Ahora los domingos son más extraños que nunca. Sobre todo si estoy en Madrid; si vuelvo de Zaragoza o de Granada la rareza siempre es disimulada por los kilómetros y la incomodidad del autobús. Pero en Madrid...
Vuelvo a mi habitación y me parece curioso encontrarla más grande sin ti. Parece mentira, o la letra de una canción romántica, pero te juro que se me antoja mucho más grande: como si fuera demasiado para una sola persona.
Me has roto los esquemas de tal manera que hasta los domingos parecen diferentes. Y no es malo. Simplemente ahora les encuentro más matices, porque me despido de ti y mi alma se expande en todas las direcciones, mientras camino a casa sintiéndome nueva, llena de energías. Supongo que la clave aparece cuando uno quiere ser mejor persona por alguien. O gracias a alguien.
A veces pienso que no terminas de creerte que tú puedas ser ese alguien. También es cierto que me has conocido en un momento extraño; puede que ahora yo misma sea más difícil que nunca y tenga más dudas que nunca. Pero te miro, a escondidas o no, y tu rostro me da luz, y después de estar contigo se aceleran mis revoluciones para ir más allá de lo que tengo y creer que de verdad puedo conseguir todo aquello que durante mucho tiempo me pareció imposible.
Deberías creer que tú me mueves de una manera diferente, una manera exclusiva, de la que no habría sido capaz yo sola. Y por eso los domingos me parecen extraños, pero en el buen sentido. Son los días en los que me planteo cientos de cosas que me gustaría conseguir, y algunas de ellas por ti. Sobre todo cuando vuelvo a mi cuarto y tú ya no estás, y parece que sus dimensiones han cambiado sólo para recordarme que ya estoy pensando en la próxima vez que pueda dormir pegada a ti.
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