Desde que me despierto y entierro las últimas legañas en el fondo de mi taza de café hasta que me cubro con la sábana, me recuesto de lado y suspiro antes de dormirme pueden ocurrir muchas cosas. De lunes a viernes, y hasta dentro de no mucho, ocupo unas ocho horas más o menos en ir a trabajar, trabajar y volver. También suelo verter una media de dos horas en desayunar, comer y cenar. Luego, por supuesto, hay variaciones.
En ocasiones voy en metro, otras cojo el tren de cercanías. Leo un libro o escucho música si estoy pensativa. Por lo general, mientras como me veo un capítulo de alguna serie o hablo con mis compañeras de piso. Sonrío más o menos en el trabajo, me angustio más o menos, me aburro más o menos. A veces puedo incluso tomarme unas cañas, ir al cine, dar un paseo o incluso salir de fiesta, aunque cada vez menos. El fin de semana suele ser más voluble y mi rutina cambia: vuelvo a casa, veo a gente, me tumbo en el sofá, veo una película, vagueo, paso horas delante del ordenador.
En las horas que se extienden desde que me despierto hasta que me acuesto existe un gran abanico de actividades y tareas en las que ocuparme. El tiempo va discurriendo mientras yo me dedico a eso que nosotros, los humanos, conscientes de nuestra consciencia, llamamos vivir. También vivo cuando duermo, pero de eso me entero menos.
Como se suele decir, se pueden hacer muchas cosas. Pero si bien es cierto que ocupo mi tiempo de una manera o de otra para procurar no aburrirme, también debo admitir que sin ti todas esas actividades y ocupaciones se me antojan algo mohínas. Las manecillas del reloj pierden su brillo si no puedo compartir mi día contigo.
Entonces pasa otro día y yo sigo viviendo esas horas de consciencia de una manera casi robótica, mientras detrás de mi pecho mi alma sigue adormecida, perezosa sin poder agarrarse a tus brazos e iluminar así el fondo de mis ojos.
No puedo decir que esté vacía, porque no lo estoy; sin ti sigo teniendo todas esas cosas que tenía mientras estabas tú. Pero sin poder hablarte de ellas, sin poder disfrutarlas contigo, el día pierde fulgor y desde que despierto hasta que vuelvo a dormir en mi pecho sigue oscuro un pequeño vacío que nada ni nadie puede llenar si te vas.
No voy a pedir que el mundo se pare si tú no estás, porque soy perfectamente consciente de que sería un deseo absurdo. Prefiero guardar mis esperanzas para algo que sí vea factible, como vivir los días contigo, mientras mi despertador sigue sonando y mis ojos siguen cerrándose todos los días independientemente de la falta de calidez en mis paredes metálicas. Quiero decir... En mi piel.