No cambia la vida, sino las circunstancias. La vida sigue siendo lo mismo, sigue estando formada por esas partículas de energía que nos mantienen en pie a pesar de las circunstancias.
Sin pretenderlo mis circunstancias también han cambiado. El otoño empezó a teñirlas de castaño y ahora el color es más intenso a pesar de las hojas frágiles que cubrieron las calles. Un brillo pardo ha ido cubriendo con calidez mi invierno y ahora recurro a esos ojos en los momentos en los que necesito compartir mi felicidad o que alguien me ayude a desechar mi rabia o mi tristeza. Unas pupilas para hablar con ellas en silencio, en uno de esos silencios que podemos compartir con tan poquísimas personas.
Ojos de almendra, que les digo yo. El eje ante el cual ahora han cambiado mis circunstancias de la única manera en que pueden hacerlo. Sin pensarlo, sin pretenderlo, únicamente encarando lo que surge y actuando en consecuencia.
Noto cómo se va resquebrajando toda la piel de los parches que cubrieron mis cicatrices. Es una sensación extraña, desconocida, pero sin duda reparadora. Asusta porque aunque estuvieran adheridos de mala manera ayudaban a proteger, aunque fuera la misma máscara para lo bueno y lo malo. Pero me siento viva, agradecida, vencida ante una circunstancia de la que rehuí pero que ahora vuelve. Alguien que no me presiona ni intenta manipularme, que no cree que controlarme las veinticuatro horas signifique quererme y que me respeta, acude a mí, trata de ayudar a repararme aunque cada vez que se caen los andamios sea él el que reciba también el golpe.
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