El día comienza mal. No me entero del despertador, el iPod decide joderse justo cuando sonaba una canción que iba a calmarme, me he quedado incomunicada telefónicamente hablando, se me manchan los pantalones, no tengo ni hambre, pero por qué me pasa esto a mí, vaya frío hace, y justo ahora se va Internet, y la de la tienda de Orange me ha dicho que a mí no me puede duplicar la SIM, y qué pocas ganas de seguir adelante con este día y cuántas horas quedan aún...
Pero hay que parar. Pararse y pensar. Si soy capaz de pararme veinte segundos y a mis labios sigue asomándose una sonrisa cuando pienso en lo que tengo, en los que tengo, ningún día malo puede ser tan malo como los días de esas personas que en veinte segundos no son capaces de sonreír.
Además, cualquier día malo puede acelerar, elevarse, doblar la esquina y acabar en mi portal. Alguien dijo alguna vez que lo importante no es cómo empieza; sino cómo acaba.
1 comentario:
:)
nada más potente que una de esas sonrisas en un día malo recordando momentos y gente en días buenísimos, siempre lo he pensado.
Y espero que nunca la perdamos :)
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