¿Qué tiempo hace hoy?
Una pregunta tan desgastada como esa puede convertirse en la clave del asunto. El que haya dormido caliente entre mantas te contestará que un poco de frío sí hace, oye, y que vaya fastidio porque ya es hora de que haga calor, que estamos en primavera, hombre; el que haya pasado la noche en la calle entre cartones te dirá, no obstante, que no estuvo mal, que tampoco hace mal tiempo.
No aprendemos. Siempre tenemos que hablar cuando menos debemos. Afuera la economía se desmorona. Miles de estudiantes ven sus carreras peligrar porque nuestro gobierno se empeña en recortar en unas becas que para muchos es sinónimo de supervivencia. Para muchos, y para mí. Sinónimo de Madrid, de cine y de la vida que ahora tengo. Sin embargo siempre se van a quejar los que no conocen el verdadero significado de la palabra penuria. Todos aquellos que no saben lo que es el rechazo de decenas de currículums y morderse la lengua cada vez que alguien habla sin saber -qué desprestigio de verbo con el sin delante-. Todos aquellos que reducen sus preocupaciones a que sus padres un mes les ingresen setecientos euros en la cuenta en lugar de ochocientos. Todos aquellos a los que de vez en cuando les gusta dejarse comer por el síndrome de Oliver Twist y reírse, no sé si consciente o inconscientemente, de los que las circunstancias nos han hecho merecedores, de vez en cuando, del nombre que creó Dickens. Se ríen entonces de todos aquellos -los otros todos aquellos- que sentimos a nuestros padres dejarse la piel en un trabajo que les consume la vida y el ánimo y vemos cómo se nos cierran puertas y puertas en las narices que ansiamos como fuente de ingresos.
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