Cierro los ojos y me obligo a respirar profundamente. Ya viví esta situación en el pasado y, al no ser la calma mi elección, el resultado fue un desastre. No quiero discusiones absurdas ni condenarme a dos horas de escribir o gritar palabras destinadas a un convencimiento que ni siquiera me corresponde a mí. Siempre somos libres de decidir, incluso cuando no queremos que esto sea así. No depende de mí argumentar algo que contradiga lo que se afirma con fuerza. Puedo pensar que no es cierto, e incluso puedo comprobar que no es cierto, pero, ¿por qué tiene que estar en mi mano sacar a relucir esa verdad? Cuando depende de nosotros mismos, nadie debería tener que darnos un toque de atención. La verdad es cosa nuestra, y esperando a que otro nos la señale, empleando para ello medios poco éticos, no es el camino.
Así que cierro los ojos. Ya viví esto y no quiero que se vuelva a repetir, aunque cambie de rostro y de tono de voz. Ya sé que es injusto, negarme a repetir una vivencia porque en mis recuerdos ya tiene el nombre de otra persona, pero si me privara de emplear mis vivencias... Apenas me quedaría nada. Poco a poco intento concentrarme en la calma. Y así me duermo, respirando profundamente, pasándome las yemas de los dedos sobre la rabia para que se suavice y repitiéndome que ser fiel a mí misma implica, en parte, hacer todo lo posible para que no vuelva a ocurrir. Así que cierro los ojos.
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