Odio los hospitales. ¿Te acuerdas, Laura? Aquí fue donde me lo dijiste. En medio de toda esta luz artificial. Me miraste con tus pupilas vidriosas y me contaste que ya no aguantabas más, que habías esperado hasta ese momento y que ya no podías más con nada de esto. Cómo llorabas, Laura, mientras yo apenas podía moverme. El eco de tus pasos alejándose acabó en el pitido incesante que testimoniaba cruelmente que todo iba bien. Noté una quemazón en el punto exacto donde esa herida salvavidas me iba a dejar una cicatriz durante el resto de mi existencia. Me dolía el corazón. Los médicos me dijeron que era normal, que mi cuerpo debía adaptarse; pero yo supe que fuiste tú, Laura. Fuiste tú. Esperaste a que me trasplantaran un corazón nuevo para arrancarlo con tus uñas, sano, y llevártelo contigo para siempre.
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