domingo, 28 de octubre de 2018

Hábitat.

Ayer, cuando me sentía sin salida sentada en la butaca, acudió a mi mente tu imagen. Te imaginé delante de mí, levitando entre la oscuridad de esa tercera planta, parado frente a mí, mirándome con la calma con la que querías que yo me empapara. En un solo golpe de vista, te veía mirándome, de pie, tu rostro, desnudo, sonriendo, preocupado, y de mil maneras más, como si cada una de ellas fuera una de las partículas destinadas a conformarte, a darte la solidez que permite que te rodee con los brazos y me hunda en ti un domingo por la tarde, con el viento azotando con furia el cristal de la ventana.

Cuando sonríes en silencio -de esa manera tan característica mediante la cual enseñas la encía y apenas se te ven los dientes y se te afilan los mofletes- mientras me miras, y yo te pregunto "¿qué pasa?", y tú dices "nada", y sigues sonriendo, siento, en cierta medida, que tus labios me dicen que estoy en casa.


martes, 23 de octubre de 2018

La mesura.

Estoy reflexionando mucho estos días sobre las personas que viven ancladas al pasado y dirigen sus energías en direcciones equivocadas. Soy consciente de que todo forma parte del aprendizaje de cada uno, pero desperdiciar cada oportunidad de crecimiento no deja de ser una manera cobarde de no avanzar. Elegir la rabia para seguir evitando mirarse en el espejo es el camino directo a la amargura, autoinfligida y tristemente contagiada a los que te rodean.

Pero es lo de siempre, aquí siempre ha de primar la supervivencia. Así que lo mejor es hacerse a un lado y no librar batallas que, llanamente, no existen. Con estas cosas siempre me viene a la cabeza June Fernández y su prestado pero contundente:
"Nuestra venganza es ser felices".

lunes, 22 de octubre de 2018

Algo en las tripas me dice que tengo que tomar algún tipo de decisión. Me lo dicen también los borradores que me devuelven la mirada cada vez que abro el escritorio de este blog, y me encuentro con textos a medias que he sido incapaz de publicar estas últimas semanas. ¿Es acaso el momento de tomar una decisión? Escribo la pregunta porque todavía dudo sobre si estoy sobredimensionando algo que ni siquiera existe para los dos o si de verdad algo en mis adentros me está pidiendo que dé un paso en alguna dirección.

Sin embargo, me niego a caminar. Si echar a andar significa enfrentarme a alguna realidad terrible, de momento no me siento capaz de hacerlo. ¿Existe esa realidad terrible? Lo único que me seduce de la idea de afirmar su existencia es que si de veras está ahí tiene que coexistir obligatoriamente con su otra cara: una realidad cálida y llena de luz que nos espera al final de este túnel tan estrecho, y que nos promete tiempos mejorados y mejores.

No lo sé. La garra que me aprieta el estómago es capaz de escalar hasta mi garganta, y quiero deshacerme de ella de un manotazo, pero me noto paralizada. En algún lugar de mis recovecos pienso que para apartarla necesito también tu mano, pero, ¿y si me equivoco al necesitarla? ¿O si en realidad no la necesito?

¿Qué ocurre cuando yo no soy capaz de saber qué solución va a servirme? Cuando se trata de algo que implica a otra persona, ¿no debería ser una solución a medias? Tal vez me equivoque de nuevo en esta creencia, y si quiero deshacerme de esa garra que me aprieta debo clavarle yo misma las uñas, aunque vaya a dejarme cicatrices también con tu nombre.

Las grietas se suelen formar en silencio al principio, para luego llamar la atención con un tímido resquebraje y, en último lugar, el estruendo del destrozo definitivo. Depende de cómo sean los muros, o las circunstancias externas, pueden aguantar más o menos tiempo. Sin embargo, si se han empezado a formar acaba siendo natural que den pie a un agujero que no tiene por qué significar que el muro se rompa y se eche a perder para siempre. Los fragmentos pueden juntarse, rellenos de nuevas energías que actúen como pegamento. Así, además, su visión puede recordar por qué están ahí, cómo nos hicimos fuertes y cómo acabamos alcanzando esa calidez al final de este pasadizo angosto que me está dejando sin respiración por momentos.


jueves, 11 de octubre de 2018

Constantine.

Hay una escena hacia el final de la película Constantine que se me quedó grabada aunque soy consciente de que mi memoria ha distorsionado su sentido y seguramente también todo lo que la rodea. Pero recuerdo que en un momento uno de esos demonios, o lo que fuera (han pasado trece años desde que se estrenó), cogía a John Constantine del pecho y lo elevaba. El protagonista, uno de esos hombres misteriosos, descarados y cínicos para ocultar su interior, también era, si no me lo invento, un fumador empedernido. Ese, digamos, demonio, lo cogía del pecho, le colocaba sus dos extremidades en el mismo y de repente una masa negruzca muy viscosa comenzaba a salir de su pecho. Me acuerdo de que la estaba viendo en un screener muy cutre, de estos que se graban en el cine y se escucha a la gente toser de fondo, y no la entendí muy bien. Volviendo sobre ella, alguien me dijo que lo que el demonio había hecho era sacarle toda la nicotina a sus pulmones, de manera que así le estaba arrebatando a Constantine uno de los caminos más directos a la muerte.

Esa imagen del líquido viscoso y oscuro saliéndole del pecho acude a mí muy a menudo, porque me parece una buena metáfora de esos momentos en los que los malos pensamientos se convierten, o se contagian, de malas emociones y me cubren el pecho de la oscuridad más absoluta. Creo que tengo mis propias escenas en las que yo misma me agarro del pecho y me saco todo el veneno que he ido inoculando mediante el enfado, la amargura o la frustración.

Me escudo en que no entiendo cómo el mundo puede funcionar como funciona en algunas ocasiones, pero lo cierto es que si soy honesta no debo terminar la frase ahí. Soy yo la que decide quedarse con esas malas vibras y acoplarlas a mi pecho, donde me van lastrando hasta que sufro mi propia catarsis y me vacío a base de reconocer mi culpabilidad más genuina. Me da mucho miedo, porque en esos momentos es cuando me asalta el pensamiento de que tal vez la mala de mi película no sea la humanidad, sino solamente yo misma.