No dejo de pensar en todas las cosas que podríamos haber hecho y podríamos estar haciendo juntos. Sonrío inevitablemente al ver las fotos de aquellos que se animaron a escaparse unos días y quererse en otros lugares, saboreando un aire diferente. Compartiéndolo a través de sus bocas. Sin embargo, soy consciente de que para que una herida sane adecuadamente tiene que doler; a veces, incluso, se saltan los puntos y hay que volver a iniciar la cura. Cuantas veces sean necesarias. Si taponas una herida y aprietas para disimular el dolor, la infección finalmente puede que sea letal.
No me voy a esconder. La honestidad es algo que tiene que ir por delante siempre a la hora de querer a alguien. ¿Cómo mientes? ¿Cómo se es capaz de esconder algo durante años que debería ser el motor de todo lo que hacemos? Nos debemos sinceridad a nosotros mismos, y eso también nos lleva a elegir un momento adecuado, un instante mágico, no un desastre encantador pero que, al fin y al cabo..., termina en desastre. Y en sufrimiento. En ocasiones se nos queda la boca pequeña al decir el verbo querer, pero si luego no sabemos engrandecerlo de verdad, desde adentro, actuando bien, sin intentar dañar a nadie ni aprovecharse de nada ni respaldarse en una actitud totalmente contraria a amar... Estamos cometiendo una herejía.
Yo necesito querer. Y necesito querer muchas cosas que quiero pero no con la suficiente fuerza o la suficiente templanza sobres mis temblores. No sé si son espejismos lo que provoca este miedo atroz con el que despierto, estos deseos irracionales de vernos, de que se disipen todas las heridas y los engranajes funcionen de nuevo. No obstante, confío en que si ahora no es mi momento lo acabará siendo cuando toque, y que ocurra lo que ocurra mi cuerpo va a soportarlo porque no soportarlo sólo podría significar una cosa. No vivir. No volver a amar nunca.