voy a dar un beso? Anda, por favor…
-Me acuerdo de la otra noche. Me acuerdo perfectamente aunque dijera que no. No iba lo suficientemente borracho, y además no iba a olvidar algo así…
-¿Qué?
-Eso…
-¿Y por qué dijiste que no recordabas nada? ¿Porque soy una cría? ¿Porque de verdad querías olvidarlo? ¿O porque eres un acojonado que le tiene miedo a mi hermano?
-No sé, no sé. Me bloqueé… Tenía miedo. Tenía miedo de que si yo lo decía tú lo negaras, que pensaras que había sido una equivocación. No eres una cría, claro que no es eso. Es que… no sé. Me dio miedo.
Ella se para en seco. Observa su rostro a escasos centímetros del suyo, pero ya no con concentración, sino con una mueca extraña de perplejidad y la desazón latiéndole en el pecho. Él no aparta sus pupilas de las suyas, y espera pacientemente a que diga algo, porque ya no tiene nada más que decir. Vuelve a sentir miedo, pero en parte siente el alivio de ver sus sentimientos desnudos y no tener que seguir escondiendo nada. El rostro de ella es un enigma, como siempre. De repente suelta la gasa y el yodo, y lo aparta a un lado. Sin dejar de mirarlo ni un segundo, posa sus manos a lo largo de la mandíbula de él, cierra los ojos lentamente y los vuelve a abrir un instante, antes de acercarse a él y crear esa oscuridad que acelera los corazones entre dos rostros.
Sin dejar de sujetarlo, besa sus labios con extrema precaución. Él tarda en reaccionar, pero cuando lo hace la lengua de ella se desliza con cautela, mientras de sus labios sigue manando una dulzura reparadora e inusual. Los recorre lentamente, sin parar pero sin acelerarse, y cuando por fin se separa de él aguarda a que también abra sus ojos castaños. Él, por fin, los abre, aunque ni con los párpados sellados había dejado de mirarla.
-Comprueba, ahora, si pienso que esto, y lo de la otra noche, fue una equivocación…