Trabajar las emociones, encandenar la ira con el placer y el placer con el miedo. El texto da igual, lo que importa es que fluyan, emocionar. Sentir.
Nos convertimos en meros recipientes. Vacíos de cuanto somos, nos llenamos de esas emociones. De lo que nos toca sentir. Compartir un taxi con una persona que acaba aterrándome y susurrándome al oído. Estar nerviosa porque mi novio, una persona a la que por fin quiero tanto como para dar el paso, va a conocer por fin a mi padre, aunque ninguno de los dos sabe que estoy embarazada, ni mi chico sabe que mi padre maltrataba a mi madre. Acabar en un castillo donde los hay que se ahorcan, empiezan a cantar, lloran o cuidan de un muñeco diciendo que es su hijo. Comenzar a respirar de manera acelerada porque no entiendo nada y todo el mundo a mi alrededor parece que está loco.
Todo ello sin salir de la misma habitación a la que ya me estoy acostumbrando. Cada martes y jueves. Sentada en una de las sillas rojas, escuchando y levantándome para dejarme, de algún modo y al mismo tiempo, sentada en esa silla.
Nunca se sabe con una improvisación. En realidad cualquier cosa es posible. Puedo enamorarme o gritar, desesperarme porque mi madre no me reconoce o interesarme por alguien sólo por su dinero. Yo, o lo que queda de mí, que apenas es nada, o que no debería ser nada salvo un catalizador que me ayude a pasar del placer al miedo y encadenar el miedo con el dolor y luego con la ira. Y otra vez el placer. Apenas unos resquicios de lo que fui para construir aquello que debo ser, durante unos minutos. Un recipiente. Un recipiente extraordinario.
3 comentarios:
dicho así, sólo haces convencerme más. Algún día yo, lo prometo!
Eso espero, Celia :)
Eso espero, Celia :)
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