miércoles, 27 de octubre de 2010

A veces la otra línea cruza justo a la vez las vías que se rozan y es como estar en una película de ciencia ficción. Por un par de segundos el sonido se hace ensordecedor y parpadean las luces que se cuelan por la ventana, como si fuera a llegar el fin del mundo.

Pero sólo dura unos segundos. Luego continúa el frenesí pausado de las paradas que se suceden, la gente que viene cargada, los que no se han quitado el abrigo y se mueren de calor, y también aquellos que se han entregado a Morfeo y seguramente ya se hayan pasado de parada. Ayer unos chicos sentados a mi lado hablaban sin parar en árabe, para de vez en cuando, y sin saber por qué, soltar un par de frases en castellano. Intercalaban los idiomas con una facilidad pasmosa, y a mí me pareció totalmente mágico. Cómo me gustaría controlar así una lengua propia, en lugar de chapurrear unas cuantas palabras en aragonés.

Yo me entretengo observando a la gente, intentando adivinar los títulos de los libros que leen y recordando el sabor del metro de París. Cuando no está concurrido y se sortean codazos para llegar a las puertas, la cosa está mejor. No obstante, me sigue pareciendo un escenario maravilloso para un montón de historias. Como las estaciones de autobús o los aeropuertos.

Me gusta ir en metro, a fin de cuentas, porque se me antoja como una novedad constante, con intimidades muy aisladas, muchos pares de ojos... Y ya sabéis cómo me gustan las miradas.

martes, 19 de octubre de 2010

Es muy duro que te rechacen por estar enamorada de otra persona. No deja de ser algo injusto que te acostumbres a la presencia de una persona para que, tiempo después, se esfume porque es ya consciente de que no va a conseguirte. Y por ello considera que el resto de tu ser ya no merece la pena.

Una terapia para echarle una mano al olvido. Para que no duela tanto. Para posibilitar la entrada de otra chica en la cabeza, para que no nubles tanto el camino que esa persona avanza. Pero no hay que olvidar que mi corazón también palpita, que yo también siento, que amar a alguien no significa que no pueda amar sin besar a mil personas más. Se me hace daño, y lo peor es que parece que es la parte que me toca, porque el destino me ha conferido el papel malo en esta historia.

Hay personas que me gustan, con las que de verdad disfruto, porque me llenan y verlas sonreír es como un impulso a mis propios labios. Por ese motivo duele su marcha, sobre todo si tienes que verlas, si van a estar en tu vida. Porque ahora ya te han negado la entrada.

No puedo disculparme por amar, por estar enamorada de él, por ansiar el viernes para que sus manos me recorran y podamos caminar juntos. Tampoco puedo elegir porque sería impensable: en mi boca vibraría su nombre antes incluso de formular la pregunta.

jueves, 7 de octubre de 2010

"Recuerdos maravillosos y recuerdos tristes que conforman el mural más completo e íntimo de mi vida, de mi identidad, porque no puedo ser yo si no encuentro tu voz ni el amanecer de tu rostro.
Tendré que buscar otra luz mientras no pueda ver tu sonrisa y te aseguro que asusta, te aseguro que de verdad acojona. No he podido escuchar esa canción de Journey en toda la semana, mi mente ha ido esquivando la idea, sorteando la tentación, y ahora mismo es esa melodía la que guía estas líneas... Nunca había entendido tan bien y profundamente esta letra.
No sé cómo hacerlo, ni siquiera dónde estoy.
Porque no solo te vas tú, contigo se va lo mejor de mí y te aseguro que no es mentira ni
exageración alguna.
Es increíble cuánto necesitaba llorar. Y no imagino cuánto me queda por hacerlo todavía, cuántas noches veré tu imagen velada por mis lágrimas ni cuántas tardes me giraré en tu plaza al pensar que te veo."

Es increíble la fuerza de tu influencia un mes después de esas palabras. Es increíble que sigamos vivos, que haya pasado ya un mes, y que queden tantos otros. Todavía no me atrevo a escuchar mucho esa canción. Pero qué bien sienta cuando lo hago. Porque te trae a ti, de nuevo. Conmigo.
(Creo que no necesito decir de quién son las líneas arriba citadas).




Right down the line It's been you and me...

miércoles, 6 de octubre de 2010

Al salir a correr me han venido a la mente las vueltas a los campos de fútbol sala de esos martes y jueves muertas de calor o muertas de frío. Las que se paraban, las que querían acortar pero el murete no les dejaba, las que se quedaban atrás, Andrés mirando el móvil, las vueltas extra por pasarnos de listas que nunca hacíamos... Siendo unas niñas, y luego no tanto.

Los viernes sueltos, los domingos de partido. El nunca querer jugar y el no querer que me quitaran cuando ya estaba en el terreno de juego. Buscar incansablemente el color azul con la mirada, lanzar lo más fuerte posible el pase, sin que botara. Animar a la portera, darle siempre al empezar el partido un toque en el casco, las risas robadas a la preparación de una falta o la mala leche de cagarla, conscientemente, y saber que ya no había nada que hacer.

Los gritos desde la banda y los oídos sordos cuando Andrés y Alfonso hablaban a la vez y nos decían cosas distintas. Los golpes, las uñas rotas y los cabreos tontos de Miriam o el recelo de Begoña a pasarnos la bola. Los estiramientos del final, cuando estábamos reventadísimas y sólo queríamos ducharnos e irnos a casa.

El frío de enero y el sol inaguantable de mayo. Los dolores, el agotamiento y la ausencia de cambios en el banquillo. Las botellas de agua, que iban y venían, y el temor a caer en el césped corto y afilado, rasgándonos la piel levemente. La desesperación por interceptar un pase, impedir un gol o entrar en el área para que el gol fuese válido.

Tantas cosas... Que me faltan ahora, que echo de menos y se agolpan en mis recuerdos como tantas otras. Cosas que me han venido hoy a la mente, mientras corría y notaba la ausencia del stick en las manos y el césped mullido y mojado bajo mis botas de jugar a hockey.
Regresó, aunque muchos pensaran que no iba a hacerlo. Todos le buscaban cicatrices, heridas de guerra, pero no se las veían; tenía heridas, todavía, que palpitaban dolorosamente y le supuraban angustia, pero iban por dentro. Lo peor iba por dentro.

Se alegraron, lo cubrieron de vítores, de lágrimas, de alegría. Todo era felicidad porque, aunque hubieran muerto miles de personas, él había regresado. Estaba sano y salvo, y todo el mundo le felicitaba. Había vuelto al hogar entero, aparentemente, y todo apuntaba a que debía sentirse orgulloso por ello.

Estaba en casa. Lejos de las bombas, de los compañeros muertos, de la sangre ajena en su rostro y del dedo tembloroso apretando el gatillo. Debía sonreír, congratularse de su suerte. Ya no había gritos de puro temor y últimas respiraciones. Ya nadie imploraba ni ninguna piedra que caía helaba los corazones de aquel que aguardaba en silencio.

Estaba en casa... Pero sólo de día. Sólo cuando todo el mundo estaba despierto y, por descontado, él también. Por la noche volvían las heridas de bala en sus pesadillas. Cuando conseguía dormir, a su pesar, era consciente de que iba a estar condenado el resto de su vida. Por la noche volvía a la tierra entre las uñas, el miedo y la piel hecha jirones. Volvía, en un bucle infinito, al campo de batalla.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

A través del cristal contempló muchas despedidas, pero sólo se fijó especialmente en las que incluían besos en los labios. La había acompañado a la estación, pero, sin saber todavía muy bien por qué, esta vez no se habían besado. Y ahora ya no lo veía. Ya no esperaba en el andén a que el bus se marchara y los dejara con un nudo en la garganta, se había ido antes que ella; en realidad se habían ido los dos hacía mucho tiempo.

Sintió ganas de que a su lado se sentara un desconocido, que la mirara con ojos profundos y se convirtiera de repente en el hombre más misterioso del mundo, en el único que pudiera quitarle esa pena tan agarrada a la piel. Esa ausencia de él. La eterna pregunta de por qué si antes sí, ahora ya no se querían.

Eran una maldición esas estaciones. Llenas de cadenas rotas y de gente que se va, que viene, unos tristes y otros ya sin tristeza. Fantaseó con la idea de no volver nunca más, y cerró los ojos sabiendo que era imposible, mientras seguía esperando a ese desconocido. La sobresaltó un cuerpo a su lado y vio a un niño que se acurrucaba en el asiento de al lado. Contempló a su compañero de viaje y el bus se puso en marcha.

Lo que no llegaba a sospechar es que él sí que la estaba observando. Esperando que el bus se fuera. Como siempre, aunque ya no se besaran en los labios.

lunes, 27 de septiembre de 2010

A mucha gente la ha pillado de sorpresa, en pantalones cortos, sandalias y minifaldas. Yo lo observo en silencio porque siempre lo hago, y aunque su aliento está matando de dolor a mi garganta vuelvo a agradecer su vuelta. No sé qué tipo de esquizofrenia me hace amarlo tanto, pero es notar su tacto frío y sonreír.

Pronto cobrará más fuerza, se repondrá de su letargo, y nos cubrirá con su efecto naranja, haciendo crujir nuestros pies y aumentando las ventas del chocolate caliente. Cuando me preguntan que por qué, que no es ni frío ni calor, sino una ambigüedad injusta y débil, no sé qué responder. Supongo que aprecio más este sol y que ahora que estoy lejos me gusta más su zierzo perezoso, el que nace en estas fechas para desnudarnos a todos en enero.

También será porque abarca noviembre. Por muchas cosas más, por las chaquetas que han dormido dentro del armario, por su cálido abrazo y porque me pasaría protegida detrás del cristal de la ventana los tres meses, mientras lo miro. Porque me recuerda a él, al primer beso, a nuestros primeros meses turbulentos. Porque siempre vuelve. Mi otoño de nuevo.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Debo centrarme en vivir, que es lo que más me gusta. Sin embargo, no puedo evitar pensar en lo difícil que se me está haciendo tener el hogar lejos y no ser capaz de hacerme uno de reserva que le dé de comer a mi alma en los momentos de desazón. La filosofía que aplico en estos momentos es la de la calma, y la de esperar, pacientemente, a que vaya tomándole cariño a ese otro sitio que ahora sólo se me antoja como el causante de la lejanía.

Ha sido un paso de gigante, y mis piernas estaban acostumbradas a caminar a pasitos cortos, sinuosos, sin mucha más trascendencia. Pero ahora es distinto, ahora estoy sola porque así lo he elegido, porque así lo he creído necesario para, por fin, hacer algo que me gusta. A ratos me embarga la esperanza y a otros la más profunda tristeza. Es algo de lo que no me puedo evadir, pero que intento trabajar para no ver los días getafenses tan grises y llenos de cuchillas. Hay momentos para todo, y espero que los buenos sigan creciendo para que no se me haga tan complicada la llegada del gran gigante de hierro que me monta en sus cuatro ruedas para volver a la capital.

A veces me siento asustada, y es entonces cuando el nudo en la garganta se me hace más grueso. No obstante, suspiro y me armo de valor. Me he enfrentado a otras batallas, y todas me han hecho más fuerte. Puedo sobrevivir a una más...

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Se me está comiendo la añoranza. De una manera tal que me da esperanzas la idea de tumbarme en la cama a leer apuntes tapada con tu manta para curarme el frío de las manos y del alma. Me trepa la soledad en determinados momentos y me clava las manos en la espalda porque sabe que estoy vulnerable, que no me voy a quejar, porque hasta entiendo que me visite y se acurruque a mi lado.

No obstante, no puedo ponerme nostálgica porque no pienso en las veces que me has abrazado sino en las veces que me vas a abrazar cuando te vea y cuando el sabor de tus brazos se me mezcle con los de todas esas personas que tanto echo de menos. Me está creciendo el nudo en la garganta por momentos, pero casi me gusta la idea porque así el beso que me des será más largo, y así tu saliva lo disolverá hasta que vuelva a formarse en un ciclo que pienso se repetirá bastante a menudo.

Te echo tanto de menos que me consume el arrepentimiento y, a pesar de saber que esto es lo correcto, se me plantea la duda de si he hecho bien. Porque no dejo de soñar contigo, de revolcarme en la incomprensión de por qué te anhelo tanto si he aguantado más días sin ti. Sin ti. Esas dos palabras se tumban conmigo en la cama hasta que vengas tú las eches, para llenarme de tu esencia, y devolverme la vida que se me escapa entre estas paredes. Y estar contigo.

viernes, 27 de agosto de 2010

No habléis de amor. Ni os enredéis con historias a estas alturas. ¿Os gustáis? ¿A ti te gusta ella? Una declaración no debe contener por norma general el verbo amar. ¿No merece la pena saltarse los pasos de las películas y besarla lentamente para ver qué se siente? La vida está hecha de riesgos, y el camino que seguimos lo tejen éstos mientras se cruzan. En intentarlo está la clave. Nadie se enamora con sólo mirar a alguien a los ojos, es una mentira. Cupido murió hace mucho, y no hay nadie que haya perpetuado el legado de sus flechas.
Sólo sé que no hay que tener miedo a equivocarse. Ni tampoco aspirar a encontrar el amor eterno en esas pupilas que nos observan, sin intercambiar una palabra, un roce de manos, o el sabor de otra piel distinta. Hay que probar y aprobar miles de cosas. Por ese motivo, no habléis de amor si estáis todavía en el maravilloso juego de los nervios y las primeras veces. Si quiere venir, vendrá. Os enamoraréis y será otro mundo... Diferente. Extraño al principio.
No obstante, ahora... no estropeemos el presente con un futuro que no sabemos si llegará. Y menos en los asuntos que incluyen latidos de corazón que encienden el alma.

jueves, 19 de agosto de 2010

Es que te falte algo, a pesar de que sabes que lo tienes siempre y que acabas de dejarlo. Es sentir en tu piel algo distinto pero del mismo nombre, un cosquilleo que quema en las yemas de los dedos cuando te roza. Es hacer todos los días lo mismo, pero seguir estando lejos de la rutina; cuando es rutina y te la quitan, lo agradeces, esto, sin embargo, te falta en silencio si desparece. Aunque no desaparece del todo, sino que solamente se vaporiza unos días y te lo trae el viento, en cada vez que suspiras. Él está conmigo. Es su olor, su voz, sus sentidos que son los míos, sus ojos que chispean en la memoria, el calor, las ganas.

Echarlo de menos aún hoy... Hoy, hoy mismo, como la primera vez que me marché y nos separamos. Eso sigue siendo magia.

jueves, 12 de agosto de 2010

Hay muchos tipos de amor y eso es algo que he aprendido con el paso de los años, a base de conversaciones y ojos abiertos, alguna comparación (de esas odiosas) y escuchar mucho. Pero si hay algo de lo que estoy segura, al mismo tiempo, es que el sentimiento, en su esencia más pura, es idéntico. Y no es contradictorio, de verdad que no. Es como un cuadro que todos vemos pero del que sacamos impresiones distintas. El corazón nos late de distinta manera ante un mismo signo, y por eso, a veces, caemos en el error de juzgar que eso, eso que vemos, no es amor.

La diferencia radica en que, a mi juicio, quien no ha sentido amor jamás sentirá si eso lo es o no, si merece la pena luchar por una persona. Porque no lo entiende. Y de veras que me apeno muchísimo cuando esa persona, vacía de este grandioso sentimiento y llena de inquietudes de plástico, sólo demuestra estar llena de odio y de rabia acumulada, la cual trepa poco a poco por su alma escupiendo celos. Lo peor es cuando esa persona cree que de verdad sabe de amor.

Y fijaos que no me gusta hablar de esa palabra, que en ocasiones se me antoja gastada y llena de costras de lo que la han maltratado, pero me siento feliz cuando en mi interior soy consciente de que lo he sentido y he tenido ese privilegio. Por eso, desde mi cuarto y mi retahíla de experiencias en estos viajes prohibidos que nos otorga sentir, deseo que se pase. Que se pase todo ese odio y esa inexperiencia que acaba malgastándote desde adentro, haciéndote sentir mecánicamente especial, sabiendo en tu interior que es todo mentira.

Alguna vez te llegará, cuando dejes de resguardarte en esa coraza de falsedad, y entonces... Sabrás cuánto has errado.

domingo, 1 de agosto de 2010

Yo corregía tus textos con alma infantil mientras tú marchabas a aspirar otros olores. En mi corazón palpitaban tus palabras porque era una niña, e inexperta, y en mis ojos resonaban tus frases como los mismísimos mandamientos. Mientras tanto tú... no sé. Tú no sé. Pero después de tres años he recobrado la cordura, me he cortado los hilos de ese tiempo, y aunque ya soy una persona distinta también fui la niña de quince, y por eso en lo más hondo me daña. Porque soy la misma, con la espalda más cargada o no, pero la misma. Y por ello sé que mis ojos han cambiado esta noche. Ya no verán igual.

miércoles, 28 de julio de 2010

-Te llevo en las entrañas- me dice.

-Y yo en la boca, para llamarte puta. Pero sólo cuando estoy muy borracho o te echo demasiado en falta.
Y eso duele y otra vez y luego otra vez más. Porque a veces odio saber contar sólo porque así soy capaz de contar los minutos. Cuando no importan, te apena que pasen. Cuando sí que importan, las agujas son dos armas letales que llenan de cricatrices la garganta. Justo donde se juntan las lágrimas para atacar tus pupilas desde adentro. Estamos pasando más minutos discutiendo que viéndonos las caras. Porque vernos las caras no cuenta si están demasiado ocupadas nuestras lenguas desconociéndose para escupir palabras y no llegar a nada. A nada. A más batallas perdidas con el núcleo de mi garganta. A tardes que pasan enteras, tonterías o no, sin que estemos juntos. A que yo me voy en un mes, y aun así tiramos las horas a la basura. Porque aunque ahora podría ir a tu casa y despertarte mientras rompo tu timbre, mi corazón me pide que me quede. Que me quede y no vaya. Y son las ganas, que se atrofian justo donde se atrofiaron las tardes sin tener que pensar qué hacer. Porque siguen pasando los minutos y yo los cuento, sin poder evitarlo. Sólo puedo ver que es un minuto más sin ti y un minuto menos para marcharme. Y que luego, si te veo, estoy perdida. Como si ya no nos conociéramos. Por eso no quiero ir ahora a tu casa, porque estoy perdida. Y porque las tortitas las he tirado todas; ni siquiera he llegado a juntar los ingredientes.

martes, 27 de julio de 2010

Después de soñar contigo, por fin voy a ir a visitarte. Aunque no sirva de mucho esa visión a ciegas. No... Él no viene, esta vez tampoco. Sí, ella sí, porque ella sigue siendo poesía.

Gracias.

lunes, 26 de julio de 2010

Nos volvimos todos hacia ella, como siempre que sonaba un teléfono móvil en la biblioteca; resultado de la monotonía y el tedio del estudio: a cualquier sonido, nuestras cabezas se despegaban del libro de texto para buscar un resquicio de aventura que nos salvara de esa tarde tan igual a tantas otras. Por eso la miramos, y ella se disculpó en todas las direcciones por no haberlo puesto en silencio. No obstante, parecía nerviosa, como si esperara de verdad esa llamada. Colgó del susto, pero al minuto se levantó y salió de la sala para atender la llamada.

Me llamó la atención su ropa colorida: verde y rojo combinados en formas extrañas, con figuras que se extendían por su camiseta. Cuando se fue dejó ver su parte de la mesa, llena de apuntes desordenados y la carpeta a medio cerrar. Al fin volvió, pero muy sigilosa, y no mucha gente la miró. Yo sí. Porque traía la mirada perdida e iba dando pasos cortos mientras se tambaleaba y se apoyaba en las mesas para no perder pie, como si hubiera recibido un balazo mortal y las fuerzas se estuvieran escapando de su cuerpo junto con su sangre. Su expresión había cambiado, ya no había alegría, sino vacío. Y caminaba perdiéndose en ese mismo vacío, hasta que llegó a su mesa.

Recogió los apuntes tal y como estaban, y se llevó la carpeta, sin ni siquiera cerrarla. No los guardó, ni se los metió en el bolso; simplemente dio un par de manotazos para juntarlo todo y se marchó con el mismo paso tambaleante. Me quedé mirando unos segundos el pasillo por donde se había perdido, y al rato me fui, hambrienta y con ganas de disfrutar del resto del sábado.

Cuando salí del centro me topé con ella otra vez. Un hombre la sostenía en los brazos mientras ella luchaba por no partirse en dos y caerse de bruces al suelo. Se había puesto unas gafas de sol, pero no tapaban su rostro descompuesto ni los gemidos que salían de su boca. Desprendía ese dolor que te desconfigura la sonrisa, el que te hace sentir todos los músculos torcidos, el dolor que te atraviesa de verdad. Se le cayó la carpeta y el hombre la recogió mientras hablaba por teléfono, como si la cosa no fuera con él.

A los pasos volví la vista atrás para comprobar si seguía igual, y así era. Supe que ese llanto sólo podía llevar el nombre de ella, de la dama de negro, y sentí tanta pena que estuve tentada de volver sólo para abrazarla. Pero seguí caminando, ya sin hambre, con el recuerdo fresco. Tan fresco que me acuerdo hoy de ese día y todavía siento escalofríos.

martes, 20 de julio de 2010

Siempre dices que te parece maravilloso cómo las hojas que han caído en invierno reaparecen en primavera sin que apenas nos hayamos dado cuenta de que estaban naciendo otra vez. Mientras hablas se te suelen iluminar los ojos, porque ya estás cerca de tu camino, muy cerca, y aunque haya habido demasiados baches... Vas a conseguirlo.
Y en ese brillo pienso mientras escucho esta canción maldita, la que habla de un músico que se tiene que alejar de su amor por su música. Y aun así le dice que siempre será suyo, que está en su mente a pesar de los kilómetros.
Me entra un pánico atroz porque, si he caminado de tu mano estos días, ¿qué voy a hacer ahora? ¿Quién me va a besar cuando mi tobillo se tuerza o caiga rendida negándome a continuar el sendero? La respuesta ya la sé, porque serás . Porque esto es como la primavera y el invierno. A pesar de que a veces el terreno parezca yermo, al final siempre vuelve. Siempre vuelve la vida y se llena de verde, nos llenamos de verde, y en eso reside la magia. En que siempre vuelve.
Y aunque yo no sea un music man... you stand by me. Y, ahora mismo, I'm forever yours.

lunes, 19 de julio de 2010

Voy a dejar mi vida aquí. Me joda lo que me joda, es lo que va a pasar si lo pienso; ya no será mi vida, sólo destellos de lo que fue, mezclados con la actual, en la gran capital, con tanta contaminación.

En mis dieciocho años he dudado muchísimo en lo que hacer cuando acabara el instituto, y al fin se abrió una luz y noté mis ojos llenos de ganas cuando pensaba en estudiar cine. Pero el cine es caro, al menos estudiarlo, y elegí la carrera pública que más se acercaba: Comunicación Audiovisual. La pena es que estaba en Madrid, en Zaragoza, aquí, solamente en la privada. Entonces me di cuenta de que no hay que estudiar para hacer lo que quieres, al menos no del todo. Lo que hay que hacer es poder pagarlo.

Después de muchos dolores de corazón supe que si quería hacer lo que de verdad me gustaba tenía que marcharme. Y de verdad creo que esta decisión es de las más dolorosas que he tomado nunca. Sé que arriesgo y que pierdo mucho aquí, aunque soy consciente de que ganaré mucho allí también. De todas formas, a todos nos costó adaptarnos pero al final parece que la idea cuajó.

Entonces comenzó mi búsqueda de becas, trabajo y trabajillos que me dieran dinero para no hipotecar a mis padres al irme. Parecía que todo estaba hablado, que nos habíamos hecho a la idea y a un día de que salgan las listas para ver si estoy admitida allí... Resulta que me voy no porque quiera estudiar lo que hay allí, sino porque soy una hija egoísta que lo único que quiere es irse de casa.

Con la de lágrimas que me ha costado hacerme a la idea de que me voy a marchar, esto es lo último que esperaba. Me ha partido en dos y no sé... No sé ya lo que soy.

jueves, 15 de julio de 2010

El abismo más inmenso se abrió a sus pies y pensó que había muerto, y que eso era el infierno. Tanto dolor en el pecho no podía ser humano, de verdad que había tenido que morir. Las luces artificiales del pasillo bizquearon un instante cuando él golpeó la pared con los puños roto de pena, y todos callaron sin intentar calmarlo, porque ni siquiera ellos lo entendían. ¿Cómo se podía comprender una cosa semejante? Por un momento sintió que caía sin remedio, y sus rodillas chocaron contra el frío suelo cuando perdió el equilibrio y comenzó a llorar sin poder pararlo.

La médico se retiró de su lado diciéndole con serenidad fingida que si él quería le podían traer un calmante. Él sólo deseó un avance científico de locos, o una máquina del tiempo que se comiera los años gastados, para volver a arrancar las hojas del calendario. Se maldijo y en su locura momentánea intentó arrancarse el corazón para arrojarlo por el ventanal y que dejara de latir. Por fin se puso en pie y llegó hasta la puerta. Una punzada de angustia le susurró con malicia que esa iba a ser la última. Que de allí no iba a salir, y sus pupilas se nublaron queriendo escaparse de sus ojos para hacerse ciegas.

-Está dormida- oyó al abrir la puerta. Pero él no contestó.- Ahora duerme-repitió, y al ver que no contestaba lo dejó a solas con ella. Unos minutos no iban a hacerle daño. Al menos, no más daño.

Él se sentó al lado de su cama, y la observó tan tranquila y niña que quiso despertarla y llevarla en brazos hasta el fin del mundo. Parecía que al cogerla iba a pesar menos que una pluma, tanto que podría echarla a volar. Porque en realidad era un ángel. Le besó las manos, y siguió observando su rostro con una frase en los labios.

-Me vas a matar, mi amor...

Y lloró en su regazo hasta que cayó rendido en esa extraña posición. Todavía angustiado, sintiendo su corazón latir y preguntándose de qué le iba a servir cuando ella le diera la razón a los médicos. ¿De qué servía entonces su alma, esos latidos del demonio, si no eran capaces de mantener vivos a los dos? Si ella moría... ¿Qué sentido tenía su vida si ella moría?