Apoyados en la pared, compartiendo un peta de manera improvisada. Ella con la mirada perdida y él con la misma frase en los labios, intentando reunir el valor de soltarla. Fuman, ríen y hablan con calma, postergando el momento de aceptar que de esa chusta ya apenas se puede sacar nada. Entonces él, en mitad de una conversación cualquiera, se lo dice, y ella le quita el canuto de los dedos, con dulzura, se lo lleva a los labios, con deseo, y aspira creando un silencio de humo verde.
- No me puedes pedir eso. La primera vez tiene que ser especial, lo recuerdas siempre.
- Pero quiero que sea contigo. ¿Por qué no? Estoy aquí, a gusto, y estoy seguro de ello. No me mires así, la droga no tiene nada que ver.
- De verdad... Quiero que follemos, pero no quiero que sea así para ti. Tienes que estar seguro de que repetirás con la persona con quien tienes sexo por primera vez. Estrenarse enamora un poquito, no te descojones, te lo digo en serio. Es un vínculo extraño, pero está ahí. Yo creo que aún me sigo enamorando un poco de los tíos que me tiro, y sin ser la primera vez... Busca una que te pueda querer. Pero quererte de verdad.
Es él quien le quita entonces el cigarro de los dedos. Se recrea en el contacto de las yemas unos segundos, los suficientes para que todas las pieles ahí se ericen. Todas. Fuma sin apartar las pupilas de ella y retiene el humo antes de soltarlo. Entonces se acerca, la coge de la nuca y mientras acaricia su pelo pega sus labios a los de ella y le regala el humo que había estado guardando.
- Quiero que seas tú.
Y el humo se agota. Se quedan quietos, un segundo, y la besa, lentamente. Mientras el humo de la marihuana se disipa, poco a poco, y sus cuerpos se encienden, creando una atmósfera única. Una de esas atmósferas que sólo la hierba y el sexo te pueden dar.
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