viernes, 4 de agosto de 2017

El Silencio.

A mis padres, Marcos y Ana, víctimas inocentes
de la guerra y sus consecuencias.

A mi hijo Marcos, y a su madre, Vida Sender.

A las nuevas generaciones en cuyos surcos
hemos sembrado nuestra historia.

A mis camaradas de cautiverio y a todos los hombres
y mujeres del mundo que lucharon
y siguen luchando por la libertad.

(MA)


He comenzado las memorias de Marcos Ana y no he podido evitar que me doliera el pecho al imaginar cómo tiene que ser pasar más de media vida en la cárcel por tus ideas políticas y culturales. No lo entiendo. ¿Cómo pueden tener ideología la muerte y la memoria?

A menudo le doy vueltas al dolor implícito en el hecho de que cada vez estoy más segura de que las instituciones están esperando a que los últimos supervivientes de las masacres de la Guerra Civil mueran. Cada vez quedan menos, y en cuanto su voz se extinga, habremos perdido cualquier testimonio en primera persona de las atrocidades que tanta gente tuvo que sufrir durante más de 40 años.

¿Pero cómo es posible que se siga defendiendo lo indefendible? ¿Cómo es posible que las vidas humanas sean una herramienta de los poderosos? Me hierve la sangre cuando pienso en el castigo de las cárceles y del paredón, y en cómo ese castigo no ha cesado porque con un par de disparos la carga pasó a sus familiares: ¿sabrían ellos que no les dejarían enterrar a sus muertos?

Nací cuando, en teoría, en España la paz cabalgaba a lomos del progreso. En mi libro de texto de Historia de España contaban que la Transición fue un periodo modelo, que se alcanzaron pactos por la paz que querían cerrar las heridas de décadas oscuras en el país. Aparecían fotos de líderes dándose la mano en el Congreso. Sonreían, posaban, parecía que habíamos hecho todo bien.

Pero más allá de esos párrafos lo que se me grabó de esos años de estudio fue una frase de mi profesor que introdujo en mí un cambio de enfoque absoluto.

La diferencia de los crímenes del Franquismo con los de cualquier otro conflicto o bando, es que esas muertes estaban institucionalizadas, nos dijo.

Comprendí que una firma tenía el poder de arrebatar varias vidas de golpe, en apenas segundos, y empecé a ser consciente de que vivo en un país construido sobre los escombros de la vergüenza y de la sangre. Que todo son esquirlas y baldosas mal puestas, y si levantas una encuentras lo que de verdad siembra la tierra de España: cadáveres sin nombre, arrojados a fosas comunes, gritos ahogados de los muertos y sollozos silenciados de las familias que exigen una justicia que cada vez las leyes bloquean con más fuerza.

¿Cómo es posible? De verdad: ¿cómo es posible? ¿Cómo podemos sentirnos con derecho a elegir sobre la vida de otros?

Grito de nuevo la misma pregunta: ¿cómo pueden tener ideología la muerte y la memoria?

Miro a mi alrededor y se me rompen los nervios al darme cuenta de que vivo en un sistema orquestado para olvidar e indultar a los que tienen las manos manchadas de sangre. Tenemos unas fuerzas armadas y de seguridad a las que no les temblaría el pulso contra su propio pueblo con tal de proteger a los que se refugian en sus despachos y les prometen un plato caliente diario y unas buenas vacaciones cuando llegue el momento. Vivo rodeada de personas que educan a sus hijos para que señalen con el dedo a los perdedores (como si alguien ganara en una guerra) y griten con el brazo en alto el nombre de un dictador que no es más que el rostro visible de un sistema podrido, asesino y que sigue perdurando disfrazado de una falsa democracia.

Luego los peligrosos somos nosotros. Siempre nosotros. Los que hablamos de cunetas y Lorca, los que nos negamos a olvidar porque somos unos pesados y no queremos pasar página, los que exigimos que todo el mundo tiene derecho a la memoria porque para la libertad ya es demasiado tarde. Qué asco. De verdad. Luego los peligrosos somos nosotros, por rechazar esta puta dictadura del silencio.

1 comentario:

Pedro92 dijo...

"Lo que de verdad siembra la tierra de españa:Cadaveres sin nombre".Se me va a quedar esta frase grabada a fuego.
Me ha encantado,se hace dificil no contagiarse de ese sentimiento de incredulidad y rabia.
Creo que acabas de ganar un lector ;)