jueves, 23 de noviembre de 2017

La responsabilidad.

A vosotros dos:

Sí. Os llamaré "vosotros dos" porque no se me ocurre mejor fórmula para iniciar este texto. Esta idea lleva días zumbando en mis adentros, como una abeja enfurecida, y hoy he decidido dejar que me conduzca a alguna parte. Ni siquiera sé adónde.

Son varias las circunstancias que me han traído aquí. La primera, creo, fue que os pusierais de acuerdo para reaparecer en mi vida: qué cachondeíto se trae a veces Murphy. La segunda fue hablar con B. sobre si nos interesaba de verdad hablar con aquellas personas que nos hicieron tanto daño. Si de verdad queríamos decirles "Sí, tú, me abriste unas heridas enormes en el pecho. Vengo a explicarte por qué, y espero que te calles mientras hablo". La tercera, y creo que la definitiva, fueron unas palabras de Attiya Khan en una entrevista.

"Es hora de que las personas que hacen daño a otras asuman la responsabilidad de sus acciones", leí. Y me atravesó. Joder, Attiya Khan, qué razón y qué valiente, por otra parte, enfrentarte a tus fantasmas.

Cogí aguja e hilo y me cosí la misma piel para alejaros en cuanto estuve preparada. Aunque eso no lo sabéis, porque ya no estabais para escuchar mis gritos de dolor. La primera vez fui torpe, nos herí a los dos, y soy consciente de ello, pero la segunda fui más certera y práctica. Ya acumulaba la primera experiencia, y me ayudó a mantener el pulso firme. La recuperación, la segunda vez, fue un alivio rápido e indoloro. Supongo que fue porque ya cargaba meses de destrozos a las espaldas.

Los dos me perturbasteis. Sacudisteis mis cimientos. Me hicisteis mucho daño y, sobre todo, contaminasteis mi cerebro hasta el punto de que me perdí a mí misma. Y los dos, los dos casi al unísono como si esto fuera una peli, seguís creyendo que tenéis derecho a reaparecer, culparme y escupir mi nombre en vuestras noches más oscuras y etílicas. No. Vengo a deciros que no es así.

Siempre he optado por haceros a un lado, sacaros de mi vida porque sólo lo radical puede ser efectivo, e ignoraros con cordialidad cuando intentabais llamar a la puerta de nuevo. Pero a veces me pregunto si debería sentarme en frente de vosotros y relataros todo el daño que me hicisteis. Siempre he pensado que ni siquiera eso merece la pena, pero, por otra parte, ¿vosotros sois conscientes del alcance que tuvieron vuestros actos? ¿O seguís encerrados en vuestro microcosmos calentito?

Pero iré por partes.

Tú, el primero: destrozaste mi autoestima. Comparaste mi cuerpo con cuerpos mejores, sistemáticamente durante toda la relación, y creíste que mi cuerpo te pertenecía por encima de todo. Tú, tú me hiciste pensar que yo no era bonita, ni digna de absolutamente nada. Jamás compartiste mis éxitos y te negabas a que desplegara las alas. Tengo tus frases clavadas en la espalda. "Qué buena vas a estar cuando des el estirón", "Ella está más buena pero tú eres más mona de cara", "Con esos gemelos que tienes no vas a entrar por la puerta", "Pareces un tronco de árbol, así, cuadrada, sin curvas".

Por suerte, te siento tan lejano que he aprendido a volver a quererme, aunque, créeme, protagonizas algunos de mis recuerdos más oscuros.

Y tú, el segundo, me marcaste para siempre convirtiéndome en una persona insegura de sí misma. Todavía hoy siento que mi palabra no va a merecer la pena porque no merezco expresar mi opinión. Me acostumbraste a que mis versiones no sirvieran. Me hiciste sentir una amenaza sin serlo. Acabé perdida, pero por suerte ya cargaba otra experiencia a las espaldas para mantenerme lúcida y lograr deshacerme del veneno después de un tiempo corto pero extremadamente doloroso.

A menudo creo que no merece la pena que dedique tiempo y letra a esto. Pero otras veces me digo a mí misma: "Coño, ¿por qué no?".

Por supuesto que no os echo la culpa de absolutamente todos mis males. Mis defectos o mis traumas no vienen exclusivamente de cómo me tratasteis, aunque tuvisteis una aparición estelar. Pero de veras me gustaría que asumierais la responsabilidad de vuestras acciones. Lo espero de corazón. Aunque yo no seré testigo de ello. Pero ojalá lo hagáis.

Y tal vez así podáis entender que cuando habláis de mí en ese tono o me habláis con ese otro tono me entre la risa floja y, de verdad, no comprenda cómo sois capaces de pensar que voy a querer irme de cañas con vosotros. De verdad, qué cosicas tenéis.


1 comentario:

Jorge dijo...

Que digo yo que..., qué suerte no formar parte de esos dos; no me gustaría verme frente a alguien que me hablase en tal tono.

Ve sola de cañas, a lo mejor encuentras algo inesperado.