Es singular el ser humano. Aprecia lo que tiene, pero no deja de querer más. De acercarse al vacío y anhelar precipitarse para echarle la culpa a un inocente tropezón. Siempre queremos más. Nos gusta bailar con peligrosidad y perder el control mientras dominamos más y más la cadencia de nuestras caderas.
Al final una quemadura, una mordedura, un moratón... Y el recuerdo de haberlo hecho, de habernos caído. De haber querido más y haber querido conseguirlo. Al menos sólo para darnos cuenta de que estábamos bien con lo que ya teníamos.
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