Una está tan acostumbrada a escribir para otros que, de repente, las palabras ajenas sobrecogen, voltean y emocionan de una manera sin precedente. Cuando me siento así suelo volver a la misma pregunta, no como una queja velada sino como un ejercicio de autoconsciencia: ¿Merezco todo lo bueno que tengo?
Hace algunos meses escribí una certeza que -creí- retrataba mi realidad y, aunque han pasado muchas cosas desde entonces y en mi piel se pueden leer las cicatrices de aquellas heridas que no busqué, en mi tripa se agitan el calor y el hogar, el tiempo y la ausencia de arrepentimiento, el anhelo positivo y la suerte de poder sentirme tan viva a pesar de que no hace mucho pasé momentos en los que hacerlo se me antojaba una auténtica utopía.
Cuando la pasión propia peligra, siempre se puede echar mano del arranque y la luz reflejado en los ojos de otros, porque, una vez más,
si miro a mi alrededor,
se calienta mi alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario