No puedo ni fechar ni ubicar esta carta. Estoy en algún lugar debajo de la tierra, y contar los días del calendario es un privilegio que perdimos hace mucho. De hecho, ni siquiera sé si esta carta te llegará en algún momento. Dado lo que estamos viviendo, imagino que no.
Pero tenía que escribirte. Hoy me ha ocurrido algo que hace tiempo te habría contado antes que a nadie, y, de alguna manera, he sentido la necesidad de sentarme a escribirte, aunque sea rodeada de escombros y tristeza.
Ya no sé cuántas compañeras he visto ser asesinadas. Nos están masacrando, sin descanso, y yo salgo un día tras otro para encontrarme con lo mismo. Y las desaparecidas... No quiero ni imaginar qué amargo destino nos espera si nos atrapan vivas. Esto es terrible. No sé. Jamás pensé que me quedaría sin adjetivos para describir un horror como este. Pero, ¿cómo imaginar que algo así iba a ser posible?
Lo que peor llevo creo que es la falta de solidaridad y tolerancia. Veo traiciones en cada rincón de cada calle, zancadillas, puñaladas por la espalda... En ocasiones así, ¿cómo mantener la creencia de que todos hemos salido de los mismos vientres y nos han criado las mismas manos? No dejo de pensar que me bajaría de esta raza en marcha. Ahora mismo.
Pero hoy me ha ocurrido algo, como te he dicho. Una de esas cosas que merecen la pena tener en cuenta.
Cuando hemos vuelto, antes de que me llevaran al hospital he querido ir a ver a P. Sé lo mucho que sufre con todo esto, y lo perdida y confusa que se encuentra. No la culpo. Me ha recibido con las lágrimas en los ojos que luce siempre, y nada más verme me ha reprochado la nueva incursión. Nada sirve con ella; siempre tenemos la misma discusión.
A los segundos me ha abrazado, con fuerza, y he sentido su tripa hinchada entre nosotras, y en sus brazos, como si fuera la primera vez que lo supiera aunque los dos sabemos que no es así, he sentido de verdad que no había patrias ni banderas, y que las fronteras sólo las marcaban ellas. Mi hija, mi futura nieta y todas las que aquí habitamos. He comprendido que ese momento podía lavar toda la sangre seca de mis ropas. Ese momento, P. y estas cuatro paredes con las que intentamos construir un nuevo hogar a pesar de todas las pérdidas humanas.
¿Sabes qué? Nunca he tenido tanto miedo a la muerte como en ese instante. Me he sentido tan aterrada que no he podido moverme, así, como estaba, entre los brazos de mi hija.
Y, justo entonces, como apoyando nuestros calores, la pequeña ha dado su primera patada. P. ha dado un respingo y ha roto a llorar, mientras me apretaba fuerte la mano y las dos juntas buscábamos de nuevo ese signo de nueva vida.
Esa patada me ha parecido el gesto más revolucionario que he vivido en los últimos meses.
He comprendido que mi patria son ellas, y que eso sí que se extraña.
No me tiembla el pulso cuando escribo, letra a letra, que hoy ha sido mi último día en la Superficie.
A pesar de todo, albergo la esperanza de que volveremos a vernos algún día.
M.