domingo, 28 de octubre de 2018

Hábitat.

Ayer, cuando me sentía sin salida sentada en la butaca, acudió a mi mente tu imagen. Te imaginé delante de mí, levitando entre la oscuridad de esa tercera planta, parado frente a mí, mirándome con la calma con la que querías que yo me empapara. En un solo golpe de vista, te veía mirándome, de pie, tu rostro, desnudo, sonriendo, preocupado, y de mil maneras más, como si cada una de ellas fuera una de las partículas destinadas a conformarte, a darte la solidez que permite que te rodee con los brazos y me hunda en ti un domingo por la tarde, con el viento azotando con furia el cristal de la ventana.

Cuando sonríes en silencio -de esa manera tan característica mediante la cual enseñas la encía y apenas se te ven los dientes y se te afilan los mofletes- mientras me miras, y yo te pregunto "¿qué pasa?", y tú dices "nada", y sigues sonriendo, siento, en cierta medida, que tus labios me dicen que estoy en casa.


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