Te comprendí a pesar de la cobardía, el victimismo y los malos gestos y las malas palabras. Te entendí hasta el hueso, a pesar de todo, y no tuve ningún miedo en ser honesta conmigo y con los demás y admitir que sí: te comprendía, aunque todavía siguieran sangrando mis heridas. Te comprendí.
¿Pero la mentira? La mentira nunca.
Nunca.
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