domingo, 26 de noviembre de 2017

La dimensión humana.

Ahora los domingos son más extraños que nunca. Sobre todo si estoy en Madrid; si vuelvo de Zaragoza o de Granada la rareza siempre es disimulada por los kilómetros y la incomodidad del autobús. Pero en Madrid...

Vuelvo a mi habitación y me parece curioso encontrarla más grande sin ti. Parece mentira, o la letra de una canción romántica, pero te juro que se me antoja mucho más grande: como si fuera demasiado para una sola persona.

Me has roto los esquemas de tal manera que hasta los domingos parecen diferentes. Y no es malo. Simplemente ahora les encuentro más matices, porque me despido de ti y mi alma se expande en todas las direcciones, mientras camino a casa sintiéndome nueva, llena de energías. Supongo que la clave aparece cuando uno quiere ser mejor persona por alguien. O gracias a alguien.

A veces pienso que no terminas de creerte que tú puedas ser ese alguien. También es cierto que me has conocido en un momento extraño; puede que ahora yo misma sea más difícil que nunca y tenga más dudas que nunca. Pero te miro, a escondidas o no, y tu rostro me da luz, y después de estar contigo se aceleran mis revoluciones para ir más allá de lo que tengo y creer que de verdad puedo conseguir todo aquello que durante mucho tiempo me pareció imposible.

Deberías creer que tú me mueves de una manera diferente, una manera exclusiva, de la que no habría sido capaz yo sola. Y por eso los domingos me parecen extraños, pero en el buen sentido. Son los días en los que me planteo cientos de cosas que me gustaría conseguir, y algunas de ellas por ti. Sobre todo cuando vuelvo a mi cuarto y tú ya no estás, y parece que sus dimensiones han cambiado sólo para recordarme que ya estoy pensando en la próxima vez que pueda dormir pegada a ti.

jueves, 23 de noviembre de 2017

La responsabilidad.

A vosotros dos:

Sí. Os llamaré "vosotros dos" porque no se me ocurre mejor fórmula para iniciar este texto. Esta idea lleva días zumbando en mis adentros, como una abeja enfurecida, y hoy he decidido dejar que me conduzca a alguna parte. Ni siquiera sé adónde.

Son varias las circunstancias que me han traído aquí. La primera, creo, fue que os pusierais de acuerdo para reaparecer en mi vida: qué cachondeíto se trae a veces Murphy. La segunda fue hablar con B. sobre si nos interesaba de verdad hablar con aquellas personas que nos hicieron tanto daño. Si de verdad queríamos decirles "Sí, tú, me abriste unas heridas enormes en el pecho. Vengo a explicarte por qué, y espero que te calles mientras hablo". La tercera, y creo que la definitiva, fueron unas palabras de Attiya Khan en una entrevista.

"Es hora de que las personas que hacen daño a otras asuman la responsabilidad de sus acciones", leí. Y me atravesó. Joder, Attiya Khan, qué razón y qué valiente, por otra parte, enfrentarte a tus fantasmas.

Cogí aguja e hilo y me cosí la misma piel para alejaros en cuanto estuve preparada. Aunque eso no lo sabéis, porque ya no estabais para escuchar mis gritos de dolor. La primera vez fui torpe, nos herí a los dos, y soy consciente de ello, pero la segunda fui más certera y práctica. Ya acumulaba la primera experiencia, y me ayudó a mantener el pulso firme. La recuperación, la segunda vez, fue un alivio rápido e indoloro. Supongo que fue porque ya cargaba meses de destrozos a las espaldas.

Los dos me perturbasteis. Sacudisteis mis cimientos. Me hicisteis mucho daño y, sobre todo, contaminasteis mi cerebro hasta el punto de que me perdí a mí misma. Y los dos, los dos casi al unísono como si esto fuera una peli, seguís creyendo que tenéis derecho a reaparecer, culparme y escupir mi nombre en vuestras noches más oscuras y etílicas. No. Vengo a deciros que no es así.

Siempre he optado por haceros a un lado, sacaros de mi vida porque sólo lo radical puede ser efectivo, e ignoraros con cordialidad cuando intentabais llamar a la puerta de nuevo. Pero a veces me pregunto si debería sentarme en frente de vosotros y relataros todo el daño que me hicisteis. Siempre he pensado que ni siquiera eso merece la pena, pero, por otra parte, ¿vosotros sois conscientes del alcance que tuvieron vuestros actos? ¿O seguís encerrados en vuestro microcosmos calentito?

Pero iré por partes.

Tú, el primero: destrozaste mi autoestima. Comparaste mi cuerpo con cuerpos mejores, sistemáticamente durante toda la relación, y creíste que mi cuerpo te pertenecía por encima de todo. Tú, tú me hiciste pensar que yo no era bonita, ni digna de absolutamente nada. Jamás compartiste mis éxitos y te negabas a que desplegara las alas. Tengo tus frases clavadas en la espalda. "Qué buena vas a estar cuando des el estirón", "Ella está más buena pero tú eres más mona de cara", "Con esos gemelos que tienes no vas a entrar por la puerta", "Pareces un tronco de árbol, así, cuadrada, sin curvas".

Por suerte, te siento tan lejano que he aprendido a volver a quererme, aunque, créeme, protagonizas algunos de mis recuerdos más oscuros.

Y tú, el segundo, me marcaste para siempre convirtiéndome en una persona insegura de sí misma. Todavía hoy siento que mi palabra no va a merecer la pena porque no merezco expresar mi opinión. Me acostumbraste a que mis versiones no sirvieran. Me hiciste sentir una amenaza sin serlo. Acabé perdida, pero por suerte ya cargaba otra experiencia a las espaldas para mantenerme lúcida y lograr deshacerme del veneno después de un tiempo corto pero extremadamente doloroso.

A menudo creo que no merece la pena que dedique tiempo y letra a esto. Pero otras veces me digo a mí misma: "Coño, ¿por qué no?".

Por supuesto que no os echo la culpa de absolutamente todos mis males. Mis defectos o mis traumas no vienen exclusivamente de cómo me tratasteis, aunque tuvisteis una aparición estelar. Pero de veras me gustaría que asumierais la responsabilidad de vuestras acciones. Lo espero de corazón. Aunque yo no seré testigo de ello. Pero ojalá lo hagáis.

Y tal vez así podáis entender que cuando habláis de mí en ese tono o me habláis con ese otro tono me entre la risa floja y, de verdad, no comprenda cómo sois capaces de pensar que voy a querer irme de cañas con vosotros. De verdad, qué cosicas tenéis.


domingo, 12 de noviembre de 2017

Tierra.

Soy consciente de que suelo caminar al borde de un límite peligroso. Hace varios años comprendí que cuando más segura me sentía era cuando estaba sola. Es verdad. Puedo hacerme la valiente e ignorarlo (qué cobarde, por otra parte) pero hay un segmento de mí que siempre se mueve al borde de la soledad escogida porque mi yo más cabezón insiste en que así estaré a salvo.

Y en parte es cierto. ¿Cuántas veces hemos intentado hablar de cómo nos sentíamos y hemos topado con incomprensión o desinterés con un dolor parecido al del can cuando su dueño le atiza en el morro con un periódico enrollado? En esos momentos, al menos yo, huyo al sitio más calentito de mi interior, aquel en el que no penetra nadie que no sea yo misma, donde el pensamiento se alarga infinitamente y me cubro de silencio. Y ahí reside el peligro. Es tentador quedarme ahí, sentada ante la lumbre de mi autorreflexión.

Estuve años allí. He estado durante años allí. A periodos, largos o cortos, envuelta en la misma manta.

Pero todo es un engaño. Un engaño recubierto de egocentrismo.

Lo sé porque luego me choco con los ojos de alguien a quien aprecio y mi carne se vuelve trémula y mi pecho arde, hambriento y furioso. Sé que ese es mi yo más yo, el que se derrite ante las hogueras de otros, y durante años también negué que fuera cierto y me empeñaba en echar el candado todas las noches. Nunca funcionó; no creo que el aislamiento le funcione a nadie nunca. Suele ser uno de los engaños más comunes, pero no funciona.

Sin embargo, como digo, es tentador volver a esa habitación sin puertas ni ventanas, recluirme creyéndome herida y comprobar que estoy a salvo. Sola y a salvo. O sola pero a salvo. No lo sé. Es difícil comprender y aceptar que un territorio tan inhóspito me hace sentir tan segura.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Pulsión.

De vez en cuando siento que podría encerrarme, no volver a salir nunca, despojarme de las formas y aprehender todo lo que pueda, dejar de ser yo para reconstruirme, y aislarme, aislarme de todo lo que contamina, para entregarme a la creación más brutal y salvaje, también la más utópica, y abrirme en canal, mientras respiro, todavía, sólo para poder transmitir de verdad tantas cosas que palpitan sin descanso ni rumbo, revistiendo mi rostro de seriedad y ceniza, re-volviéndome pensativa, silenciosa, inexperta y tan ignorante que me encerraría, para no salir ya nunca.

Dijo Federico:

"Cuando las cosas llegan a los
centros

no hay quien las 
arranque."
FGL

jueves, 2 de noviembre de 2017

Apoyos.

"Los apoyos son importantes, valiosos. Perder el apoyo de alguien es hundirte un poquito más en el fango en el que se convierte tu vida año a año.

¿Y sabes cuándo pierdes el mío? Cuando te respondo como un robot porque me has hecho ya tanto daño que has dejado de interesarme como ser humano."