sábado, 15 de enero de 2011

-¿Sabes cuándo supe que te quería?

-¿Cuándo?

-Cuando comencé a echarte de menos.

miércoles, 12 de enero de 2011

Hoy he pensado en él. Tal vez porque al salir de la biblioteca de la universidad y ver a la gente de últimos años y de posgrados me he sentido muy pequeña. Y he pensado que él se debe de sentir así todo el tiempo.

Se siente perdido cuando las temporadas de fútbol descansan, porque no sabe qué hacer. Por las noches suele escuchar la radio a escondidas para que mi madre no le eche la bronca porque no duerme. Siempre, siempre madruga (y nadie sabe, en realidad, cuánto tiempo ha dormido). También a escondidas, y cuando pasea por la tarde, se compra aperitivos y tiembla de la cabeza a los pies si por algún motivo nos encontramos con él por la calle. Sus ojos se llenan enseguida de lágrimas si se frustra, o siente que no entiende algo, pero sobre todo si siente la cercanía de un hospital inminente; fue un hospital el que se llevó a su padre. Tararea canciones por las calles en voz alta, y la gente se gira a mirarlo, pero a él no le importa (mi madre siempre le dice que no lo haga). A veces va con manchas, con la camisa mal puesta o con el gorro de invierno como si fuera un gaitero, pero no le importa. Apenas se fija en esas cosas. Es un fan empedernido de los toros, y cuando son fiestas y tiene corridas todos los días sólo hay que verlo, porque por todos sus poros desborda alegría.

Aunque eso le ocurre casi siempre: la alegría. La alegría de la infancia, sin un ápice de maldad, sin nada que pueda enturbiar su mente. Es una persona totalmente pura, pues en su cabeza es primavera casi siempre, y la rutina no le hace daño porque es lo que más le gusta del mundo. No sabe ser cruel, malintencionado o malvado, ni ninguno de esos adjetivos, porque simplemente no le sale. No está en su naturaleza.

No obstante, los demás sí sabemos ser crueles, por lo general. Su alma pequeñita ha tenido que soportar muchas burlas, muchas malas miradas y también muchos comentarios de gente que cree que lo suyo le debe de causar también sordera. Por suerte él siempre vuelve a su vida de ensueño, a su propia realidad, y recupera la sonrisa, sin costarle apenas. Ni rencor, ni ganas de venganza. Simplemente sonríe.

Tiene 43 años y es mi tío, hermano de mi madre. Vive con nosotros desde que mi abuelo, su padre, murió y lo más curioso es que, conforme mi hermano y yo hemos crecido, él se ha convertido en nuestro hermano pequeño. Ha tenido que oír muchísimas veces cómo lo llamaban subnormal, retrasado y todas esas delicias que no hacen más que describir de manera despectiva una mala suerte que lo marcó a él como nos pudo marcar a cualquiera. Sin embargo, y pocas cosas sé con tanta certeza, puedo asegurar que es de las mejores personas que conozco.

lunes, 10 de enero de 2011

-No puedo...

Y él apenas la escucha con la música estridente de la discoteca. La observa esquivar a la gente y perderse entre las cabezas que se mueven de manera similar. Piensa si es mejor resignarse del todo y quedarse ahí, fingiendo que de verdad está escuchando la canción que suena ahora y que disfruta de ese ambiente pese a estar devastado por dentro, o intentarlo una vez más. Sólo una vez más. De todas formas, intenta recordar cuántas veces ha dicho lo de sólo una vez más.

Ella, por otra parte, abre la gran puerta de metal y aspira el aire fresco de la madrugada. El corazón le late de una manera que no debería ser la habitual. No sabe lo que quiere, y lo peor es que debería tenerlo claro. Muchos deberías que se agolpan en su ser y la empujan a sentarse en el bordillo de un portal cualquiera, dejando sin más que pase la noche.

-Oye.
Ella lo mira, un segundo, porque no quiere volver atrás.

-No puedo, de verdad que no puedo, coño.

Y hace ademán de levantarse, para marcharse, para volver a su habitación o a mezclarse con la música; cualquier cosa que les impida estar a solas. Porque, en verdad, apenas han estado a solas. Siempre con más gente, buscándose con la vista, en clase, riéndose de la misma broma, huyendo a veces de ese juego peligroso. Y es que el juego era verdaderamente peligroso.

Ahora o nunca, se dice él.

Impide que se mueva. Coloca su brazo de manera que ella no pueda avanzar, pero sabe que sus tacones se detendrán del todo si se acerca demasiado a su rostro. Eso sí lo sabe. Y así lo hace, de golpe, de manera brusca, de una manera que no es nada suya, pero totalmente desesperado. La calle entera se detiene un instante y ellos se miran a los ojos. Ella en realidad no quiere marcharse, y por eso se siente la peor persona del mundo.

-Déjame, en serio.

Se arma de valor y se intenta zafar de él, que la intenta besar, y por un momento ella nota esos labios por fin, e implora a sus pestañas que sean fuertes, que no se cierren para que el juego continúe. Se va, en el último segundo se va, y la calle se pone en marcha de nuevo para devolverle a él el eco gastado y nervioso de sus tacones. ¿Por qué no, se dice él, si en las bocas de los dos vibra un ? Déjame, en serio, se repite en su cabeza.

Y vuelve a entrar a la discoteca, con un yo es que no puedo atravesado en la garganta.

viernes, 7 de enero de 2011

Quería que recibiera algo especial. Algo diferente. Y como a todos nos gustan que nos hablen de nosotros, en el buen sentido, eso decidí. Porque sé que ha sufrido mucho, al igual que mi padre y que su otro hermano, aunque estos dos últimos lo lleven más en silencio. Porque también sé que no le solemos decir cuánto la apreciamos, porque la mayoría de las veces prima su despiste, ese que le da un aire tan juvenil.

Sabía que se iba a emocionar. Porque la conozco, porque nos parecemos aunque ella sea más sentida y menos de piedra, porque en el fondo tiene mis dieciocho años. Sabía que se iba a emocionar poque todavía notamos la ausencia fresca de su madre, de mi abuela, y en las cenas de estas fiestas al tragar a todos nos dolía ligeramente, porque la verdad más difícil de aceptar es la de la muerte. Porque fue con la primera con quien rompí a llorar cuando me enseñó las pulseras que mi prima y yo le habíamos regalado, porque a pesar de su temblor me intentó consolar y porque también sé cuánto valen a veces las palabras.

Me esperaba sus lágrimas, pero no las de mi padre. Pero hoy, en un desaire más de la biblioteca, he sabido por qué. Porque me he marchado, y en la carta a mi tía, a mi madrina, hablaba precisamente de la familia, de ella, de todos, de la falta que me hacen porque son mi sangre y como tal palpitan dentro de mí. Porque no lo digo nunca, pero los necesito tantísimo como sigo necesitando a mi abuela, o simplemente una situación cotidiana en el salón de mi casa.

Porque son mi familia, y me emociono al pararme a pensar cuánto los echo de menos. Como también me emociono cuando pienso en ti, y en tu padre, después de haberte leído, y cómo me gustaría tener por un instante el poder mágico que te hiciera conocerlo. Que dejara de ser un vago recuerdo infantil de los tres años, y te abrazara, paliando todo el sufrimiento de crecer sin él, sin un padre que apoye tus pasos.

No obstante, además de la más difícil la más absoluta verdad es la de la muerte. Al menos a mi parecer. Y sí, en estas fiestas parece que se hace más presente, que nos pesa más en la piel. Pero también pesa más la compañía, el cariño, las risas de aquellas personas que por una suerte involuntaria van a estar siempre contigo. Por eso también yo voy a estar contigo.

domingo, 2 de enero de 2011

-Buenas noches, pequeñita.
La frase sonó atropellada y el gesto fue algo tosco. Le acarició la parte izquierda de la cara como con prisa, huyendo, sin llegar a deternerse en la mejilla para sacarle lustre a las yemas de sus dedos. Como siempre hacía, lentamente, para desafíar de manera leve al tiempo. Ella se revolvió agitada, pero sonrió, porque en los ojos de él había total sinceridad.

Sin embargo, subió las escaleras hasta su casa algo turbada. Sentía una quemazón en la mejilla, que se quejaba porque también estaba asustada. Tonterías, se dijo. Porque ella misma era tan tonta que creía en las señales, en el lenguaje corporal, en las pequeñas pistas que iba dejando el futuro. Se desvistió en silencio y cuando se soltó el pelo frente al espejo de su cuarto se acarició la cara, con sus manos frías, y en su mente resonó esa frase. Buenas noches, pequeñita.

Y se arrebujó en las sábanas, segura de su voz, y atendiendo a su deseo. Buenas noches. Se durmió sin dificultad, pero esa noche sus sueños fueron grises. Temblorosos. Y temió que ese gesto más bruto de lo normal fuera precisamente una de esas señales, un ápice de destino que se torna premonición en su mente adolescente.

Se despertó contrariada, con ganas de besarle y asegurarse de que no iba a escapar. Se propuso llamarlo, taparse con su presencia y así poder soñar en contraposición a los sueños turbios de la noche. Corrió temprano a su casa, para sorprenderlo. Nerviosa aguardó en su portal a recibir una respuesta que acallara todas las malas voces. De manera involuntaria se echó la mano a la mejilla de nuevo y sintió que su estómago desfallecía.

No lo quiso creer, pero en el fondo sabía que era cierto. Él, dándole la razón a la irracionalidad de un gesto mal repetido, se había ido.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Libélulas.



Octubre de 2007. Quince años. Poca incertidumbre en el cuerpo y muchas ganas de sentir, de conocer, de probar. El mundo podía estar en mis manos pero yo no me atrevía a mirar dentro de mis puños cerrados. Gran Vía. Atestada de gente que disfruta de las fiestas y busca algún capricho que agenciarse. Me paro ante un puesto porque me llama la atención el cartel: Acero quirúrgico, no da alergia. Y pienso que qué casualidad, voy a mirar a ver si veo algo. Rozo con los dedos muchos colgantes, y de repente me detengo en uno, todavía no sé por qué, y lo compro. Y lo deposito en mi cuello hasta hoy.





A veces pienso en por qué la llevo todavía. Y de alguna manera me contesto que lo importante es lo que simboliza. Porque a partir de ese octubre y de esos quince ha sido un torbellino, una prisa constante para crecer sin perderme nada. Era una niña que comenzaba a trastear en la vida, sin más.

Mi balance de 2010 es ese, libélulas. ¿Por qué? Porque ha sido el año del cambio, del recibir todo aquello para lo que nos estábamos preparando. He tenido que pensar, sin vuelta atrás, en un futuro que me quedara bien, y los dieciocho han comenzado a pesarme en la espalda. La transición, me imagino, a la vida adulta. Y yo con la libélula en el pecho, sintiéndome todavía una niña, sin asimilar que iba a marcharme, que había sido un año lleno de disgustos pero también maravilloso, y que todo eso se iba a quedar atrás, en Zaragoza.

Marcharme. Debía ser consciente de alguna forma que me recordara este paso, este cambio, y también que no me dejara olvidar a la niña de quince años que se moría de frío hace cuatro octubres. No sabía lo que me esperaba, pero sí era consciente de que no quería que toda esta vida tortuosa y llena de zierzo se me escapara entre los dedos. Una determinación, sólo un signo, una señal de esas tontas que me gustan a mí... Y vino a mi cabeza. Libélulas. La semana de mi marcha conseguí atreverme y construí esa señal.

-A mí no me gustan las libélulas. No me mires así, que no es por ti, es que en Argentina cuando va a llover siempre salen, y yo siempre he odiado la lluvia.

Fueron las palabras de aquel que me ayudó a erigir mi marca, mientras escuchaba el inconfundible sonido mecánico. Mi trozo robado al pasado, para que no fuera capaz de marcharse, al menos no enteramente. Así que aquí está. Aquí estamos mis libélulas y yo. Sobre y en mi piel. Recordándome que he cambiado de vida, que he evolucionado mucho, pero que sigue habiendo partes de mí que están intactas. Que este 2010 ha sido importante por tanto cúmulo de responsabilidades y despedidas.

Pero que siempre vuelvo. De una manera o de otra. Como mis ojos a los ojos de ese octubre frío, cuando se posan en mi tobillo, y recuerdan lo que esa marca significa. No me enfado cuando hay gente que me deja ver que es un dibujo tonto que no simboliza nada. Ellos no lo saben, pero yo sí.


Libélulas...


lunes, 27 de diciembre de 2010

Me gustaría que no fuera así pero no puedo evitarlo. De verdad. Es más, esta vez ni siquiera está todo en mi mano. El frío de estos días me está succionando el pequeño resquicio de conciencia que todavía me quedaba. No es que disfrute estudiando y volcando mi tiempo en esa labor, es que no me queda otra alternativa en estos días. No es cuestión de prioridades: es que toca, hoy y mañana y pasado, sin más. Es lo que ahora toca.

Me froto los ojos y se me quejan en silencio porque no puedo dormir bien estos días. Ojalá pudiera, pero el volcán en activo de mi pecho no me deja. Debería aprovechar cada segundo de libertad que me permito, pero llego a él con el alma cansada y los pies sin querer despegarse del suelo. Sólo busco dormir, y que se acabe este frío que mata. Este, y el de fuera también.

Me gustaría que no fuera así... Pero ya he dicho que no puedo evitarlo. Preferir ahora el silencio y la de mí misma la única compañía. Mientras los días pasan y los noto desaprovechados y, sin embargo, no percibo ningún síntoma de arrepentimiento.

viernes, 17 de diciembre de 2010

¿Qué queremos exactamente? ¿Qué es lo que nos mueve a buscar? Buscamos alguien para liberarnos una noche, o alguien para caminar con él de la mano. Buscamos un instante de consuelo etílico o evitar beber para que no podamos decir ni hacer nada de lo que luego podamos arrepentirnos. Buscamos redimirnos e intentar pensar en no salpicar a nadie de dolor o hacer lo que más alivie nuestra angustia, que crece, independientemente de quién esté por medio. Buscamos el hogar de aquí, o el hogar que dejamos reposar hasta Enero, sintiéndonos extraños.

Qué buscamos exactamente. Yo no sé si busco unos labios o los míos propios cortados del cierzo. Busco no hacernos daño y no enturbiar nada de lo vivido. Quitarme esta pesadez de encima y curarme un poco más las ojeras, porque tal vez si me duele menos por fuera también dolerá menos por dentro. Busco un tiempo muerto, una regresión en la memoria, para no tener tantos nombres y tantos rostros que me bailan mezclados con humo y sabor a ron. Busco momentos que ya viví, que se consumieron, y que me están abriendo las cicatrices. Para que no olvide que siguen ahí.

lunes, 13 de diciembre de 2010

La gente vende sus recuerdos. En cada esquina del rastro de Madrid había una mesa plegable mal puesta llena de pequeños detalles que otros disfrutaron y que ahora ofrecían al resto del mundo. ¿Necesidad? No lo creo. Mi sospecha fue, simplemente, que en lugar de acumularlo en un trastero y habilitarle el hogar a las motas de polvo prefieren dejarlo ir, sin más. Porque al fin y al cabo es lo mejor que podemos hacer, dejarlos ir. No son más que recuerdos, y el balance suele ser negativo cuando nos paramos ante ellos: duelen más que traen alegría.

Por un momento los he envidiado. Por saber desprenderse de todas esas viejas historias, y he recordado un relato del genial Carlos Castán -escritor destrozacorazones donde los haya-, en el que el protagonista narraba cómo cada cierto tiempo debía hacer limpieza de sus cosas antiguas y las metía todas en bolsas de basura negras. Un día, cansado de hacerle el amor a la que no dejaba de ser su exnovia, decidió romper también con ese recuerdo y ella misma acabó en una bolsa de basura negra. Decía que esas bolsas significaban la suciedad de su vida, los resquicios que ya de nada servían.

He pensado en qué pasaría si se rompiera la mía. Si borrara todos mis recuerdos hasta hoy, o no me diera tanto miedo dejarlos marchar. Me he imaginado en el rastro de Madrid, un domingo por la mañana, con mi vida desnuda encima de una mesa plegable.

O al menos una de ellas, porque estoy como perdida. Insegura, hecha un lío entre tanta vida simultánea. Por un momento olvidé Zaragoza y pensé en Carlos Castán, y en toda esa gente que vendía hasta el más mínimo fragmento de su alma este domingo. Porque simplemente querían hallar una nueva.

viernes, 10 de diciembre de 2010

A veces me ocurre, que me pregunto si con los años no estaré yendo hacia atrás en lugar de hacia adelante. En mi idioma personal, ir hacia atrás significa perder esos puntos espontáneos que me surgían antes y que me hacían escribir historias totalmente imaginativas. La verdad es que no quiero anquilosarme, ni sentarme con las piernas cruzadas a esperar a que me consideren una adulta y poder demostrarlo.

Me asusta, y mucho, caer en la rutina absurda de separar imaginación y capacidad de crear. De crear, de escribir, de narrar lo que me toque narrar y ese hecho arrincone otras capacidades. Ya apenas dibujo, pero sigo recordando la satisfacción de encontrarme los dedos llenos de carboncillo y mancharme la nariz -siempre y cuando el resultado fuera bueno-. Muchas veces pienso en comprarme un lienzo, o algo que me impulse, pero se me acaban, y esto es cierto, anquilosando las ganas.

Sonrío con las quinceañeras locas que desprenden ganas de todo. Porque me recuerdan a mí. Y no sabéis, sin más, lo congelada que se me queda la sonrisa en los labios cuando soy consciente, y me siento mayor.

Dios mío, dulces quince años llenos de sueños y de ganas y ganas de escribir...

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Están en silencio. En un silencio absoluto. Tienen todo el aula para ellos pero, aun así, cada uno ocupa una esquina de la estancia. Las persianas están bajadas, aunque todavía se cuelan un par de rayos del sol frío de noviembre. Se miran intermitentemente, como oteándose las curvas del cuerpo. Como si no conocieran el cuerpo del otro lo suficientemente bien como para dibujarlo con los ojos vendados.

Pero ahora se sienten desconocidos. Después de tanto tiempo, se les cuelan en estos momentos los segundos entre los dedos, como si nunca se hubieran tocado o nunca hubieran soñado con tocarse. La mirada de ella es triste, él apenas abre los ojos. No han llorado, porque ya lo hicieron a solas. Apenas han dicho nada tampoco, porque aún sienten que la magia puede existir y puede guardarse en un tarro de cristal. Sin embargo ambos comprenden que ese momento es demasiado doloroso como para querer guardarlo, y esperan con paciencia el momento de marchar y enfrentarse al otoño por caminos separados.

Ella toma la iniciativa. Se mueve, como por un escalofrío, y se baja de la silla donde estaba sentada. Él, acto seguido, piensa que la esperanza existe y que todo se va a arreglar. Pero ella solloza, y la realidad se rompe en pedazos. Qué agujero negro abriéndose en el pecho, piensan.

-Me tengo que ir-dice ella.
-Lo sé.
-Creo que te he dejado de querer.
-También lo sé...

lunes, 29 de noviembre de 2010

Siempre que algo me parece realmente bonito pienso inmediatamente en francés. C'est jolie. Aunque no concuerde con el contexto, me sale solo. Creo que es porque el sentido más estricto de la palabra bonito lo asocio a París y a la vida que me dejé ahí cuando fui efímeramente. Porque supe que volvería a buscarla y no me movería más de ahí.

Sin embargo, lo más bonito que siento ahora es poder sonreír un domingo por la noche en un contexto diferente. Haber perdido el miedo a estar lejos sencillamente porque aquí también estoy cerca. Es agradable no sentirse sola, y ser parte de una familia peculiar compuesta por muchos, muchos huérfanos que día a día comparten la misma estructura de vida y el mismo edificio.

Un placer el frío de Madrid, abandonar botellas de ron, bailar como hacía mucho que no hacía, casi llorar en la estación de cercanías, ser pseudoabandonada, oler el Otoño de aquí, reír demasiado e ignorar muchas miradas, y sobre todo quemar una noche sin dormir hasta que amanece. Que ya iba olvidándolo.

Así, en frío, parece una ironía. Pero de veras lo digo. C'est jolie.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Qué nariz más fría.
Lo pienso mientras camino y el frío me corta las mejillas, aunque estén tapadas por el pañuelo de siempre. También pienso que debería actualizarme, vestirme con más color y dejar de ser tan gris en algunos sentidos. Pero me paro a observar las calles heladas de Getafe y siento que todo el color que quiero ya lo tengo aquí.

La alfombra que cubre las baldosas, el tiempo que pasa y deja su huella. Una mezcla de la esperanza del naranja y el novoyavolver de los tonos tierra. Aunque sea mentira: todos sabemos que siempre vuelve.

Por mi mente pasan cientos de historias románticas que me gustaría rodar. Cientos de historias a secas que me encantaría rodar. (Siempre he elegido los sueños más difíciles). Y de veras creo que el amor tiene que tener estos colores, tiene que estar hecho a base de otoños consumidos, con ese frío que no es tan, tan frío porque el sol brilla, si hay suerte, y parece que le estamos robando instantes al verano. Sonará Sabina, seguro, porque aunque su espíritu ande algo encorvado sigue siendo un artista en las canciones más bonitas del mundo.

Tenía que hacerlo. Escribir para esta estación, para el único mes que escribo de verdad con mayúscula y que me vuelve loca. Porque respiro el frío que se despereza, y todos los segundos me parecen segundos retratables en un lienzo. No sé por qué me vuelve tan loca. Me vuelven tan loca. Otoño y Noviembre, como un cuento que nunca acabo de relatar...


miércoles, 24 de noviembre de 2010

Me mira a los ojos y no sé qué decirle. Me gustaría mentirle pero sé que eso no estaría bien. Siento que ya no confía en mí como antes y puedo notar ese miedo del que todas hablan... Se me está yendo. Se está marchando sin que yo pueda hacer nada porque, en teoría, es lo que corresponde. A ella y a mí, a todas nosotras.

Sigue en silencio porque espera una respuesta. Pero no va a llegarle. ¿Por qué ya no puedo hablarle como antes y ver cómo bebe de mí, cómo encuentra en mi figura alguien a quien seguir y a quien acudir cuando se está perdido? El tiempo no cura nada, sólo abre heridas y las deja marchitarse, para que un movimiento brusco las haga doler todavía más. ¿Cuántos segundos han pasado ya?

Parece que la veo pegada a mis rodillas, otra vez. Esperando a que la coja de la mano y la lleve a un sitio que, aunque sea mentira, no haya visto nunca. Ya no puedo darle nada. Nada nuevo, nada que la motive y la invite a sonreír. Me he quedado vacía porque le he dado todo lo que tenía demasiado rápido. A mí crecer no me dolió tanto.

¿Por qué con ella... sí?

martes, 23 de noviembre de 2010

-Me duele el pecho- decías.



Y a mí ahora me dueles tú, porque ya no estás.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Hoy te he echado de menos. Sí, a usted, pecho que me sujeta y me ha sujetado hasta hace unos minutos; y a ustedes también, manos enormes que me cubren la espalda a la altura de la cintura por completo. Hoy os he tenido a todos y os he echado de menos todavía.

Estaba a punto de entrar en un estado avanzado de congelación y aun así tenía la suficiente consciencia para desear que vinieras y me abrazaras por detrás para cortarme un poco el frío y un mucho la respiración. He pensado también que me parece un ritual maravilloso el de consumir todas las ganas de la semana en tu cama y acabar acurrucados porque el frío continúa y nosotros no vamos a pararlo con nuestro fuego.

Ya te he echado de menos teniéndote a un milímetro y también cuando subía las escaleras de mi portal y me volvía para verte a través del cristal, sonriendo o sacándome la lengua, después de decirme otra vez que me querías. Porque todo es un hermoso cuento a tu lado, y prefiero no pensar en las veces que nos amamos desde la distancia y ya no son dos minutos lo que nos separan. Porque me maldigo por no estar ahí, por acompañarte, por timbrarte después de haber estado estudiando, y no sé, ver la tele, besarnos, discutir o cualquier cosa.

Pero lo cierto es que te echaba de menos porque ya sé cuánto te echaré de menos estos días que se me vienen encima. A tu pecho, a tus manos, a tus bromas desmesuradas. Te he echado de menos a ti, a ti entero, pero con una sonrisa en los labios.

Mañana, cuando despierte, pensaré en ti y sabré, a diferencia de otros días, que seguro que voy a verte.

martes, 9 de noviembre de 2010

Comía con los dedos cuando todos los demás no nos atrevíamos por pudor o temor a quedar mal delante del resto de la residencia. A veces salpicaba sus jerseys de aceite y otras, simplemente, derramaba agua de su vaso o reía con la boca abierta. A cada bocado se le unían un par de miradas más.

Y había veces que, sin más, levantaba la vista y nos sonreía con amabilidad. Sin pizca de maldad. Era entonces cuando a todas se nos escapaba un suspiro de chico imposible, de cuento de princesas, de anhelo de cita perfecta.

lunes, 8 de noviembre de 2010

He vuelto a mi segundo cuarto, en el que paso mi vida de estudiante, y las arrugas de las sábanas estaban intactas. También la posición de la almohada, ligeramente contra la pared, y todos los objetos que dejé encima de la cama para que no siguieran esparcidos por el suelo. Se me ha caído un suspiro sin quererlo cuando he visto los restos de la merienda del viernes, y me he acordado de ti en mi mundo de aquí, tan extraño, con tu sombra proyectada en la pared haciéndome sentir viva. La lucha de cuerpos desnudos que desempeñamos y que acabó formando todas esas arrugas en las sábanas, las mismas que he visto esta mañana.

Al entrar en el baño me he encontrado también la ducha tal cual la dejaste, después de que terminaras de eliminar de tus músculos el jabón y yo me secara rápidamente porque me moría de frío. Tú decías que hacía calor.

Lo estaba deseando desde hace mucho tiempo, pero ahora qué difícil me resulta la separación de mis mundos otra vez. Y es que me encuentro con que aún es lunes, y con el recuerdo de uno de los fines de semana más maravillosos que recuerdo. Contigo, mi mundo de allí, unido a mi mundo a regañadientes de aquí. Las escaleras del metro con tus labios acercándose a mi pelo mientras subimos o bajamos, o yo revolviéndote el pelo porque sé que te gusta.

Y, ahora, un lunes sin ti. Doliéndome tu ausencia y deseando el bálsamo mágico que me cura. Contando los segundos.

viernes, 5 de noviembre de 2010

¿Que por qué no te hablo y evito mirarte a los ojos? No es porque te odie o pretenda que tú hagas lo mismo conmigo. En realidad lo que menos deseo es que me odies o dejes de mirarme a escondidas porque temes que te descubra y te queme la vida desde mis propias pupilas. El tiempo pasa demasiado despacio cuando te tengo cerca, cuando te observo intentar acercarte para acortar el espacio de tensión que nos separa. ¿Que qué has hecho mal?

Que no eres mío, que no te tengo y sé que no te voy a tener nunca. Porque te conocí siendo ya de otra y eso no va a cambiar. Porque tengo que luchar con eso a cada minuto mientras te sigo queriendo en silencio, haciéndote creer que te odio, cuando todo lo que pretendo desde que me levanto es cruzarme contigo. Rozarte, levemente, y pedirte disculpas con voz cortante. Para que pienses -sin ninguna duda, por favor- que jamás voy a ser capaz de quererte.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Tengo que aprovechar el momento para escribirte, ahora que la música me habla de ti, otra vez. Ahora que me viene envuelta en nostalgia la sensación de estar tranquila en tu cama, mientras tú te duchas, oyendo el repicar del agua y pensando en la pereza que me da vestirme. Con la canción que nos toque ese día, los minutos por delante para pensar qué hacer, las ganas de aprovechar el tiempo... Y tú, que sales de la ducha, abres el armario para vestirte y yo sigo tumbada en la cama, con los ojos cerrados. Para quedarme dormida y no despertarme de ese momento.

And love is blind and that I knew when,
My heart was blinded by you.
I've kissed your lips and held your head.
Shared your dreams and shared your bed.
I know you well, I know your smell.
I've been addicted to you.