Se despiden de mí y antes de abrir el portal me vuelvo a mirarlos y veo que caminan, alejándose, abrazados. Pienso que es curioso que un gesto tan sencillo pueda esconder tanto, y noto la alegría sincera de que hayan sabido torear todas sus tormentas y ahora caminen abrazados una noche cualquiera, en Zaragoza, donde ahora viven los dos, a pesar de haber vivido separados durante meses y con demasiados kilómetros de por medio. Pudo parecer en ocasiones que la batalla les haría rendirse pero imagino que en esos momentos de casi desfallecer ellos se abrieron los ojos el uno al otro y continuaron porque sabían que vendrían tiempos mejores. Porque merecía la pena. Y porque, efectivamente, vinieron.
Cualquier día puede comenzar a ser parte de esos tiempos mejores si así lo queremos.
Ella así lo quiso, así lo quisieron los dos, y ahora vive aquí, acostumbrándose al zierzo y a los nuevos rostros, las nuevas calles. Con trabajo, ilusión, ganas, y durmiendo todas las noches con él.
Me han acompañado hasta casa por si, han dicho, me ocurría algo en el breve camino.
En un momento, cuando entre la música alta del bar y las frases un poco a rastras sobre el futuro y los latidos del pecho, él me ha hecho una pregunta que, como muchas otras cosas en estos días tan largos, había estado dejando de lado:
- ¿A partir de diciembre qué harás? ¿Te quedarás en Madrid? ¿O sigues pensando que no te importaría volver a Zaragoza?
He respirado dos segundos y le he contestado con sinceridad. Que no lo sé. Que antes lo sabía pero, ahora, la verdad... Es que ya no lo sé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario