domingo, 31 de agosto de 2008

-Y, dime-le preguntó con voz grave-, ¿qué has sentido cuando has colgado el teléfono?
-No sé... -dijo ella.
-Algo te habrá venido a la mente, ¿no? Al menos eso demostrabas. Sí, te estaba mirando-contestó apresuradamente al interrogante de sus ojos.
-Que no podía ser verdad. Ha sido extraño. Como si me hubieran apaleado personas distintas y en sitios distintos.
-¿Dolor?
-En el alma sí. Un montón.
-¿Y por qué crees que te duele tanto?
-No lo sé. La verdad... -. Hablaba muy lentamente, reflexionando-. La verdad es que no consigo entenderlo todavía. Es decir, sé cómo me siento. Pero me cuesta definir el porqué.
-¿Lo hay?
-Tiene que haberlo.
Continuó él, al ver que el silencio se prolongaba después de la última frase. Siguió preguntando. Le encantaba preguntar. De hecho, le sigue gustando.
-¿Qué vas a hacer?
-Qué voy a hacer... No puedo decirlo porque no lo sé-. Se quedó callado, y al segundo, rompió a llorar y siguió hablando a balbuceos, como siempre que se desgarra por dentro para intentar purgar lo que le infecta el corazón. -Sólo sé que cada vez me encuentro con más odio, que creo que sus palabras producen el efecto contrario en mí -. Intercalaba sollozos y palabras, a partes iguales.- Estoy empezando a agradecer estar perdida. En tierra de nadie. ¿Sabes lo que es eso? Tal vez sea una mala persona por ello, pero prefiero ser una mala persona que no ser ningún tipo. Son demasiadas las cosas que me acuden a la mente, demasiadas. Y en todas las que me dan luz no están incluidos ellos. Me da miedo, ¿entiendes? Me da miedo porque cada vez me siento más real y más aislada.
Él se quedó quieto, sin revolverse más. La paz fue absoluta en ese momento. Finalmente se rindió y decidió darle un poco de tregua.
-¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo vamos a seguir encontrándonos en estas condiciones?
-Eso no lo sabemos ni tú ni yo. Te encanta esto. Vienes cada seis días, te quedas, me acribillas a preguntas, me alivias con mis respuestas. Hoy toca, ¿no? Quién sabe cuántos días más. Y tú no puedes decírmelo.
-No, yo sólo pregunto. Ya lo sabes.
-Sí... Por cierto, tienes que irte. Es tarde.

Iban a dar las doce de la noche y, por tanto, él ya no podía estar ahí. Se quedó callado esperando el momento en que debía marcharse, mientras ella pensaba que Lunes traería la tranquilidad artificial de la ignorancia. A diferencia de Domingo, Lunes no decía ni pío porque aún se encontraba desperezándose. Y mucho menos preguntaba nada. Nada de nada.

jueves, 28 de agosto de 2008

El verano aparte de sudor y noches en vela nos deja muchos recuerdos, y rostros, y nombres que se van mezclando entre sí en la mente hasta formar una imagen, similar a una fotografía, que engloba momentos. Anoche me vinieron todas las fotografías de golpe... Y en vez de rechazarlas les hice un hueco en la cama y conversé con todas ellas.

Eva y Elena ya son madres. Parece que veía a Elena, sentadas en el borde de la acera, hablándome de sus desventuras en el instituto, y yo escuchando y llenándome de miedo. Apenas me saca cinco años. Y ahora tiene un bebé moreno que es precioso. Su hermano, Pablo, sigue aparentemente igual. Sus pantalones ajustados y su altura tan atlética. Sonriendo al saludar, siempre. El hermano de Raúl tuvo un encontronazo con las drogas del que ni él ni su familia se han recuperado. Hace mucho que no lo veo, pero nunca he cruzado más de dos palabras con él. Héctor se marchó lejos a trabajar de lo que quería, de forestal en su pueblo. Su estatura mínima y sus chistes siempre a punto. De su hermana Alba no sé absolutamente nada, pero recuerdo que era una de las más simpáticas, de las que me prestaba atención a pesar de lo enanísima que era yo. Pablo continúa tocando la guitarra encima de mí en mis horas de estudio. Y sólo le oigo Smoke on the water. En Gregorio, el que antaño fue rollizo y bajito, huelo planes de boda no dentro de mucho. Diego sigue, lamentablemente, igual, buscándose un destino bastante gris, por cierto, pero cada uno somos dueños de nuestros actos.

De todas estas tampoco sé mucho. Que cada una siguió su camino. Paula lleva mil piercings, delgadísima, a veces la veo, pero ya me niega el saludo. Dina sigue estudiando, monísima ella, como siempre. Y es que casi no recuerdo ni el nombre de todas. Se me quedó grabada una conversación en la que discutían qué tipo de Miss preferían ser. Algunas decían que con ser Miss Verano se conformaban, otras querían ir directamente a por el universo. Pero, no sé. Yo en esos tiempos prefería ir en bici o jugar con el aro de gimnasia que ahora pertenece a mi prima. El problema es que ellas querían hablar de chicos y sólo Paula jugaba conmigo.

Y los más cercanos. Ellos sí me hacen sonreír a pesar de que en tres años las cosas hayan cambiado mucho. Juan Manuel imagino que seguirá con su sueño de viajar a Barcelona y ser actor porno, porque según él da la talla. Raúl insoportablemente subido de aires, pero eso no es nada nuevo, vamos. Con Laura sigo yendo todas las mañanas al instituto, aunque nuestro choque de ideas haya hecho que estemos más lejos; por suerte con ella todo es más fácil. De mi vecino del quinto sólo espero que no sufra ningún daño en uno de esos combates de boxeo que está empezando a hacer... Sería una pena que le rompieran la nariz, porque cada día lo veo más guapo. Jorge y yo pasamos de estar demasiado juntos a no mirarnos a la cara. Ni saludarnos. Pero el tiempo corre y nosotros cambiamos, supongo. También sé que no lo lamento en absoluto. Asier es un pesado. Ya lo sabe él bien. Pero me encanta que sigamos hablando después de todo, aunque no le veo el pelo y eso que vive a cinco metros. Y Adrián... ¿Adrián? No sé si al final se irá a Gallur. Nos vemos cada vez menos, siete pisos por encima de mí. Pero los dos conservamos recuerdos de tardes de verano demasiado calurosas. Rocío aunque no sea de aquí es como si lo fuera. Al menos porque sin ella nadie hubiera silbado a una chica guapa, ni hubiéramos conocido a todos hace tres 3 de agosto. Y luego toda la gente que hemos ido arrastrando con nosotros, madre mía, ahora lo pienso y...

Cómo pasa el tiempo. Y cómo se clavan los veranos. La plaza sigue llena de vida, cada uno por nuestro lado, algunos aún juntos, efímeros saludos, alguna sonrisa, un par de besos. Y poco más. Rostros y nombres para ordenarlos en noches en las que el calor te impide rendirte a Morfeo.

domingo, 24 de agosto de 2008

Sonido amortiguado que caracteriza a los aeropuertos. Tal vez por el cúmulo de sentimientos que se amontonan en tal recinto, que se van, que vuelven, una sonrisa y un corazón roto, la voz que anuncia que está más cerca tu camino, o tu condena, las prisas, las ganas, el ajetreo, el olor a maleta cerrada... Caminan de la mano pero no hablan entre ellos; ahora es momento para conversar con sus almas y calmarlas con palabras de aliento. Están como perdidos, pero ambos saben que el problema es que los dos están demasiado decididos. De repente, él detiene su paso y la contempla un instante. Sonríe como le enseñó ella.

-Te quiero desde el 2008-le dice. Y la deja perpleja.
-¿Desde el 2008?
-Sí... Por entonces tú eras una niña asustada que creía que la perseguían para matarla y yo tenía más miedo aún porque acababa de empezar a trabajar.
-Ah... Qué vergüenza. Cómo me perdí. Y cómo me llevaste de nuevo al campamento. Te juro que pensaba que iban a matarme-. Y aún parece arrepentida de haberse comportado así.
-Lo sé, lo sé.
-Y tú el forestal que se convirtió en un héroe, ¿no? -Ahora ella sonríe.- No ha pasado tanto tiempo.
-No, días no. Sin embargo parece que llevamos toda una vida juntos y qué poco me basta...

La abraza y ella apoya la cabeza en su pecho aspirando lentamente su perfume. Sigue siendo una niña que se ha perdido. Permanecen inmóviles hasta que una voz les sobresalta y les devuelve a la realidad. La megafonía. Alguien tiene que coger un avión.

Él se la queda mirando como suplicándole algo, bordando las palabras en los suspiros que se alejan de la mano de ese abrazo. Los ojos de ella titilan.

-Cógelo, date prisa. No lo pierdas, ¿eh?-le dice con voz quebrada.- Y vuelve pronto-añade.

Lo besa suavemente en los labios y él nota el sabor salado de las lágrimas; no obstante, piensa que son las más dulces que ha saboreado nunca. Agarra su maleta llena de olores y echa a andar con la mirada en ella, que lo espera, en la puerta de embarque, sonriendo de esa manera tan suya. Como la primera vez que se vieron, toda una vida atrás demasiado corta...

sábado, 23 de agosto de 2008

-¿Y si es verdad eso que dicen?
-Jo, ¿el qué? ¿Qué rollo me vas a soltar ahora?
-Todo eso... Que se van a acabar las nubes, ya sabes. Que dentro de poco estaremos tan preocupados por cosas dispares que se nos van a astillar las ganas de aire fresco. Justo debajo de la piel.
-Ya empezamos...
-Atiéndeme, de veras. ¿No te acongoja? Imagínate. No volveremos a ver amanecer en nuestras mentes, ni nos llenaremos los ojos con la imagen del otro porque estaremos pensando en la lista de cosas por hacer que nos espera colgada en la nevera.
-¿Por qué dices eso? Me estás asustando.
-Yo sí que tengo miedo... ¿Y si me olvido de mis manos, de las formas que pueden crear, de todo lo que han tocado y desean tocar en este momento? No quiero que se me atrofien las alas porque se me ha olvidado cómo echar a volar. Ahora estoy bien. Pero, ¿luego?
-¿Luego qué?
-En eso consiste, ¿no? Crecer. Ya sabes... Hacerse mayor. La gente que habla de lo que perdió al cruzar la línea es tachada de amargada, solamente porque no desechan sus recuerdos. Quiero que todo esto que contemplamos, nuestro camino, tus ojos, tú, siga siendo. Sin más. No quiero que sean recuerdos. Así que... ¿Por qué sonríes? ¿Te hace gracia?
-Somos niños... Deberías saberlo.
-Claro que lo sé. Pero tengo miedo.
-Mírame. Míranos. Mientras nos quede algo de esta magia que veo reflejada en tu mirada porque brilla en la mía no debemos temer. ¿Crecer? Claro que sí. Pero no tenemos que dejar de ser un par de locos que no quieren soltarse de la mano.
-Quizá tengas razón... Pero hay tanto caos últimamente que no sé...
-Sonríe. Vamos, sonríe para mí.
-Espera.
-¿Qué?
-Te quiero.





(20·o8·o8)

domingo, 17 de agosto de 2008

Esto ha formado parte de mis recuerdos desde que éstos alcanzan. Porque es algo normal y, por lo visto, algo que suele ocurrir con facilidad. Sin embargo siempre siento el mismo pánico absoluto, que me deja clavada, cerrando la puerta, pegada la oreja a la pared, con cualquier pensamiento totalmente congelado.

No está en mi mano hacer nada, ni tomar parte. Considero que hay problemas en los que es mejor no meterse si a ti no te incumbe para nada, y desde los encierros aterrados en el baño hasta hoy mismo he ido aprendiendo que es mejor guardar silencio mientras se desata la tormenta. Lo que no sé es si ellos recordarán todo esto, todas sus palabras, todos los reproches y amenazas que llegan a soltar en un cuarto de hora. No sé si lo recordarán como se me queda grabado a mí en las entrañas, pero apuesto a que sí, aunque también sé que hay otras acciones dulces que siempre rebajan el dolor y alejan las almas del rencor.

No quiero hablar de amor ni de compromiso ni convivencia. Pero a veces, escuchándolos, me siento como un lastre de acero que les recuerda cada día que están condenados para siempre. No debo tomar parte, no obstante tampoco sabría de qué manera hacerlo. Odio estas situaciones y este miedo, pero hay otro mayor que me empuja a cuestionarme todos mis deseos de que no se vuelva a repetir.

El miedo a que sea la última vez, las últimas voces quebradas. El miedo a que resulte que ya no hay nada que arreglar ni pedazos que recomponer con paciencia. A una rutina partida en dos brutalmente, el corazón espectante, confuso, buscando su otra mitad.

sábado, 16 de agosto de 2008

Enloqueció de tanto pensar que peligraba su cordura. Y sintió una inmensa sensación de alivio al verse libre de esa espiral de angustia y de miedos, de las estancias llenas de espejos que le traían imágenes de tiempos pasados. Y de los mismos errores. Se obsesionó tanto con librarse de sí misma que decidió romper con todo, refugiada como estaba en esa locura dulce que parecía ser su pasaporte para todo. Cambió de look, de compañías, se interesó por otras cosas, dejó de leer y de contar abriles con sabor a otoño. Lo dejó todo. Hasta que se sintió lo suficientemente desnuda como para volver a empezar. Quiso olvidarse y así lo hizo.

Sin embargo, no contó con las noches y la magia negra que guardan. Siguió soñando igual que antes y eso la mantuvo atada. Y en sus sueños, a partir de entonces lentos susurros de agonía incontenible, sólo veía la palabra engaño. Un día despertó y se palpó el rostro con lentitud. Se preguntó dónde estaba y no supo encontrar una respuesta. Se había vuelto cuerda de tanto aferrarse a una locura que en realidad no existía.

miércoles, 6 de agosto de 2008

-Déjame ser libre.

Me dice. Y tiembla desde mis ojos. Ya no quiero intentar explicarle nada. Sé que lo sabe todo y que tiene derecho a pedirme lo que sea. Incluso que le deje ser libre. Apenas la reconozco ahí plantada. En estos momentos tengo serias dudas de quién me habla, de si de verdad se dirige a mí o es otro engaño de la tormenta que se está librando dentro de mi cabeza. Ya no me dice nada más. Siento que me mira con compasión y no puedo soportarlo. Se ha equivocado una vez tras otra y quiere remediarlo, pero ahora no sabe nada. La confusión la abraza por la espalda, ya la estaba abrazando cuando me ha pedido que la dejara irse. La veo estremecerse y sé que teme regresar al baño y contemplar su miseria de nuevo en forma de vómito. Se pregunta qué sustancia puede echar si hace horas que no ha comido nada. Bilis, eso es. Corroyendo lo que arrastra a su paso.

Ya no quiero hablarle de nada. Ni responder a sus preguntas. Mejor me retiro del espejo y me abstengo de taparme los oídos porque sé que voy a seguir oyéndome de todas formas.

domingo, 3 de agosto de 2008

-Cállate la boca.
-Porque lo digas tú.
-Sí, precisamente porque lo digo yo. Y porque soy tu madre.
-Eres mi madre y deja de contar. No eres ni mi dueña, ni la dueña de mi vida.


Algo se rompe y me temo que lo siento irreparable.