Yo empezaría con un: ¿Qué tengo que hacer para vivir al día? Y dejar de pensar en los días que se me comen, como si ya estuvieran aquí, que parece que los tengo merendándose las costuras de los bajos de mi pantalón.
¿Qué busco? Qué busco, me pregunto sin cesar. El otro día me desperté queriendo escribir algo que ya escribí en diciembre de 2010, cuando mi corazón estaba convulso y mi inexperiencia a punto, pero mi pecho quería llenarse de experiencias a pesar de que tuvo que pagar el peaje de permanecer más de un año cerrado y oscuro.
El texto fue este:
¿Qué queremos exactamente? ¿Qué es lo que nos mueve a buscar? Buscamos alguien para liberarnos una noche, o alguien para caminar con él de la mano. Buscamos un instante de consuelo etílico o evitar beber para que no podamos decir ni hacer nada de lo que luego podamos arrepentirnos. Buscamos redimirnos e intentar pensar en no salpicar a nadie de dolor o hacer lo que más alivie nuestra angustia, que crece, independientemente de quién esté por medio. Buscamos el hogar de aquí, o el hogar que dejamos reposar hasta Enero, sintiéndonos extraños.
Qué buscamos exactamente. Yo no sé si busco unos labios o los míos propios cortados del cierzo. Busco no hacernos daño y no enturbiar nada de lo vivido. Quitarme esta pesadez de encima y curarme un poco más las ojeras, porque tal vez si me duele menos por fuera también dolerá menos por dentro. Busco un tiempo muerto, una regresión en la memoria, para no tener tantos nombres y tantos rostros que me bailan mezclados con humo y sabor a ron. Busco momentos que ya viví, que se consumieron, y que me están abriendo las cicatrices. Para que no olvide que siguen ahí.
Recuerdo el dolor que vino poco después. El amor y el dolor, el crecimiento obligado, mi alma arrastrándose por cada esquina como si no supiera seguir adelante sin anhelo, sin otro cuerpo, sin otros ojos que me prestaran su luz.
El dolor y el amor. ¿Qué busco? ¿Qué queremos exactamente?
¿Mi ansia por la cercanía de los días es un reflejo de la desorientación? Es un error considerarse valiente. Me he acostumbrado tanto a mi palacio de cristal que aunque sé que es una ilusión permanecer aquí me aterra abandonarlo. ¿Cómo pueden tener tanto poder las cicatrices? Ya tienen mi piel, ¿por qué quieren tener también la extensión de mi presente?
Es extraño saber lo que busco pero tener miedo a pronunciarlo en voz alta si esa certeza incluye otras personas que no soy yo. He pasado años grabándome a fuego la distinción entre lo que es y lo que me gustaría que fuera y ahora me siento perdida ante la realidad que no me pertenece. Para mí es un campo minado aventurarme más allá de la mano de alguien. Y no me dan miedo los impactos, ni la sangre, ni el riesgo a que la tierra explote de repente... Entonces, ¿qué ocurre? ¿Qué busco?
Supongo que me asusta la incomprensión. No poder llegar al nivel de entendimiento que a mí me gustaría porque la experiencia me ha enseñado que para muchos siempre es más fácil la mentira que la empatía. Supongo que eso es. Que, en lo que amor y dolor se refiere, me acostumbraron tanto a que mi palabra no sirviera para nada que ahora antes de abrir la boca ya estoy pensando que lo que voy a decir no tiene sentido para la persona que tengo delante. Y por eso me desgano y me callo, me hundo, levemente, cada vez un poquito más, y acabo preguntándome si funciono al revés. Si tendría que replantearme mi significado de lo auténtico y sobre todo de lo vital que resulta algo así para mi existencia.
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